El capítulo llamado “Venezuela”, en Pobre negro, es de un simbolismo hermoso. Con una crudeza desgarradora, la imagen de una mujer sufrida a la que un batallón desmoralizado del gobierno mata a sus hijos para dejarla sola entre ellos en una balsa, “muda y trágica”, “cual si buscase un rumbo”, sugiere a un país herido que pareció haber perdido la razón y su orientación, tras la devastación de la guerra.

El dolor puede sumir en la postración, algo que a veces es percibido por otros como flojera, indolencia y conformismo. Esta situación de vulnerabilidad genera dependencia, fomenta recelos, desconfianza en los demás y un sentimiento de inferioridad en el que se ha acostumbrado a ser usado como “cosa”. El maltratador lo sabe, pues su objetivo es lograr la sumisión. Fue algo que se vivió entonces y lo que este gobierno pretende lograr con nosotros.

La novela de Gallegos se ubica en el contexto de la recién abolida esclavitud y la pujante búsqueda del modo en que se canalizaría el nuevo camino que se abría a la democracia, entendida en términos de igualitarismo y justicia social. Ahora, igual que antes, estamos en tiempos delicados y frágiles que pueden conducir a un “abismo” que nos trague a todos, como se lee en la novela que sucedió entonces (la Guerra Federal) si no ahondamos en lo que ocurre.

Tras la caída de Pérez Jiménez y en medio de una transición difícil, solo me atrevo a decir, en breve, que faltó formar en democracia, en civilidad, en hábitos de trabajo y profundizar en algo muy concreto que advertimos hoy con mayor claridad: la extraña relación que tenemos los venezolanos con la ley y la libertad, por una deficiente comprensión de lo que es la persona humana.

En la novela de Gallegos hay un personaje interesante que puede iluminar nuestros tiempos. Se trata de Cecilio el viejo, tío de Cecilio el joven y de Luisana Alcorta. Enamorado de Ana Julia Alcorta, muerta tras dar a luz a un niño, fruto de la violación de un esclavo llamado Negro Malo, hizo suya la misión de “velar” por este muchacho llamado Pedro Miguel, símbolo del mestizaje que daría fruto nuestro pueblo.

Cecilio el viejo buscó ayudar a los esclavos a procurarse una vida que fuese una “forma de existencia realmente humana”. En su aspiración de reivindicarse socialmente, “encontrarse a sí mismo” y abrirse camino en la vida, Pedro Miguel empieza a rebelarse y a difundir las ideas liberales entre los esclavos. Tergiversa las intenciones de Cecilio el viejo y dice a los suyos que el propósito del ofrecimiento de tierras para que las trabajasen respondía a que los amos deseaban “eludir la obligación de mantenerlos”. Cecilio busca al muchacho y le explica algo esencial: además de calumniarme, “lo grave, lo verdaderamente grave, es que por ignorancia o por obcecación, te constituyas en traidor de la causa que pretendes defender. Esa gente tiene puesta en ti toda su confianza, y tú abusas de ella al fomentarles rencores, sin ofrecerles soluciones de sus problemas”.

Cecilio le hace ver a Pedro Miguel que al acosar se ha transformado también en el acosado. Al destruir las haciendas y las fuentes de trabajo, más que salvar a los suyos de la injusticia, estaba conduciéndolos a la muerte. Cecilio le explica que con el ofrecimiento de las tierras a los esclavos, está intentando “elevarlos a la categoría de personas”, al enseñarles a ser independientes. Con el resentimiento, en cambio, ¿qué se logra? “¿Cuáles son tus planes?”, pregunta a Pedro Miguel. “¿La rebeldía? ¿Simplemente la rebeldía?”.

¿Qué se hace con la pura rebeldía? ¿Qué se hace con la libertad, tras destruir las cosechas solo porque eran de mantuanos? Cecilio media entre Cecilio el joven y Pedro Miguel. Comprende ambos contextos, perspectivas y personalidades. Los dos son distintos, pero el país los necesita a ambos, porque el país es de ambos. Cecilio el joven estudió en el exterior y llegó a Venezuela como una promesa de ser catalizador de cambios. Piensa en los problemas de un país al que quiere, pero le falta un poco de “desorden” que le haga creativo y le lleve a la acción. Le falta “humanidad” en sus explicaciones. Pedro Miguel, lleno de vida y de amor al campo, necesita, en cambio, un poco de “orden” para canalizar sus ímpetus. Le falta disciplina y una educación formal. Necesita de la contemplación. Cecilio el viejo busca que se conozcan, que interactúen y se comprendan, pues el país necesita de la contemplación y de la acción.

Lo clave es que Cecilio el viejo quiere elevar a los esclavos al nivel de personas. Procura que a través de un trabajo responsable se hagan efectivamente hombres libres. La costumbre de asociar el trabajo a la condición de esclavitud, impidió tal vez que se le comprendiera como un medio que dignifica y no como un castigo. Esta liberación abrupta en la que no hubo tiempo ni sosiego para asimilar los procesos explica no solo el regreso de los libertos a sus antiguos amos, sino la posterior dependencia del Estado a lo largo de nuestra historia. Una serie de variables (el caudillismo, las dictaduras, y no un defecto genético: la raza) nos ha dificultado valorar que el trabajo nos perfecciona y centra existencialmente en el mundo. En aquel momento no abundarían mantuanos como Cecilio el viejo, que comprendieran a fondo lo que podrían estar sintiendo sus esclavos. Elevar a alguien al nivel de persona presupone considerarlo ya como persona y no sé hasta qué punto estas fueron las razones más íntimas que motivaron la abolición de la esclavitud. No sé si supieron explicar los cambios, ante todo, a los esclavos.

Estos se dieron cuenta, tras la destrucción de las haciendas, de que ya no tendrían dónde ganarse la arepa, porque le habían pegado “candela a lo ajeno hasta decir bueno está…”. Algunos regresaron porque tenían hambre. Otros habrán preferido su independencia, pero en general, las circunstancias no facilitaron que el trabajo fuese comprendido como un medio para rendir los propios talentos. La dinámica del país lo hizo difícil.

Este gobierno, tras sus reclamos de justicia social, ha hecho tristemente de la “bandolería” y del “pillaje” los medios para obtener solo “poder y riqueza”, como refiere Gallegos que ocurrió entonces. Ha hecho del país un caos y carga en su conciencia crímenes de lesa humanidad. La realidad pide apertura: de las fuentes de trabajo, de la mente y del corazón, de las cárceles y las fronteras, así como del camino hacia un nuevo país. Para evitar que Venezuela pierda el rumbo hay que dar pasos racionales. Y lo propio de la razón es tender a la unidad, a lo más apegado a la necesidad real, sobre todo ante el peligro de la disgregación.

Gallegos vio con claridad que había dos niveles de esclavitud: si uno existía era porque había otro más fundamental. Por eso hace depender la esclavitud física de la espiritual. Se lee así que Cecilio el viejo vislumbra el desarrollo de la historia del país y, tras citar unos versos del “Infierno” de Dante, alude inmediatamente a la redención: al día en que Cristo regresó al seno de Abraham porque él es la vida, “un gran río” que avanza hacia el futuro, a veces retrocediendo, pero siempre como “¡el gran río del amor esparciendo sobre la tierra el linaje humano!…”. A la traición del origen, Dios respondió con la entrega de su hijo para que nuestra libertad no fuese más esclava: algo que se refleja en la novela como el camino que advertía Cecilio que conduciría a un nuevo país, pues liberados de la esclavitud verdadera, la otra (esa democracia que estaba naciendo) sería una realidad algún día. Ese ideal sigue buscando su forma y hay que procurar que la racionalidad nos dirija para que logre encontrarla.

Pienso que, para Gallegos, el río de Abraham es una especie de corriente mística oculta tras los acontecimientos. Él vio con claridad que así como no era solo la ley lo que vencería a la barbarie, así tampoco se obtendría la libertad solo por haberse abolido la esclavitud. La verdadera libertad no se encuentra eludiendo el trabajo que es, por el contrario, lo que libera de la dependencia y de la desorientación; lo que centra en el mundo y nos conduce a una sociedad próspera. Trabajar supone un esfuerzo de autoposesión de la propia intimidad y de la propia vida. Es el medio para hacerse persona.

La mediación del amor y de la ternura característica de la mujer, se presenta también para Gallegos como necesaria para unificar las diferencias: un amor que como el de Cristo en la cruz, saca de la postración de la esclavitud para elevarnos a la categoría de hijos de Dios: de personas. Si Dios ha liberado a los cautivos (Sal 145,7), ¿quiénes somos los hombres para esclavizar a nuestros hermanos?

La Virgen, la gran mediadora, es quien mejor puede desatar los nudos que esclavizan a Venezuela, impidiéndole abrirse a caminos de trabajo y canalización de tanta creatividad reprimida; impidiéndole confiar en que podemos cambiar.

Somos un país potencialmente rico en recursos y en los talentos de su gente. Pienso que podemos ser capaces de discernir un camino creativo en medio de este desorden: por la cruz se va a la luz.


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