El sistema internacional de la posguerra fría significó un reto para los gobiernos de muchos países, puesto que al no recibir ayuda externa eran incapaces de ejercer su soberanía y mantener su estabilidad social y económica. En este contexto aparecieron los Estados fallidos cuya conceptualización, como otros fenómenos complejos, fue necesaria para poder entenderlos a profundidad. Desde entonces, el término ha estado presente en diversas investigaciones que han debatido no solo la veracidad de lo que generalmente se aceptaba como Estado fallido, sino también la posibilidad de utilizar otras expresiones con significados semejantes como intercambiables: Estados en crisis, Estados vulnerables, Estados en descomposición o Estados colapsados
El centro de estudio estadounidense Fund for Peace (Fondo por la Paz) emite anualmente el Índice de Estados Fallidos (Failed States Index), que publica la revista Foreign Policy. Clasifica a los países basándose en doce factores, como la presión demográfica creciente, movimientos masivos de refugiados y desplazados internos; descontento grupal y búsqueda de venganza; huida crónica y constante de población; desarrollo desigual entre grupos; crisis económica aguda o grave; criminalización y deslegitimación del Estado; deterioro progresivo de los servicios públicos; violación extendida de los derechos humanos; aparato de seguridad que supone un «Estado dentro del Estado»; ascenso de élites personalizadas, e intervención de otros Estados o factores externos.
Los Estados-nación fracasan cuando son superados por la violencia interna y ya no pueden garantizar la seguridad y la entrega de bienes públicos. Sus gobiernos pierden legitimidad, y la naturaleza misma del Estado-nación se vuelve ilegítima a los ojos de una pluralidad de ciudadanos.
Los Estados fallidos se caracterizan por su incapacidad para controlar el territorio, su falta de autoridad o su pérdida de presencia ante la comunidad internacional. Son características tan amplias que pueden aplicarse a países con rasgos y situaciones muy distintas. Dos Estados que se han calificado como fallidos son Venezuela y Haití, que sufren crisis políticas, económicas y humanitarias.
El término se usa para describir un Estado que se ha hecho ineficaz, teniendo solamente un control nominal sobre su territorio, en el sentido de tener grupos armados (e incluso desarmados) desafiando directamente la autoridad del Estado, una burocracia insostenible e interferencia militar en la política.
A medida que se ha agravado la crisis económica, política y ahora humanitaria en la Venezuela de Nicolás Maduro, los observadores internacionales han caracterizado cada vez más al Estado como en quiebra o fallido. En 2016, William Finnegan lo calificó de la primera de las formas («failing state«), mientras que Moisés Naím y Francisco Toro afirmaron en 2018 que se había convertido en lo segundo («failed state«). El columnista de opinión de Bloomberg Tyler Cowen elevó la retórica en 2019, declarando que Venezuela «no es solamente un Estado fallido». Forbes se ha referido al país en un artículo simplemente como el «Estado fallido de Venezuela», dándolo como un hecho, pues Venezuela es uno de los países más violentos del mundo, y el Estado ya no tiene el monopolio del uso legítimo de la fuerza, a lo largo y ancho del territorio nacional, en el que los grupos armados irregulares proliferan y el narcotráfico continúa haciendo de las suyas.
A lo anteriormente señalado se suma el sistema de salud devastado y el retorno de algunas enfermedades previamente erradicadas, como la malaria y el sarampión. Mientras tanto, el sistema de escuelas públicas se ha derrumbado a medida que los maestros emigran y los estudiantes se quedan en casa para buscar trabajo o comida. El resultado de todo esto es la mayor crisis mundial de refugiados.
Sin embargo, si bien el Índice de Estados Frágiles de 2019 reconoce estos problemas y señala que su fragilidad ha aumentado más que en cualquier otro país desde 2018, todavía se coloca a Venezuela en el puesto 32°, una clasificación preocupante.
La capacidad de un Estado implica diferentes cosas para la gobernanza y la seguridad estatal y regional. Su fracaso generalmente se alimenta por y a la vez genera una necesidad humanitaria abrumadora. La pobreza, la violencia y los flujos de refugiados que acompañan a los fallos estatales, imponen una carga sobre los presupuestos de ayuda extranjera y los recursos internacionales. Los Estados fallidos también pueden ser caldo de cultivo para el extremismo ideológico y puntos de encuentro para grupos terroristas. En ausencia de un control gubernamental efectivo, florecen tanto la violencia criminal como la actividad económica ilícita.
La mayoría de los observadores de la política venezolana están consternados por el autoritarismo del gobierno de Nicolás Maduro y desean un retorno a la democracia liberal. Sin embargo, si Venezuela es realmente un Estado en quiebra, incluso un presidente totalmente comprometido con las reformas democráticas podría tener dificultades para establecer y sostener una nueva democracia, la misma que el pueblo venezolano clama ávidamente.
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