El odio es la furia de los débiles. Cuando nuestro odio es demasiado vivo nos coloca por debajo de lo que odiamos. El amor y el odio, sentimientos infinitos, no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro. El odio es un sentimiento que solo puede existir en ausencia de toda inteligencia. Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga y en ese «corazón del pueblo» residía reinantemente un odio exacerbado. Hurgando en el baúl de las memorias, en el primer plan de la patria, estructurado durante el mandato del extinto intergaláctico, se hablaba del fortalecimiento de la ética socialista. Este calificativo propició valores que apuntaban hacia la división y el mismísimo odio. Hoy en día ese “fortalecimiento” tiene sus frutos.

Hay un instrumento aprobado por la abominable «ANC» en el año 2017 que tiene el sectarismo en su médula espinal y es utilizado a capa y espada por el régimen de facto. Este mecanismo legal viola los artículos 202, 49, 51, 57, 58, 62 y 68 de la Constitución; los artículos 6, 11, 18, 19, 20 y 21 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los artículos 18 y 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. La pretendida y espuria ley proviene de una instancia ilegítima y no se consultó a todos los sectores del país, además, no deja claro elementos fundamentales como, por ejemplo, el concepto de odio y amor. Con esta ley, el régimen reconoce que ha incentivado la confrontación por más de 20 años y que lo ha fomentado a gran escala. Este instrumento evidencia que ellos no han promovido valores para forjar una sociedad democrática a fin de evitar que el odio sea parte de ella; el régimen de facto ha fracasado en incentivar figuras para la convivencia entre los ciudadanos. En el fondo, la Ley contra el Odio no está alejada de las leyes fascistas como las de Núremberg.

Para seguir desglosando esa normativa, se pretende penalizar la disidencia política al tipificarla como delito, imponiendo sanciones penales, administrativas y tributarias «en flagrante violación del derecho al debido proceso y a la presunción de inocencia». Sin piedad alguna. En el artículo 20 de la ley se establece una pena de 10 a 20 años de cárcel a “quien públicamente (…) fomente, promueva o incite al odio, la discriminación o la violencia contra una persona o conjunto de personas”. Es decir, con esto se abre la posibilidad de que sean evaluados por los parámetros de esta ley la opinión expresada “mediante cualquier medio apto para su difusión pública” y formas de expresión como los comentarios en las redes sociales, que podrían convertirse en delitos. De esa manera intentan legitimar el abuso de poder y coartar la protesta ciudadana en contra de la crisis, penalizándola de la misma forma que un asesinato. Hablan del reconocimiento, palabra que han utilizado pero que no han practicado jamás, me pregunto: ¿será que van a ser ahora ellos los analfabetas funcionales que reconozcan que destruyeron el país?, ¿será que van a censurar todos los programas del canal 8 empezando por la cloaca destapada de Zurda Konducta o el adefesio mal hecho de Con el mazo dando?

Aunque los frutos más peligrosos engendrados por el mismísimo intergaláctico van más allá de nuestras fronteras, si las masas pueden amar sin saber por qué, también pueden odiar sin mayor fundamento y odiar, lamentablemente, es el pan nuestro de cada día. Sobrevivimos en una sociedad inmersa en la intolerancia y la agresividad que raya en el más cruel desprecio por aquellos que piensan distinto o tienen algo distinto. Discursos incitando a la violencia, la polarización, la exclusión y el odio, fueron sembrados amargamente en la colectividad. Actualmente la están cosechando los detestables herederos estalinistas y polpotianos.

Para fomentar aún más el odio entre clases y razas, alimentan la desconfianza que es un sentimiento en el que predomina la sospecha de que la información recibida es falsa o engañosa. Dichos y hechos se evalúan de forma preconcebida para demostrar intenciones posiblemente irreales y adoptar reacciones defensivas. La corrupción, el robo y el delito ya no son la excepción, sino la regla. “Piensa mal y acertarás” es el lema del reino de la mala fe, donde a las personas confiadas se les considera tontas o ingenuas. Desde abordar un taxi hasta cerrar un contrato público o privado para hacer empresas o proyectos rentables. La sana prudencia se transforma en la exigencia exagerada de condiciones que elevan los costos y perjudican a consumidores, productores, gestores, empleados y trabajadores, porque todos pagan la lógica perversa de la desconfianza. En fin, la desconfianza absoluta y el odio acérrimo hacia el prójimo solo existe en Estados fallidos. Y el paraíso de la confianza total es el otro extremo teórico de un continuo en el que el respeto a la ley y el orden están de por medio.

El reto más grande que debemos tener todos los ciudadanos es de elevar nuestro grado de conciencia, rescatar nuestros valores, agigantar nuestro sentido de pertenencia y compromiso ciudadano con la sociedad en la que convivimos para así contribuir con la disminución del odio descollante que se respira en el ambiente. Pasa al igual por el claro y transparente reconocimiento de las partes, sean ideológicas o sociales para la reconstrucción del país. Reconocer es de suma vitalidad. La descentralización es esencial. Podemos ir a un país donde operen realmente las instituciones, donde se recupere la gramática de la reconciliación. Cada ciudadano, gremio, sindicato, medio de comunicación y partido político tiene su rol y su espacio en la sociedad, pero se debe recuperar y mejorar. No hagas lo que todos hacen, sé tú la diferencia porque quien con monstruos lucha tiene que cuidarse de no convertirse en uno.

@JorgeFSambrano

#RendirseNoEsUnaOpcion


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