Petro venezolanos
Foto: AFP

Oficialmente, según la Organización de Naciones Unidas, somos el primer país del mundo en materia de refugiados, de migrantes, de huidos. Compartimos de cerca el lamentable honor con una nación invadida por los rusos: la valerosa Ucrania. De cierto modo, también Venezuela ha sido invadida. Invadida por el terror que impone el ejercicio del poder despótico. Único culpable de que se produzca este fenómeno impensable veinte años atrás.

Así, el estrago causado se expande por el mundo. El régimen de Nicolás Maduro se ha convertido en enemigo de la humanidad. Aunque esta no termine de darse cuenta. Hay algo peor: no se va a detener la emigración venezolana si se evalúan las causas que la incrementan. El lema «Venezuela se arregló» no pasa de ser concierto para incautos. Nuestro país es un Estado descompuesto. Aquí no existe legalidad alguna ni institucionalidad. Cerrar el cause a la juventud en su posible desarrollo humano, impidiéndole su formación y el trabajo productivo, cercenándoles el futuro, obliga a correr espantados adonde sea, como sea.

El venezolano busca la vida que aquí se le niega, el respiro que aquí no tiene. La destrucción del trabajo, de la educación, de la salud, de los servicios, la inseguridad permanente con respecto a algo, a lo que sea, a la protección de la vida o de los bienes, causa impacto, causa espanto. Sin lugar a dudas, el coterráneo sobrevive aterrado. El sometimiento expansivo de la población, cierra todas las puertas. Es el control social por medio de la alimentación, son las fuerzas de seguridad, es la limitación permanente a la expresión en manifestaciones o a través de medios censurados. Es la falta de libertad política que padecen los partidos en sus líderes y en sus instituciones. Es la intención de desaparecer gremios y sindicatos, pero también a los sindicalistas y gremialistas.

No solo es el hambre. Es el límite descarado al desarrollo medianamente armónico de la vida. Es un país que no considera para nada los derechos humanos, que no respeta acuerdos internos ni internacionales, que persigue, que tortura, que mata, que envía mensajes permanentes de amenazas a la sociedad indefensa. ¿Qué otra cosa es la multa que pesa sobre unos rectores universitarios que solicitaron ante un supuesto tribunal -brazo jurídico del régimen-, en una nación que viola hace años la separación de poderes, acompañada de señalamientos por soliviantar a la sociedad? Desconocer a ese «tribunal» y sus órdenes se convertiría en una temeridad; el mensaje no está dirigido a los rectores, no solo a ellos. Toda la sociedad va involucrada en esa decisión contraria a la realidad laboral, además.

Aterrados, los venezolanos huyen de la invasión de la plaga del siglo XXI instaurada en el poder. Unos hablan de diálogo por enésima vez, otros de cohabitar políticamente, de elección primaria para una secundaria, mientras los terroristas se ríen incólumes desde su posición de toma y control del país tomado. Desde luego que buscaremos seguir yendo a las calles. Desde luego que con la primaria se presiona cívicamente, con la idea de conquistar, entiéndase bien, conquistar, una elección presidencial libre, sin la cortapisa de la intervención del régimen con su brazo electoral. Con otro consejo, estructurado de otra manera, integrado por ciudadanos probos, alejados de las manipulaciones económicas o políticas del régimen del terror. Todo quimérico. Porque es preciso incrementar al máximo la presión interna y externa. La cohabitación no cabe cuando se aspira a la libertad. Todavía es posible conseguirla. Insistamos.


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