El bombardeo de malas noticias en Venezuela es abrumador, en particular el relacionado con el cínico y grotesco espectáculo “caiga quien caiga”, sabiendo todos los venezolanos que caerán algunos de los que tienen que caer, pero no caerá la mayoría y ni los más pesados, culpables del vergonzoso primer lugar en corrupción mundial, según lo muestran las entidades especializadas en la materia, en particular Transparencia Internacional.

Entre tanto, las mentalidades más sencillas y también las más complejas no acertamos ni aproximadamente a comprender la magnitud del daño que se maneja desde el poder como una pésima opereta. El chanchullo no es de bolívares, ni de cientos de dólares, ni siquiera de miles dólares, ni de millones, sino de miles de millones, unas cantidades que no llegamos a tener idea de cómo se pueden gastar o invertir, a pesar de los diversos ejercicios que se han mostrado por allí para ver cuántos kilómetros representan, o cuántos hospitales, escuelas o universidades. O los montos invertidos para rescatar a Europa o a Japón luego de la Segunda Guerra Mundial.

Al anochecer todavía estamos sacando cuentas y amanecemos con otra vaina peor que nos deja más perplejos, y la cara del “Topo Gigio” anunciando aquello como si fuera un mal poema de despecho. Salpimentando el ya tenebroso guiso con trata de blancas, drogas, paraísos tropicales de rumba pareja, autos de lujo, ostentosos edificios, castillos y estancias en Europa, inversiones en Estados Unidos y Canadá.

En contraste, nos agobia y entristece la suerte corrida por muchos de nuestros paisanos que se han ido y se siguen yendo, expulsados por su propio país que no les da esperanza. Y los que nos quedamos aguantando la mecha de un ingreso que no cubre las más elementales necesidades, mucho menos las expectativas de un mundo mejor, en un país destruido que nos lo recuerda diariamente el esqueleto de la casita que no se pudo terminar, los galpones que en vez de exhibir su producción muestran monte y techos oxidados, los miles de obras y obritas públicas ruinosas o inconclusas.

“Es mucho camisón pa’ Petra”, mucho agobio, mucha rabia, mucha tristeza, mucha humillación para un pueblo que no se merece tanta agresión, tanta ofensa, tanto desprecio. ¿Qué hay en esos corazones, si es que los tienen, para hacerle tanto daño a una nación? Tiene que ser mucho el resentimiento contra un pueblo indefenso, que ve el contraste inconmensurable entre la mano que roba y gasta y las propias, vacías y cansadas de tanto trabajar para la pobre paga que recibe.

No es poco el calvario sufrido en estos años recios, para aguantar sin quedar pasmado frente a la tragicomedia montada por el régimen, como si el pueblo fuese una masa de estúpidos que no se dan cuenta del tamaño de la podredumbre, cuyo pus sale a la superficie porque allí adentro no soportan la hedentina.

La peste roja, peor que la peste negra en la cual la gente moría reventada por la supuración pestilente de sus fluidos, será la muerte de este régimen que infestó al Estado en todos sus niveles, y ha humillado a una nación que estaba orgullosa de sus atributos y de sus bondades.

Pero los venezolanos ya estamos hartos de la peste, cansados de sufrir humillaciones como la que estamos viendo en esta epidemia, y sabremos sanarnos y levantarnos, para resucitar a una pascua que restituya los grandes valores de que estamos constituidos. La gran mayoría está asqueada de este espectáculo, y despertará y reaccionará, de eso no hay duda.


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