Gracias a todos estos años de destrucción de las industrias básicas y, específicamente, Pdvsa, todos los venezolanos estamos condenados, directa o indirectamente, a la falta de hidrocarburos básicos que se necesitan para vivir adecuadamente. Dos ejemplos que vemos a diario, en cualquier parte del país, son las kilométricas colas de automóviles para surtirse de combustible y las ingentes cantidades de personas a las afueras de los llenaderos de gas doméstico, en su mayoría expropiados por el régimen. Esta situación es peor aún cuando ocurre en un país que dice tener las reservas más grandes de petróleo y de gas natural en el mundo. Me permito afirmar una vez más que dejamos de ser un país petrolero.

Quien afortunado de tener un carro propio y asumir los elevados gastos de mantenimiento, debe soportar surtir de un combustible de baja calidad a un alto costo, proveniente de un país con condiciones peores que las nuestras, pero coincidente en su alianza política. Las seis refinerías internas de una alta capacidad de producción dejaron, prácticamente, de funcionar desde hace años; y las 18 que poseíamos en el exterior fueron negociadas, vendidas o no se sabe sobre su estatus o destino. Sin dejar de mencionar que el ciudadano de a pie, quien aparentemente se beneficia del transporte públicos –arriesgándose al contagio en tiempos del covid-19– debe pagar una diferencia al chofer, propietario o avance de la buseta o autobús, que se aguanta largas horas con paciencia infinita, para llenar su tanque.

El tema del gas doméstico se agrava a pasos agigantados. Ya ni las largas esperas a las afueras de los llenaderos de bombonas son suficientes porque, al igual que el combustible, no tenemos la capacidad de producir gas doméstico para el consumo de todo el país, con un poco suerte de tres estados que poseen tubería de gas para proveerlo a una parte de sus habitantes, y el resto del país condenado al suplicio de cocinar en hornillas eléctrica, cuando hay luz, o seguir la desfachatez del régimen que manda al ciudadano a cocinar en leña, porque su ineptitud no da para buscar una pronta solución.

Los responsables de esta escasez son los mismos que se excusan o trasladan la responsabilidad de la destrucción de nuestra principal industria básica a otros. La razón de la destrucción es obvia: desde que tomaron el poder su objetivo era exprimir a la gallina de los huevos de oro para alimentar su proyecto político, dentro y fuera del país, y luego destruirla. Siempre simularon que la destrucción y deterioro de la industria era causada por supuestos ataques externos e internos, bloqueos de personas u organizaciones de países que no estaban de acuerdo con el llamado gobierno bolivariano.

En 20 años hemos entendido que el propósito de su modelo político es, simplemente, la destrucción de todo aquello que genere prosperidad y otorgue libertad personal a los ciudadanos. Para ello necesitan que el pueblo sea sumiso y dependiente de las dádivas que el régimen pueda y decida otorgar a unos pocos elegidos. Sin embargo, el venezolano también ha aprendido a resistir y persistir para tomar un mejor camino hacia la reconstrucción tanto de nuestra principal industria básica como de un nuevo país.


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