Todavía retumban las conjeturas para justificar la sentencia según la cuál “Venezuela no es Cuba”. Era una discusión recurrente en cada tertulia familiar o debate socio/político. Los defensores de la tesis que esgrimían para negar cualquier posibilidad de que la aberrante dictadura imperante en Cuba, podía instaurarse en un país como Venezuela, con un trayecto democrático expuesto como modélico para nuestro continente, también citaban el delirio fidelista de pretender replicar en las sierras del estado Falcón o en la cúspide del cerro El Bachiller, su hazaña de Sierra Maestra. Fidel Castro había confundido la realidad venezolana, esa que el mismísimo Rómulo Betancourt le puso de bulto en su propia cara, cuando lo despidió sin el petróleo que fue a buscar a Caracas en 1959. “Podemos importar creolina, pero no doctrinas”, refunfuñaba el líder de la Doctrina Betancourt, como una frase que resumía su determinación de mantener a raya las pretensiones expansionistas del barbudo de La Habana.

Era cierto, Venezuela no era Cuba. Me comentaba Américo Martín que los cubanos no tomaron en cuenta que en nuestras montañas proliferaban todo tipo de serpientes, ofidios que no se veían en los matorrales de la Sierra Maestra. Pero además, en Venezuela había un jefe político con un olfato desarrollado que olió, a leguas, ese tufo comunistoide de Fidel y con su recio don de mando supo inspirar a la Fuerza Armada Nacional para que no titubeara a la hora de detener semejante afrenta a la soberanía venezolana. Previamente Betancourt había ejercido un proceso de autocrítica que lo indujo a promover un pacto político que sirviera de plataforma sólida que preservara la retoma de la democracia, partiendo de la experiencia del trienio que lideró desde el 18 de octubre de 1945, especialmente ese brote de sectarismo que produjo los más insólitos desencuentros.

Superada esa refriega guerrillera, en plena vigencia de la democracia venezolana, surgieron todo tipo de analistas que pautaban sus recetas para mejorar o profundizar esa democracia tachada de imperfecta. Aparecieron, entre mezclados con voceros que actuaban con muy buena fe, los huérfanos del poder perdido, camuflados como Sócrates de nuevos ensayos, dejando atrás las túnicas negras que vestían como viudas del pasado. Manuel Peñalver, paisano guariqueño y líder sindical petrolero, llegó a decir ante ese menestrón de propuestas que “los venezolanos no somos suizos”, pero sí -agrego yo- un pueblo caribe. Por eso sobraron los padrinos de los movimientos sediciosos que se tragaron los años de libertad acumulados después de la triunfante manifestación cívico-militar del 23 de enero de 1958.

Recientemente un distinguido venezolano, con quien compartí responsabilidades en el gabinete del presidente Carlos Andrés Pérez, Moisés Naim, puso en la mesa del debate su tesis de que Venezuela es como Libia. Sus pruebas comenzaban por comparar los dos gobiernos paralelos que existen, tanto en Libia como también en Venezuela. La verdad es que en Venezuela Maduro es un usurpador y Guaidó es legítimo porque surge de una Asamblea Nacional igualmente legítima. No es jefe de una tribu, como las que proliferan en Libia, Guaidó encabeza una amplia mayoría que bordea 85% de la población que clama por un cambio urgente, incluidos los millones de venezolanos que se decepcionaron de la era chavomadurista. Es cierto que en Libia trafican carne humana, igual que ahora en Venezuela, las operaciones de Libia se materializan en la isla italiana de Lampedusa, las de Venezuela tienen su epicentro en Güiria, con vistas a Trinidad y Tobago. También es verdad que Gadafi era un militar narcisista y ególatra, como era Chávez. Pero la diferencia con lo que ocurre en Venezuela, actualmente, es que Maduro está relacionado con terrorismo y narcotráfico, al mismo tiempo. Además de sus operaciones con armas, Oro, diamantes, coltán, Uranio y petróleo. En crímenes de lesa humanidad, Maduro sí va parejo con el prontuario que dejó Gadafi.

En Venezuela hay un genocidio silencioso, sin el estruendo de una guerra civil, porque la resistencia venezolana no dispone de ejércitos, Guaidó no lidera grupos armados, sino ciudadanos pacifistas que al día de hoy claman por una asistencia en forma de misión de paz internacional, partiendo del hecho cierto de que Maduro perpetra una masacre descomunal en medio de una crisis humanitaria compleja.

Sobre la supuesta fatiga que estaría acusando la comunidad internacional respecto al caso venezolano, resalta más bien que no hay cumbres de la ONU, OEA, Unión Europea, Grupo de Lima, foros, conferencias de todo orden, debates en medios de comunicación y ruedas de prensas, etc, dónde el tema sobresaliente en sus menús, no sea el venezolano. Muchos gobiernos democráticos del mundo auspician sanciones personalizadas, llegando, incluso, a publicar carteles de “Wanted” a supuestos responsables de delitos. En las esferas de alto nivel de la administración estadounidense, desde su presidente Donald Trump, hasta sus más encumbrados colaboradores, a diario, provocan titulares con sus declaraciones abordando directamente el caso de Venezuela.

Ah, otro dato muy importante, Venezuela está apenas a 2.799 millas de territorio de Estados Unidos, pero Cuba está a 90 millas y bien sabemos que es en suelo cubano donde “se corta el Bacalao”. Mientras que de Libia a USA hay una franja de 10.065 kilómetros, equivalentes a 6.254 millas.


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