La política venezolana se ha convertido en una especie de fábula novelada. Tanto del lado del gobierno como de la oposición se dan relatos asombrosos que nos conducen a una moraleja: desde nuestro nacimiento como República, 213 años después, todavía somos víctimas de la barbarie política.

Es momento de reflexionar. El sentimiento de orfandad y tristeza se mueve en las bases opositoras y en las bases chavistas con la misma intensidad.

A la oposición

Juan Guaidó, la última esperanza de un sector opositor, se fue caminando. Atrás quedaron los tiempos cuando Iván Duque lo recibía en Colombia como un rockstar, como un presidente. La imagen de un hombre solitario y abandonado a su suerte le acompañó en su llegada a Estados Unidos, atrás quedaron los días de ser custodiado por el servicio secreto, la alfombra roja, reuniones en la Casa Blanca e invitado especial en el discurso del Estado de la Unión.

El drama de Guaidó no es motivo de burla sino de una profunda reflexión. Se equivocan quienes ven el fracaso de un hombre, estamos presenciando el último quiebre de un sector opositor que en 25 años de gobierno chavista ha tenido varias oportunidades de generar un cambio político, pero los errores de siempre terminan hundiéndolos y fortaleciendo a la Revolución.

Como si se tratara de una maldición generacional, la escena se repite una y otra vez. En 2002 (logran sacar a Chávez del poder por 48 horas); 2015 (mayoría parlamentaria), 2017 (intensas protestas en el país), 2019 (gobierno interino con apoyo de más de 59 países y millones de dólares). El factor común en todos estos eventos es el mismo: soberbia, egoísmo, triunfalismo, ambición, exclusión y falta de claridad en los objetivos.

Mientras la oposición no cambie su concepción sobre la defensa de la democracia, mientras esté liderada por ególatras y enfermos de poder, no hay posibilidad de cambio.

Debe generarse un deslinde y una purificación dentro de los sectores opositores. Es hora de deslindarse de la oposición inmediatista e incendiaria que lleva más de una década diciendo “al régimen le queda poco”; hay que deslindarse de la oposición golpista, guabinosa, corrupta, de los que siempre hacen un cálculo económico o político; hay que deslindarse de la oposición tutelada que antepone los intereses extranjeros frente a los intereses del país.

Al chavismo 

Para mí, para mi madre, para mi padre, que apoyamos de corazón a Hugo Chávez y soñamos con aquella Venezuela dibujada en la Agenda Alternativa Bolivariana (eso del socialismo del siglo XXI vino después), se hace difícil asumir que el chavismo ha entrado en un proceso de autofagia y puede terminar comiéndose a sí mismo.

El chavismo debe tomar drásticos correctivos en lo político, lo económico, lo ético y lo moral. Después de 25 años en el poder, le falló a su gente. Los elevados niveles de corrupción no son capaces de sostener el llamado al sacrificio que constantemente se le hace al pueblo. No deben abusar de la nobleza y la paciencia de la base chavista, del venezolano que sigue esperanzado aguantando la crisis mientras un grupito vive en una burbuja de riquezas.

Con urgencia la Revolución debe dar un viraje. El chavismo no puede seguir siendo su propio contralor, le urge abrir el juego político para que una oposición renovada, democrática y nacionalista pueda hacerle el contrapeso necesario. Este escenario es posible construirlo a partir de las elecciones generales de 2025.

La oportunidad

Venezuela tiene la posibilidad de superar la crisis política a través de las elecciones presidenciales del 2024, para ello, es urgente construir un acuerdo político que garantice el proceso electoral, los resultados y la gobernabilidad. Por otro lado, el país ha entrado en un difícil espiral de demandas sociales y se requieren acuerdos que solucionen las necesidades de los venezolanos.

Alcanzar un acuerdo político y socioeconómico, sólo es posible a través del diálogo y la negociación. Lamentablemente, los mecanismos hasta ahora implementados no han arrojado los resultados esperados, necesitamos reformatear México bajo premisas básicas:

  1. El diálogo no puede darse a partir del conflicto entre oposición y gobierno. Debe iniciar a partir de las demandas más urgentes del pueblo venezolano, de la economía, del manejo de la crisis petrolera, de la urgente necesidad de construir un acuerdo político para el 2024 y un Pacto de Estado que garantice la convivencia política en las próximas décadas.
  2. Separar el proceso de negociación en dos, uno donde se discuten las sanciones, el cual puede tener por sede Colombia y otro donde se negocien las urgencias del país, el cual puede permanecer en México o trasladarse a Caracas.
  3. Debe incluirse una representación de toda la oposición.
  4. Es importante crear el Comité de la Sociedad Civil para el Diálogo, en el que participen ONG, consejos comunales y otras organizaciones del Poder Popular. Se trata de un mecanismo complementario para elevar las propuestas y recomendaciones de los venezolanos. ç
  5. Estados Unidos no puede permanecer como un observador ajeno al conflicto y debe asumir su rol como un stakeholder que es parte de la crisis venezolana.
  6. Adicionar al rol de facilitador del Reino de Noruega, países de la región que son interlocutores de peso global como Brasil y Colombia.

Alerta

Venezuela está en peligro de enfrentar un gran daño patrimonial y la imposibilidad de recuperar su espacio en el mercado financiero internacional.

Hasta el 2020, la deuda externa derivada de bonos emitidos por la República superaba los 60.000 millones de dólares más intereses.

A finales del año 2017 el país dejó de cumplir con el pago de intereses más capital correspondiente a los bonos de Pdvsa, Elecar y los de la República. En agosto de 2018 Venezuela entró oficialmente en default. En 2019 llegaron las sanciones de Estados Unidos y entre ellas existe una medida que prohíbe a los fondos estadounidenses renegociar títulos emitidos por Venezuela.

El Comité de Acreedores de Venezuela (VCC por sus siglas en inglés) ha manifestado su disposición a negociar un acuerdo para suspender el reclamo judicial hasta poder reestructurar la deuda. El 30 de marzo, el gobierno de Nicolás Maduro aprobó el “Período Sol”, el cual establece que todos los plazos de prescripción y caducidad aplicables a los Bonos y a las Acciones de Ejecución, quedarán diferidos y suspendidos hasta el 31 de diciembre del 2028 o 90 días después de que Estados Unidos levante las medidas que impiden una reestructuración de la deuda.

Lamentablemente, el problema no se resolvió, pues Washington no reconoce oficialmente al gobierno de Maduro. Frente a este escenario, los tenedores de bonos tienen dos opciones: a) que los representantes de la Asamblea Nacional 2015 (reconocidos por el gobierno norteamericano) también apoyen y convaliden el Período Sol; b) que el gobierno de Estados Unidos flexibilice o levante la prohibición de transar los papeles venezolanos.

Si ninguna de estas dos opciones se concreta, los acreedores están obligados a emprender acciones legales antes de octubre de 2023. Se estima que la sumatoria de las distintas demandas puede sobrepasar los 120.000 millones de dólares más 35 millones de dólares por concepto de honorarios legales.


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