Llegar a las elecciones regionales del próximo 21 de noviembre le ha costado al pueblo venezolano sangre, lágrimas, frustración y un elevado costo político para quienes hemos defendido la negociación y la vía electoral como única salida a la crisis.

Gran parte de la oposición de este país abandonó la ruta electoral a partir de la crisis institucional de 2017. Desde entonces, marchas, protestas, la instauración de un “gobierno interino” y hasta la contratación de mercenarios para desalojar a Nicolás Maduro del poder, han sido parte de los recursos utilizados por quienes abandonaron el ejercicio de la política para jugar al realismo mágico.

Frente al fracaso del interinato y sus aventuras, lo cual solo sirvió para fortalecer y cohesionar los cimientos del chavismo, debemos reconocer que un sector perteneciente a la oposición moderada y democrática del país nunca abandonó la lucha por obtener condiciones electorales. En este sentido, los dos mayores retos eran alcanzar un CNE aceptable para las partes y acompañamiento internacional.

Hoy tenemos un CNE más equilibrado con participación de la sociedad civil; nos acompaña la Unión Europea, el Centro Carter, la ONU, entre otros. Sin embargo, no contábamos con que el mayor obstáculo para el proceso electoral sería la falta de unidad entre los factores de oposición. Esto simplemente es inentendible e imperdonable.

La oposición venezolana camina dividida hacia un evento electoral que no resolverá la crisis compleja, pero es la oportunidad perfecta para reconfigurar un nuevo escenario político. Los venezolanos no merecen perder esta oportunidad de triunfo por una confrontación entre la MUD y la Alianza Democrática, entre Henry Ramos Allup y Bernabé Gutiérrez, quienes se acusan mutuamente para ver quién es menos “alacrán”, “colaboracionista” y “dialoguista”. La verdad es que aquí no hay impolutos.

Si hubiesen apartado el infantilismo político en función de darle a los venezolanos una ruta esperanzadora para salir de la crisis, la oposición obtendría unas 10 a 12 gobernaciones estratégicas y emblemáticas, nada mal para partirle en dos la cancha de juego al oficialismo. Lamentablemente creo que estamos muy lejos de este resultado.

Toca reconocer que si alguien trabajó en la búsqueda de la unidad y quizás sea quien se lleve el costo político más alto del proceso, es Henrique Capriles. No le faltó voluntad, pero sí muchísimo apoyo.

Dentro de esos esfuerzos por buscar candidaturas unitarias, fue un error definirlas por encuestas y no por primarias. Personalmente no soy fan de las encuestas, como diría el profesor Fernando Mires: “La verdad es que creo más en horóscopos que en encuestas”. Una encuesta es la fotografía de un momento basado en opiniones, las cuales no son unidades mensurables ni definitivas, por el contrario, en política son muy cambiantes.

Una candidatura unitaria debe ir más allá de los sondeos de intención del voto. La valoración debe ser integral considerando, entre otros aspectos, la capacidad del candidato, maquinaria para la movilización y capacidad en la defensa del voto. Estos últimos dos elementos están ausentes en la mayoría de los candidatos de la MUD, debido a que los partidos políticos allí congregados vienen de un proceso de decrecimiento y desmovilización.

En el caso de Carabobo, por ejemplo, Javier Bertucci quien es conocido por su liderazgo político-pastoral y su potencial movilizador, pidió realizar primarias mientras Enzo Scarano se negó alegando que estaba de primero en las encuestas. Pues exactamente el mismo escenario se presentó en el estado Miranda, donde Carlos Ocariz se perfilaba bien en las encuestas pero el clamor popular, la maquinaria y el liderazgo favorecía a David Uzcátegui, lo cual le mereció convertirse en el candidato unitario, ¿por qué no sucedió igual en Carabobo? Es evidente que Enzo Scarano volvió a Venezuela con la bendición de un sector del gobierno, para Rafael Lacava ha sido más fácil polarizar con el exalcalde de San Diego que con el pastor. Por muchos intentos de Henrique Capriles por lograr un candidato de unidad en ese estado, Scarano de igual forma llegaría hasta el final con o sin la tarjeta de la MUD, esa es la tarea encomendada.

A menos que exista una votación masiva y el voto castigo se imponga, este 22 de noviembre tendremos un mapa rojo rojito. El oficialismo jugará cómodo como siempre, la formula cero mata cero, es decir opositor vs opositor les funciona bien.

El 22N tendremos un cementerio político esperando por los autosepultados y será difícil pensar en la continuidad de la lucha por la reinstitucionalización del país sin antes renovar el liderazgo político opositor.

Se incrementará la decepción y la frustración de la población, quienes imposibilitados de migrar preferirán quedarse y aceptar con resignación la perestroika del chavismo sobre la cual vengo hablando desde noviembre de 2019, de hecho el fenómeno de aceptación ya está ocurriendo. El más reciente estudio de Latinobarómetro arroja que 45% de los venezolanos asume que la democracia en su país tiene grandes problemas y a 55% no le importaría que un gobierno no democrático detente el poder siempre y cuando resuelva los problemas.

Tendremos chavismo para rato y los radicales que, ni lavan ni prestan la batea, saldrán a gritarle al mundo “en dictadura no se vota” al tiempo que arremeterán contra los defensores de la vía electoral.

Quienes consiguieron en la crisis una forma de vivir y lucrarse, seguirán pidiendo licencias a la OFAC para mantener sus gastos en nombre del sufrimiento de los venezolanos.

En definitiva, si no ocurre un milagro electoral, el 22 de noviembre habremos vuelto al panorama del 16 de octubre de 2017. El oficialismo ganará 4 años más de poder y costará mucho volver a hablar de participación electoral.


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