Todo pareciera indicar que el madurismo terminará de destruir al país, y con mucho dolor habrá que sugerir a las nuevas generaciones que sigan abandonando Venezuela, mientras los más viejos tendremos que resignarnos a ser indigentes porque simplemente el país no tiene salida con la actual casta política que dice buscar el «interés del pueblo».

Y es que ante la negativa de una oposición que al parecer perdió la sindéresis, en vez de unión para las elecciones regionales lo que existe en una inmensa división que atomiza el voto, y en otros casos, promueve la abstención ante un madurismo que ni siquiera llega al 20% de aceptación y cuyo líder tiene un rechazo que se acerca al 80%, curiosamente similar porcentaje con quien se hace llamar «presidente interino», lo cual vendría a ser una analogía política en que uno es peor que el otro.

Lo insólito de esto es que esa misma oposición que habla de «elecciones libres», también es incapaz por parte de algunos aspirantes de aceptar internamente elecciones primarias que definan candidaturas unitarias para gobernaciones y alcaldías, mientras que en otros casos vemos actuales diputados «opositores» que ahora se lanzan a tales «curules» regionales y municipales, pero si no son ellos los «aceptados», por no decir impuestos, como unos octogenarios y corruptos exgobernadores en Barinas y Nueva Esparta, nadie más puede optar a tales posiciones ¡Vaya demócratas!

También vemos otros estados en donde la autollamada «alianza democrática», cuyos partidos juntos no llegan a 5%, junto con otros integrados por el llamado G-4, quienes han promovido la abstención desde 2018, ignoran los liderazgos propios, lo cual deja en evidencia que el objetivo principal sería que entre más división opositora exista, pues, resulta mejor para sus mezquinos intereses políticos, en otras palabras, en la praxis no les interesa derrotar al madurismo sino consolidarlo.

Es decir, para esta «oposición» lo fundamental es que exista una clara autodestrucción política al competir entre ellos mismos, y que al fin de cuentas solo beneficiará al régimen quien con un mínimo de preferencias electorales -como vimos en sus «primarias» del PSUV-, pues terminará quedándose con la mayoría de las entidades federales y sus municipalidades, y lo que es peor, imponiendo el mal llamado «Estado comunal», al no tener mínima resistencia política en la mayoría del país.

Honestamente, esta situación también liquida cualquier posibilidad que el madurismo salga del poder por un eventual revocatorio en 2022, porque mientras tengamos una oposición genuflexa y promotora de esa división en esa autodenominada «alianza democrática», que es obvio, mientras no haya un cambio de actitud política de estos, siempre serán considerados «alacranes». Igualmente, tenemos otra «oposición», con más fuerza de estructura política, votos y reconocimiento internacional que en este grupo se autodenomina como si fueran una “inteligencia artificial” con el remoquete de «G-4», pero que al igual de los anteriores, al ser incapaz de reconocer liderazgos regionales, y por el contrario, pretender imponer sus “candidaturas” sin realizar elecciones primarias solo promueve el autoritarismo al manejar tales partidos como franquicias, o en algunos casos que funcionen como centros nocturnos de prostitución política. Y por último, tenemos una oposición golpista, autocrática y abstencionista de la más rancia y extremista derecha, cuya única salida que proponen es el intervencionismo -viendo lo que sucede en Afganistán- que encabeza el denominado maricorismo. En consecuencia, todos esos factores, si son nuevamente derrotados el 21 de noviembre, deben tener claro que serán responsables en que el régimen imponga por muchos años su forma de talibanismo madurista en desmedro de Venezuela.

Si esta oposición, o lo queda de ella, pierde las elecciones regionales por no ser capaces de establecer mínimos acuerdos, es obvio que otros venezolanos comiencen a buscar nuevos caminos para la (de)construcción política, económica y social del país, entendiendo que la economía no podrá salir del marasmo en que se encuentra, y el éxodo que ya debe estar situado en casi 6 millones de  venezolanos, aumentará a más de 10 millones de connacionales en los próximos 3 años, porque vivir en nuestra propia nación ya no será posible, incluso para quienes reciban alguna remesa o ayuda del exterior, porque no se puede estar condenado para siempre a vivir en la pobreza y la miseria, con ingresos que solo rayan en la subsistencia.

Lamentablemente, todo apunta a que la anomia se va a multiplicar, y que las violaciones a los derechos humanos en Venezuela se van a hacer «ley» de una manera seudoconstitucional, al punto que hablar del bigote de Maduro o la barba de Cabello serán considerados delitos de «terrorismo», mientras también se legaliza la corrupción imperante de políticos y militares quienes viven a sus anchas en sendas mansiones, desplazándose en camiones y vehículos último modelo, vistiendo con ropa, zapatos y carteras de marca, y con un tren de vida entre restaurantes, centros comerciales y bodegones de alta factura, en contraste con un país ahogado en la más absoluta destrucción social.

Hace unos pocos años alertamos por estos mismos errores que Venezuela se convertiría en la Siria de América Latina {1}, y creo que los millones de connacionales que han sido parte de una inmensa emigración confirmaron nuestra apreciación. Ahora, ante la desgracia opositora que nos rige, y por supuesto, un régimen madurista que acaba con las libertades políticas y sociales, jamás podrá recuperarse la economía, y por ende, solo multiplicará más hambre, más miseria, y más cataclismo del país hasta niveles en los cuales poder lograr una recuperación, nos tomará no menos de dos generaciones.

Bastará el siguiente lustro para que Venezuela ante los errores mencionados se convierta en la Afganistán suramericana, y donde estoy seguro veremos la metamorfosis de un madurismo que se convertirá en un talibanismo tropical, y cuyos indicios los estamos viendo y viviendo con los grupos que se adueñan de estaciones de combustibles o policías y militares extorsionadores de «alcabalas», cuyo cobro en divisas o mejor conocido de «matraca» es la luz verde que los identifica. Mafias del oro y minerales que destruyen el ecosistema en Bolívar, Amazonas y DeltaAmacuro violando los derechos de pueblos ancestrales. Grupos irregulares (guerrilleros y paramilitares) que se encuentran en algunos estados fronterizos y centrales, sometiendo u asesinando a mansalva a la población.

Y si lo anterior fue poco, nos quedan pranes que grabando videos desde las cárceles apoyan políticamente a una exgobernadora madurista que luego de perder en su estado, la convierten en «ministra de Educación» y quien denomina «país» a un estado (entidad federal) o dice públicamente que prefiere: «un ladrón que a un traidor» mientras envía a los educadores a “vender plátanos”. Individuos como Valentín Santana, que convertidos en jefes de grupos paraestatales aparecen con armas de guerra en videos e imágenes, y se declaran dueños de sectores como el 23 de Enero en Caracas. O bandas criminales como las lideradas por el Koki y sus derivados, quienes controlan inmensas zonas muy pobres de la capital del país y otras ciudades, estando estos o no dentro del territorio nacional.

Venezuela se debate entre una ramplona, corrupta y desquiciada élite civil y militar que controla el poder y empobrece a los venezolanos, así como nos somete al más perverso neototalitarismo, además de que nos obliga a «vivir» con una hiperinflación de 7 dígitos anuales, y a cambio debemos «agradecerle» salarios y pensiones de 1 dólar al mes, y otro grupo «político» que haciendo las veces de «oposición» compiten con aquellos por ver quién resulta la peor y más putrefacta bazofia política de nuestra historia contemporánea. En ese dilema estamos los venezolanos.

En síntesis, al paso que vamos, con una desgraciada y traidora oposición nos convertiremos con el talibanismo madurista en el poder en la Afganistán suramericana.

***

* Fui preso político del madurismo entre el 26-3-2020 y el 2-9-2020 (Indultado).

Detenido sin orden de aprehensión. Estuve los primeros 25 días de mi «detención» en los sótanos de la Dgcim (Boleíta, Caracas) en una celda de 2 x 2 metros, la mayoría de los días en total oscuridad y durmiendo en el piso, prácticamente desnudo y con temperaturas extremas en frio. Los primeros 3 días no recibí ni agua, ni alimentos, y menos medicamentos para mí epilepsia que me generaron una terrible convulsión que me mantuvo al borde de la muerte. Aun así, fui torturado y golpeado por esbirros de ese grupo que decían que «fingía» en tales eventos neurológicos.

Durante el tiempo que estuve en esa celda nunca pude cepillarme, menos bañarme. Consumía para sobrevivir agua del tanque de la poceta que debía ser compartida con otros cuatro presos -entre ellos dos hermanos y un primo- y donde teníamos que hacer las necesidades sin papel higiénico ni jabón.

La Dgcim jamás devolvió mis equipos de trabajo de computación y telefonía celular, y ni siquiera mi ropa y zapatos. Esa es una parte de nuestra tragedia vivida como preso político que al parecer es el «Estado» que terminará imponiéndose en Venezuela.


{1} «Maduro quiere convertir a Venezuela en la Siria de América Latina: muerte y destrucción – Por: Javier Antonio Vivas Santana @_jvivassantana»

https://m.aporrea.org/actualidad/a244187.html


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