En nuestra amada Venezuela se habla de elecciones, de primarias, pero se habla poco de medidas urgentes para terminar con el hambre y las enfermedades que aquejan a tantos venezolanos, mientras es constante ver a la gente deambular buscando comida y medicinas a cuentagotas para sobrevivir.

Las condiciones precarias del venezolano merman cada día, razón por la que el peregrinaje no se detiene buscando nuevos horizontes lejanos.

Hoy lloran las madres, mujeres, hombres y niños sin escuelas, sin la conducción formativa de los primeros años. Todo se ha dejado a los vaivenes y estrategias de la política partidista.

El hecho se ha extendido por todo el territorio nacional, venezolanos hurgando en la basura y los supuestos líderes políticos han convertido esas acciones en una costumbre. Una cosa es decirlo, pero otra muy distinta es verlo, no por fotos, ni videos, constatarlo personalmente y no poder hacer nada.

Caminando por un sector de la capital del estado Nueva Esparta, La Asunción, me encontré con una infeliz realidad. Vi a un niño con rizos dorados, piel quemada por el sol.

–Hola –lo saludo y le doy un toque con la mano en su cabeza, pero no responde– ¿Cómo te llamas?

–Julián –dijo en voz baja.

El niño no estaba solo, lo acompañaban dos hermanitos, tal vez mayores, y la mamá, todos hurgando en las bolsas de basura. Julián no tendría más de 7 años de edad, rostro pálido, se notaba confundido y la piel manchada por el contacto con tanta basura.

Mientras sus hermanitos registraban intensamente en el basurero, como cuando los niños  buscan los juguetes que le trae el niño Dios, la madre ni se percató que era observada. Ramírez es el apellido de la familia. Contaron que el día anterior fue mejor porque recogieron más comida y hasta un par de zapatos encontraron.

Los tres niños no tienen padre y la mamá también se rebusca pidiendo en las calles. Un escenario patético que muestra la decadencia humana.

Nuestra querida isla Margarita, la Perla del Caribe, no escapa de la pobreza crítica. Es la triste realidad de apenas un grupo familiar. ¿A quién le conmueve todo esto? ¿Acaso los líderes políticos no tienen compasión?

Me quedé pensando y a la vez sentí el mismo terror cuando vi por primera vez la serie apocalíptica The Last of Us. ¿Estaremos en los tiempos finales de la destrucción del hombre por el hombre?

Una involución hacia la selva. El hombre de hoy mata para comer, ataca por instinto y roba para sobrevivir o por la voracidad irracional. Se me quebró el corazón.

El descalabro social en una región caracterizada por la tranquilidad y por ende para el disfrute familiar, es una utopía.

Recuerdo dos hechos, finales de 2016 y principios de 2017. El asesinato de Dhanna Zuyen Aponte Zerpa, de 28 años de edad. El día 21 de diciembre de 2016 fue hallada desnuda y sin vida dentro de un tanque de agua de concreto de 2 metros de altura, que estaba ubicado en el patio de la casa, residencia donde vivía desde hacía cuatro años. Fue estrangulada, robada, violentada dentro de su hogar para ser trasladada muerta por el pasillo de su residencia, la bajaron por las escaleras, atravesaron la planta baja hasta llevarla al final del patio, subieron por un andamio, corrieron la tapa de concreto pesado del tanque y la dejaron ahí escondida durante casi 24 horas donde finalmente fue encontrada.

El 4 de enero de 2017, el niño Sebastián Asdrúbal falleció por falta de ambulancia que lo trasladara a un centro de salud, después de un arrollamiento en la vía pública. El niño pudo ser salvado, pero por más de una hora padeció y se desangró, finalmente fue llevado a la morgue del hospital Dr. Luis Ortega en una unidad policial. En la morgue los parientes tuvieron que comprar el formol.

Apenas son dos hechos de los más conocidos que convulsionaron a la sociedad neoespartana.

El país está bloqueado por agresión y urge detener la avaricia de los sectores de poder, para darle paso a la convivencia humana. Solo así podremos encontrar la salida a este laberinto mortal.

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