Sí, efectivamente, Venezuela tiene una gran significación para nosotros y el mundo. No por casualidad Cristóbal Colón, en la relación que hizo de su tercer viaje, nos dio la jerárquica condición de “Tierra de Gracia”. Su convicción al respecto la expresó a los reyes católicos en estos términos: “Cuando yo llegué a esta punta del Arenal, allí se hace una boca grande de dos lenguas de Poniente a Levante, la Isla de la Trinidad con la Tierra de Gracia”. Esa referencia, equivalente a la real condición de Paraíso Terrenal, era la más regia partida de nacimiento que se podía tener o a la que podía aspirar sitio alguno del Mundo Antiguo o del Mundo Nuevo.

Ese fue apenas el comienzo de su creciente historia y fama. Con el paso de los años, en este territorio se logró de forma vehemente, con pasión y pugnacidad, la mezcla definitiva de tres razas: la indígena, la española y la africana. El nuevo ser que de allí surgió se abrió sin recelos a la hermandad infinita. Entonces todo lo que nos caracteriza se manifestó de múltiples maneras como atributos peculiares o gracias que nos distinguen de los demás: un recién conocido no es alguien extraño o un ser del que hay que cuidarse, él es un amigo; en casa, donde comen dos comen tres; y si el vecino, el conocido o el pariente necesita dinero, se lo presto y me paga cuando pueda porque hoy es por ti y mañana por mí.

En planos más elevados, su espíritu libertario trascendió fronteras de la mano del generalísimo Francisco de Miranda y el Libertador, Simón Bolívar. La excelsa condición de humanista se expresó a través de la portentosa figura de don Andrés Bello. La literatura logró altos escalones por medio de las obras de Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri y Miguel Otero Silva. La poesía alcanzó cotas máximas y fulgurantes tonalidades en las plumas del profundo y enigmático José Antonio Ramos Sucre, el popular Andrés Eloy Blanco, el cultor del verso clásico Eugenio Montejo y el emotivo Rafael Cadenas.

En las artes plásticas el trascendentalismo comenzó a perfilarse en las figuras de Arturo Michelena y Cristóbal Rojas, eclosionando años más tarde en la singular producción de Armando Reverón. Luego de este maestro sin par surge como inexplicable hiato un ingenuo de brutal talento y del que hay todavía cosas que decir y explicar: Bárbaro Rivas. Poco antes de que este partiera, entran en escena dos modernos con alcance global: Jesús Soto y Carlos Cruz-Diez. La lista de los aún vivos y varios de los ya fallecidos tendrá también su justo reconocimiento cuando los nubarrones del totalitarismo se despejen y la promoción de nuestros creadores retorne a la normalidad.

El Sistema Nacional de Orquestas es un proyecto de alcance global que entró sin pedir permiso en todos los grandes centros musicales del planeta. El reconocimiento ha sido unánime, derivando en ejemplo a seguir. Es un propósito que todavía tiene un largo camino por andar.

En el campo turístico hay bastante que emprender y desarrollar, gracias a una geografía que derrocha belleza sobre belleza, la diversidad de su clima y la culinaria excepcional que se está dando a conocer a través de la diáspora. La variedad y hermosura de nuestra naturaleza (mar, llanos, montañas, selvas y ríos) está ahí para ayudarnos a crecer y salir de la condición monoproductora. En materia agrícola y pecuaria queda bastante por hacer y desarrollar. Y en cuanto al café y el cacao venezolano hay que devolverle el digno sitial que ocuparon antes de que nos convirtiéramos en un país petrolero.

En ese proceso de ampliación de nuestra capacidad productiva, el petróleo y el oro seguirán desempeñando un papel principal por algunas décadas; sin embargo, el Estado tendrá que abrir sin reservas las puertas del libre comercio, a fin de generar un crecimiento que se apoye sobre las bases del emprendimiento del sector privado (nacional y extranjero).

De último en esta secuencia, pero no de menor importancia, es el papel que le ha correspondido tener a la mujer venezolana, reconocida sin objeción entre las más bellas del universo y también por su destacada actuación desde el inicio del proceso independentista; y, a partir del siglo pasado, en campos tan variados como la música, la literatura, la dirección cinematográfica, la medicina, el derecho y las artes plásticas. Allí están, entre otros muchos, los nombres de Luisa Cáceres de Arismendi, Teresa Carreño y Teresa de la Parra. El espíritu de lucha y particular denuedo de nuestras mujeres ha sido evidenciado durante el largo calvario revolucionario. Ella, más que nadie, ha sufrido en su condición de madre abnegada, esposa inquebrantable, batalladora insigne, hija responsable y amiga fiel que siempre está dispuesta a cualquier sacrificio. Todo eso justifica plenamente que se le tenga por honorable heredera de la misma Juana de Arco.

¡Sí, sí, sí, Venezuela significa mucho!

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