Miguel Gutiérrez / EFE

Lo que pasa en Venezuela no es producto del azar, la fatalidad, el destino ni de la voluntad de Dios. Esas son expresiones vagas, generalizaciones sobre un tema que por su amplitud y complejidad no puede ser abordado de sopetón. La Venezuela de hoy es el resultado de la Venezuela de ayer y ambas, que son la misma, serán el punto de partida de la Venezuela de mañana. He aquí otra aseveración tan vasta y difusa como las anteriores, pero a diferencia de aquellas, ésta es totalmente cierta e irrefutable. Nos remite a un universo de hechos históricos acaecidos en Venezuela a lo largo de sus 212 años de vida independiente.

Con independencia, una posición geográfica privilegiada y una abundancia de recursos naturales y humanos, Venezuela es hoy un país fracasado desde todo punto de vista que se le mire. No somos la República que hemos trazado en las numerosas Constituciones promulgadas, incumplidas, reformadas y finalmente derogadas que hemos tenido. Tampoco tenemos el sistema democrático, las instituciones civiles y jurídicas, la paz y el progreso que siempre hemos soñado.

Nuestra historia, en casi su totalidad, es un inmenso compendio de yerros, desavenencias, conspiraciones, golpes de estado, revoluciones y dictaduras militares encabezadas por caudillos arrogantes y vanidosos que se han creído predestinados e insustituibles, secundados por ejércitos de adulantes y oportunistas y apoyados o tolerados por multitudes ignorantes e ingenuas que no han aprendido los amargas lecciones que se derivan de esas situaciones.

Algo habrá en nuestra formación, educación o cultura, porque no será en nuestro  ADN, que nos condena a ser como somos: incapaces de lograr los fines políticos, económicos, sociales, culturales y éticos que nos proponemos. Debe haber mucho egoísmo y particularismo en nuestra alma colectiva si consideramos que en asuntos personales usualmente nos desenvolvemos con éxito. Ortega y Gasset decía a los españoles, poco antes de la Guerra Civil (1936-1939) que ensangrentó a esa nación, lo siguiente: “No nos sentimos como partes de un todo sino como todos aparte.” Quizás nosotros suframos del mismo mal y de allí se derive nuestra incapacidad de avanzar. En América Latina, unos más y otros menos, todos los países se asemejan a Venezuela en cuanto a historia y condiciones actuales se refiere.

¿Entonces? ¿Le echaremos la culpa a España de nuestro fracaso? Eso sería más de lo mismo: buscar culpables de nuestros males fuera de nosotros mismos. No, los responsables de todo lo bueno o malo que nos ha ocurrido somos los venezolanos, los colombianos, los peruanos, etc., que integramos esta América Latina turbulenta y rezagada. Tenemos más de dos siglos independizados de España y en ese tiempo hemos podido superar cualquier factor negativo que pudiéramos haber heredado.

Los norteamericanos no han culpado a Inglaterra de sus males. Han tenido situaciones sumamente difíciles: guerra civil, profundas depresiones económicas, magnicidios, discriminaciones internas, turbulencias sociales, etc. y han tenido que combatir, para salvaguardar la democracia, en dos guerras mundiales no iniciadas por ellos, y allí están: con la misma Constitución de 1777, con las mismas libertades, derechos, independencia de poderes y valores morales que les legaron sus padres fundadores. Los resultados están a la vista: son el país más dinámico y desarrollado del mundo, con la economía y la moneda más fuertes y con la mayor cantidad de premios Nobel ganados por su contribución a la ciencia, a la tecnología y al conocimiento en general.

Nuestro futuro sigue siendo imprevisible. ¿Somos los venezolanos de hoy los mismos de ayer? ¿Lo que nos ha ocurrido en todo este tiempo de tragedia colectiva nos ha mejorado? Si así fuera podemos prever un futuro mejor, si no, seguiremos por el camino de siempre y todo el sacrificio, el dolor y las pérdidas sufridas por la inmensa mayoría de nosotros en estos 24 años de horror se habrán perdido, como se han perdido otras oportunidades de rectificación a lo largo de nuestra historia.

 

 


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