AFP

No es esta la primera vez que Venezuela y Colombia se agarran por los moños. La historia reciente está llena de episodios de desencuentros graves, con distintos niveles de decibeles de lado y lado y que han requerido del involucramiento de líderes de todas las tallas en cada uno de los dos países. Tampoco es la primera vez que despliegan sus tropas en la frontera. Solo que para los colombianos las cosas están pasando ya de castaño oscuro.

La diplomacia tradicional aconseja evitar los altercados en pro de una convivencia pacífica, pero el límite de lo tolerable lo han estado cruzando en el lado oficial venezolano con demasiada frecuencia. Y el pueblo colombiano para la hora actual está ya en el plan de reclamar de sus políticos acciones más contundentes contra los perpetradores de los hechos de violencia que se dan a repetición en las zonas de frontera donde sus ciudadanos son masacrados de manera inmisericorde.

Las cosas se han agravado de manera notoria de julio a esta parte entre los dos países. La movilización de 14.000 efectivos de las fuerzas de seguridad del Estado colombiano al departamento del Norte de Santander responde a un reclamo de la sociedad por la serie de ultrajes que están recibiendo de parte del ELN y de las disidencias de las FARC. La particularidad es que ambas consiguen ahora coordinar sus atentados terroristas gracias a las facilidades de todo tipo y la complicidad que les ofrece el régimen de Nicolás Maduro.

En el momento en que se produjo el traslado de las tropas, el ministro de la Defensa de Colombia informó al país que se acababan de conocer nuevos planes para atentar contra la vida del presidente Iván Duque. Ello a pocos días del atentado terrorista que sufriera el avión presidencial y cuya autoría provino de una alianza criminal entre el frente urbano del ELN y las disidencias de las FARC con organizaciones narcotraficantes y criminales que delinquen en el Norte de Santander. Una vez más planificado desde suelo vecino.

Ya es asunto de rutina tanto el secuestro como el ajusticiamiento de miembros de las Fuerzas Armadas en las regiones alejadas de las ciudades del interior. Hace días apenas, este contubernio del ELN con las FARC -el Frente de Guerra Oriental del ELN y los frentes 10 y 28 de las FARC- planificó y ejecutó una matanza de efectivos militares donde 5 familias quedaron descabezadas e hirieron a 6 efectivos más. Y cada vez es más notorio como la protección que reciben desde el lado venezolano de la frontera es lo que hace posible estas masacres a mansalva que resulta imposible controlar precisamente por la planificación a distancia. En el Norte de Santander el ELN ha asesinado a 50 miembros del Ejército desde 2019. Las disidencias de las FARC exhiben un saldo de ajusticiamientos muy similar: 85 integrantes del Ejército muertos en los últimos 3 años.

Al tiempo que esto ocurre, los medios colombianos dan cuenta, además, de la existencia de una banda de crimen organizado que opera desde la cárcel de Tocorón y cuyos tentáculos ya han penetrado a Colombia. Hablamos del Tren de Aragua, una tenebrosa megaestructura delincuencial manejada desde el corazón de Venezuela y cuya presencia se nota en Brasil, Ecuador, Perú y fundamentalmente en Colombia, en la frontera entre Táchira y Norte de Santander

Tal estado de cosas no puede ser visto con indiferencia en Bogotá porque junto con la seguridad interna es la soberanía nacional la que se encuentra comprometida y lo está reclamando la colectividad. Un presidente como Iván Duque, quien ha hecho esfuerzos ciclópeos por gobernar a su país para dejar a su partida una senda emprendida y consolidada de progreso no podrá mostrar exitosos resultados antes de las elecciones que tendrán lugar en menos de un año. Ello a pesar de haber combatido con buen tino la pandemia y a pesar de haber sostenido el progreso económico que puso en marcha desde el inicio de su mandato. He allí otra de las razones por las que el régimen revolucionario de Miraflores considera bueno generar inestabilidad en suelo ajeno.

Germán Vargas Lleras, el exvicepresidente, asegura que “todo se salió de madre” refiriéndose al auge de la delincuencia que está castigando a la colombianidad porque el marasmo en la seguridad contagió a las ciudades y no hay manera de hacer entrar al país en cintura. Carga pesada esta para quien ocupa la Casa de Nariño.

Por todo lo anterior es que Iván Duque tiene que hacer de su seguridad interior una causa planetaria. Que buena parte del desastre que se vive en el interior del país neogranadino se deba a la connivencia del gobierno vecino con el narcoterrorismo supera a todo lo aceptable y este estado de cosas cada día va a ser aireada en cuanto foro e instancia internacional pueda interesar. El presidente ha de dedicarse a explicar por qué la instauración de un ambiente de calma en las fronteras con Venezuela es un objetivo estratégico,  lo que explica que la vigilancia y las actuaciones militares en la zonas limítrofes se harán, en lo sucesivo, más estrechas.

No es difícil saber de cuál lado se colocará la comunidad internacional, excepción hecha de aquellos para los cuales el terrorismo y la desestabilización son su consigna.

Y el régimen de Nicolás Maduro continuará con su carga de rechazos en el lomo de parte del mundo libre que cada día se interesa y rechaza más las alianzas perversas que se fraguan desde Caracas.


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