Venezuela vive una inmensa asimetría de violencia; un bolivariano (Danilo Anderson) asesinado contra decenas de opositores asesinados en manos de bolivarianos y 180.000 por el hampa. De acuerdo cpn el Observatorio Venezolano de Violencia, el año pasado hubo 10.737 muertes violentas, cerca de 40 por cada 100.000 habitantes. Japón promedia una muerte violenta por cada 400.000 habitantes. El contraste entre la barbarie y la civilización. Millones de venezolanos huyen del país en otra forma de violencia.

Por eso no deja de ser irónico que cuando se trata de confrontar a este régimen bolivariano, la retórica de los partidos AD, PJ y UNT ha sido la de insistir en una salida “democrática y pacífica”. ¿Somos un pueblo violento o un país con un gobierno violento? Glorificamos a Bolívar, sin caer en cuenta que fue uno de los más violentos guerreros de la historia del continente. La independencia que lideró Bolívar le costó a Venezuela cerca de la mitad de su población bajo su bandera de ¡españoles contad con la muerte… aun siendo inocentes! “Ni en boca de Alarico o Atila el mundo había oído tamaño grito de destrucción y muerte”, comentó el historiador colombiano Aníbal Galindo.

Los conflictos civiles que siguieron a nuestra independencia fueron los más violentos del subcontinente. A las oprobiosas dictaduras de la primera mitad del siglo XX les siguieron la violencia del 23 de enero de 1958 y continuaron con los años formativos de la democracia. En febrero de 1989 y el 4 de febrero de 1992, por diferentes razones y agravios, el pueblo y nuestros militares salieron a la calle y dejaron a su paso numerosas muertes.

Se decía entonces que éramos un pueblo con inclinaciones a la violencia. Ahora, las protestas políticas más violentas y recientes en nuestra región han surgido en países sin el estigma autocrático o tiránico que exhibe Venezuela, tales como Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Perú, Argentina, incluso Estados Unidos y ahora Brasil. La protesta violenta igualmente desafía a gobiernos represivos como Irán, Bielorrusia, Rusia y Myanmar.

Con un valor inusitado, los ucranianos se defienden de la invasión rusa con una violencia organizada enfrentando un enemigo que los aventaja, mutatis mutandis, 10 veces en población, 10 veces en PIB, 10 veces en territorio y 10 veces en el tamaño de su ejército. En medio de esta catastrófica situación el más reacio a dialogar “una salida pacífica” es el presidente Zelenski de Ucrania.

¿Qué pasa en Venezuela?

El Peace Research Institute de Noruega, que promueve el “diálogo” entre oposición/gobierno, advierte que la violencia surge «cuando una comunidad es forzada a vivir en una situación peor de la que, en general, podría haber estado».¿Ha habido en algún momento de nuestra accidentada historia una situación peor que la que nos han obligado a vivir estos malhechores bolivarianos?

Los propios pacifistas noruegos no siempre han tenido tantos miramientos por el diálogo. En octubre de 1945, Vidkun Quisling, un político noruego, colaboracionista de sobrevivencia que encabezó la ocupación nazi de este país, fue fusilado por noruegos de la resistencia. Entonces no estaban convencidos de que la salida debía ser “democrática y pacífica”. MILORG fue una abreviatura noruega por “organización militar” y fue el movimiento que, a través de sabotajes, redadas y violencia resistió la ocupación nazi.

La teoría social de la violencia postula que “una brecha intolerable entre las condiciones sociales esperadas y el logro real de estas condiciones puede ser una condición previa para la violencia política generalizada”. En Venezuela, afortunadamente, no ha sido suficiente. Bajo cualquier parámetro de comparación y salvo el sacrificio de civiles y militares que han perdido la vida de manos bolivarianos, ha habido… no podemos decir que paz, sino ¿apaciguamiento? ¿Protestas? Sí, muchas. Esta semana les correspondió a los maestros protestar sus salarios de hambre y Eduardo Fernández, como si se tratara de un Gandhi tropical, los felicitó por Twitter: “A nuestros maestros que alzaron su voz ante tantas injusticias, pero de forma pacífica…”.

¿Aculillados o apaciguados?

De acuerdo con un reciente reporte de la ONU, “más de 6 millones de refugiados e inmigrantes han abandonado a Venezuela y recorren a pie varios países sudamericanos. Muchos huyen sin saber su destino final. Algunos han dejado atrás sus familias, sus comunidades y sus seres queridos. Otros se movilizan para reunirse con ellos. Muchos salen sin documentos para cruzar fronteras y se enfrentan a grandes riesgos a manos de contrabandistas y traficantes de vidas humanas”. La respuesta fácil de algunos cínicos es llamar cobardes a estos venezolanos que supuestamente prefieren huir del país antes de enfrentarse a estos canallas bolivarianos.

¿Son cobardes estos venezolanos que con sus familias desafían “el pedazo de jungla más peligroso del planeta”? En 2003, 1 millón de venezolanos, probablemente muchos de los que ahora cruzan el Darién, se lanzaron hacia Miraflores protegidos apenas por 8 miembros de la Policía Metropolitana que ya cumplieron 20 años de los 30 que fueron condenados a prisión. En fin ¿somos un país violento, pacífico o acobardado?

Ni una cosa ni la otra. Ningún pueblo es colectivamente valiente, pacífico, cobarde o violento. Los pueblos son lo que sus dirigentes políticos interpretan de la realidad política que los circunda. El gobierno bolivariano en sus inicios contó con la voluntad de un grupo de prominentes demócratas venezolanos que advertían un débil rasgo de solidaridad social. Pronto cayeron en cuenta que el comandante Chávez no era realmente un líder, sino el cabecilla de una banda criminal que con el artilugio de luchar contra el “imperialismo yanqui” decidió traficar con drogas hacia Estados Unidos con el pretexto de estar librando “una lucha antiimperialista”.

Su verdadera intención era hacerse inmensamente rico, con más intensidad y con más rapidez que con los posteriores asaltos a Pdvsa y al Tesoro Nacional.

Así lo destacó el cardenal Baltazar Porras en febrero de 2018: «En Venezuela no hay una dictadura tradicional, sino un gobierno que actúa como un grupo mafioso». La Conferencia Episcopal (CEV) se ha referido de nuevo a la grave crisis nacional advirtiendo: “Es fundamental que pasemos de la lamentación a la acción”. Pero nos dejan igual.  No sabemos lo que quieren decir o cuál es la intención. Hablan con un tono parecido al de Ramos Allup.

Las teorías que tratan de explicar los logros o fracasos de los pueblos están asociadas a un liderazgo. Ejemplos: La cuadrícula gerencial de Blake y Mouton; Teoría del Gran Hombre; Teoría de los rasgos personales; Teoría del Intercambio de Liderazgo; Liderazgo transformacional: Liderazgo Transaccional… etc.

¿Cómo disociar la grandeza del Imperio Romano de Julio César o Augusto? ¿Las independencias de los países de nuestro subcontinente de Bolívar, Santander, O’Higgins, San Martin, Sucre? ¿La de Estados Unidos sin esa generación de Padres Fundadores encabezada por Thomas Jefferson?

La “Teoría del Gran Hombre” se postuló en el siglo XIX y se le acredita al historiador Thomas Carlyle, quien declara que «la historia del mundo es la biografía de los grandes hombres». Se sostiene que altos ejecutivos, personalidades del deporte y políticos parecen poseer, según esta teoría, un aura que los distingue de los demás. No son genios intelectuales o profetas omniscientes, pero tampoco son personas comunes y corrientes.

Son líderes que cambian el curso de la historia y que sólo poseen las características correctas en un tiempo correcto. Desafortunadamente no parecen ser las virtudes que adornan a opositores como Henry Ramos Allup, Julio Borges, Manuel Rosales y Henrique Capriles.

¿Qué hacer con ellos? No es el trabajo de este opinador.

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