Líder de la revolución bolivariana
Miguel Gutiérrez / EFE

Si consideramos, con toda pertinencia, que la situación actual del país es el resultado de 211 años de historia contados a partir de 1810 cuando Venezuela proclamó su independencia, debemos admitir sin ninguna reserva que nuestra nación, como proyecto de país, ha sido un completo fracaso. No somos una verdadera República. Mucho menos una Federación. Sin embargo, ambas denominaciones han sido  reiteradamente empleadas en nuestras numerosas Constituciones. Tampoco somos una democracia, aunque así lo proclamemos. Estamos inmersos en la miseria, pese a nuestras grandes riquezas y a las ingentes sumas de dinero que ingresaron a nuestras arcas hasta no hace mucho. En un tiempo fuimos el primer país exportador de petróleo del mundo, hoy casi no lo producimos. Tenemos una Constitución que ofrece todo tipo de beneficios, pero no estamos en capacidad de proporcionar  ninguno de ellos al ciudadano común.

El pueblo no puede ejercer su soberanía, porque el régimen manipula a su antojo las elecciones. Las autoridades nacionales no gozan de legitimidad, ni son reconocidas por la mayoría de los países democráticos del mundo. Ningún poder público tiene posibilidades de cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, porque todos están sometidos a la voluntad del Presidente que ejerce el poder como un monarca absoluto. Somos un país de insatisfechos ansiosos de emigrar, como lo han hecho ya unos 6 o 7 millones de venezolanos. Por si todo ello fuera poco, no gozamos de plena independencia, porque estamos sujetos al arbitrio de un país extranjero.

Conociendo nuestra historia nos sentimos inclinados a pensar que nuestra desgracia es de siempre y para siempre, que lo que hoy nos ocurre es consecuencia de nuestro pasado de errores, desaciertos e inconsistencias, y que el chavismo es la culminación lógica y natural de ese proceso. Pero debemos rechazar con fuerza esa idea porque el país, luego de superar la dictadura de Pérez Jiménez, se encausaba con relativo éxito por el camino de la democracia y del progreso. Teníamos una democracia imperfecta pero perfectible. La prolongada crisis económica que se inició a principios de los años ochenta con la abrupta caída de los precios petroleros, luego del gran incremento de los mismos en la década anterior, afectó mucho a esa democracia incipiente y permitió el ascenso de Hugo Chávez al poder, militar golpista del que muchos venezolanos recelábamos.

Sin embargo Chávez tuvo la extraordinaria oportunidad de ser el mejor presidente de la historia nacional, porque a diferencia de los todos los otros, tuvo lo necesario para ello: las circunstancias del momento, su liderazgo natural, un inmenso poder político, un gran apoyo popular y los mayores ingresos financieros de todos los tiempos. En los catorce años que gobernó al país pudo mejorar y fortalecer el sistema democrático, superar la crisis económica y colocar al país en la cima del desarrollo de América Latina.

Pero hizo todo lo contrario. La gestión de Chávez fue un gran desastre, uno de los mayores fracasos políticos de Venezuela y del mundo. Llevó al país a la peor crisis de su historia, no comparable con ninguna otra anterior, a no ser con la larga y sangrienta guerra de independencia. No hay palabras para describir el profundo sentimiento de frustración que anida en el pecho de los venezolanos, especialmente de aquellos que por tener una edad avanzada vivimos el proceso de desarrollo económico, político y social de los años cincuenta, sesenta y setenta, en los que Venezuela parecía ser una tierra de gracia destinada a ser una de las más prósperas y dichosas del mundo.

¿Será esta amarga experiencia de hoy, de la que saldremos algún día (ojalá sea muy pronto), el último eslabón de la larga cadena de infortunios que ha sido nuestra historia? Quisiéramos creer que así es, que todo el dolor sufrido es este tiempo no es inútil y que hemos aprendido lo necesario para no incurrir nuevamente en los mismos errores del pasado. Resulta difícil creerlo, es cierto, viendo lo que sucede a nuestro alrededor. Quizás América Latina tenga que sufrir situaciones más graves para superar su congénita incapacidad política, económica y social. Pero en nuestro caso particular resulta difícil pensar que podamos pasarlo peor que hoy y que no podamos sacar una experiencia válida para el resto de nuestra vida como nación.


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