Como hace tanto tiempo que este no es un país normal, muchos se deben haber olvidado de la disposición al trabajo que siempre ha caracterizado a los venezolanos. Desde muy temprano en la mañana las paradas de autobús o el Metro de Caracas estaban siempre abarrotados de gente que madrugaba para llevar a sus niños al colegio y luego ir a su lugar de empleo.

En todos los niveles, el venezolano nunca le dijo no al trabajo honrado. Siempre estuvo dispuesto a avanzar, y por eso la movilidad social durante los 40 años de democracia fue una de las características más encomiables y que distinguió al país en toda América Latina. Para eso estuvo siempre a mano la universidad pública, pero también los politécnicos y los institutos tecnológicos.

Es verdad que mucho de eso se ha perdido, y hasta desaparecido con la pandemia. Se impuso en muchos casos (los que pudieron) el teletrabajo, pero además los pocos que siguen teniendo oficina ahora se enfrentan con la falta de transporte. Y sin embargo, se ve a la gente caminando desde la madrugada para mantener a toda costa el empleo.

Era de suponer que lo mismo sucediera con los más de 5 millones de venezolanos que tuvieron que emigrar. La mayoría lo hizo con la intención clara de conseguir un trabajo digno que les permitiera ayudar a su familia. Lo han declarado incluso los pobres que cruzan a pie las fronteras de Suramérica.

Así que no es de extrañar que destaquen en los países que los recibieron y muchos lo hacen con el corazón lleno de agradecimiento por la oportunidad que les brindan, como los más de 1 millón que se fueron a la vecina Colombia, en donde el gobierno los ha tratado con respeto y les da un estatus que les permite reconstruir su vida.

Historias como la de la actriz Alba Roversi el fin de semana se hizo viral que, después de 30 años de carrera artística, se gana la vida repartiendo paquetes en Las Vegas son las que más se repiten en todas las latitudes. Miles de venezolanos, cientos de miles, han asumido el trabajo con dignidad, aunque no tenga nada que ver con su preparación. Está más que estudiado que la nuestra es una inmigración de alto nivel académico, pero no por eso mostramos soberbia. Todo lo contrario, la mayoría de los que han tenido que dejar el país, insistimos, agradece cualquier oportunidad para empezar de nuevo.

Lo más deseable es que todos puedan retornar algún día, que todo lo que aprendan y la experiencia que obtengan la puedan poner al servicio de la recuperación del país. Son muchos los que anhelan un cambio de gobierno para regresar. A pesar de incidentes como lo ocurrido en Iquique, muchos no tienen sino buenas palabras para referirse a la acogida que han recibido en otras naciones. Pero siguen pensando en Venezuela, en sus querencias, como decía el tío Simón. Y es el anhelo de todos que en un futuro no muy lejano nos volvamos a encontrar.

 


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