Mucha gente todavía no entiende ni acepta lo que está pasando con el país. Es demasiado increíble para ser verdad. Lamentablemente es verdad.

¿Pero cuáles son las causas objetivas de este gran desmadre? ¿Por qué, si es un contrasentido histórico, económico, jurídico, religioso y social, aún se mantiene? ¿Por qué si el rostro perverso del régimen se muestra en cada palabra, en cada acción que ejecuta, están tan estables en el gobierno?

Para entender la trampa y el engaño debemos remontarnos a nuestros inicios como nación.

Ciertamente, la historia no nos la han contado cómo exactamente fue. La semilla misma de nuestra ruptura y guerra prolongada con España no nació como nos han enseñado desde la primaria, porque los blancos criollos se sentían excluidos, a la vez con la conciencia plena de los derechos que les correspondían a los nacidos en estas tierras. Eso surge posterior a la verdadera razón por la que declaramos nuestra independencia de la Madre patria.

¿Cuál fue esa justificación para querer emanciparnos trescientos años después? Nada más y nada menos que la invasión de las tropas de Napoleón a España para colocar allí como jefe máximo a su hermano, José Bonaparte. Hizo prisionero a Fernando VII, lo que motivó a que blancos criollos, peninsulares y uno que otro oligarca desconocieran la autoridad de Bonaparte y proclamara su lealtad con el heredero del trono, Fernando VII.

Por eso la reacción tardía del imperio español a los sucesos que dejaban sin efecto la auctoritas de España y su representante don Vicente Emparan, quien prefirió una salida pacífica a la situación anárquica que asomaba sus primeros pasos en Venezuela.

Así, desde un principio nos acostumbramos como pueblo a buscar un «mesías» que nos resolviera nuestros problemas. Nunca hemos actuado como colectivo, como una unidad. Desde entonces y hasta ahora hemos necesitado del superhombre para que nos resuelva y nos conduzca, confundiendo sus propios intereses con los de la población. Hemos estado bajo la figura del hombre fuerte siempre.

Hemos sido y somos niños que hay que dirigir y enseñarle el camino. Bolívar, Páez, los Monagas, Guzmán Blanco, Castro, Gómez, Pérez Jiménez y Chávez.

Quizás donde tuvimos la oportunidad cierta de encontrarnos con nosotros mismos fue durante el trienio de Medina Angarita, pero nuevamente la fatalidad que nos ha acompañado de necesitar un dictador que nos gobierne no nos hizo ver las virtudes de Medina y de su estilo de gobierno y preferimos apostar por el golpe, aquel de 1945, por cierto muy parecido en sus inicios a los primeros años de Chávez en el poder.

Somos fáciles de engañar y nos encanta una aventura. Así apostamos por la anarquía y el desbarajuste social, el libertinaje y la cantidad cuando nos apresuramos a salir del gobierno desarrollista de Marcos Pérez Jiménez para repartirnos el botín económico y el poder.

Apoyamos a los actores políticos y nos embriagamos con AD y Copei, pero cuando los partidos se agotaron en sus ofrecimientos, dejaron de funcionar como subsidiarios de lo fácil, de la flojera y el mantenimiento de ella; entonces apareció el más farsante de todos, el que prometía castigar a los ricos para darle a los pobres, acabando con cualquier posibilidad de que el venezolano entendiera que solo él es el responsable de su destino, que de su trabajo depende su progreso. Las ofertas engañosas en un pueblo ávido no de buscar por modo propio su crecimiento económico, profesional, social, material, quedó seducido por el verbo vengador del caudillo de Sabaneta.

Esta y no otra es la explicación de por qué llegamos a esto, seguimos en esto y si continúan nuestros políticos apostando al populismo, la demagogia y la flojera, nuestra desgracia será para siempre. De nosotros depende romper con los lazos del subdesarrollo, de la miseria y la inanición. Es urgente redimensionar nuestro planteamiento teórico y las medidas que tenemos que tomar. La patria no puede esperar.

 


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