La intención de estas líneas no es  tomar posición acerca del disputado desenlace de las elecciones recién llevadas a cabo en Estados Unidos, sino la de exteriorizar alguna reflexión con la esperanza de que pueda ser de utilidad para nosotros, los venezolanos, sumergidos ahora en la vorágine de un viciado proceso “electoral” impulsado por quienes aún controlan  para su exclusivo beneficio los recursos y las instituciones del Estado.

Observamos con preocupación el traslado al escenario norteamericano de los enconos entre compatriotas de la diáspora; los mismos que enfrenta nuestra propia sociedad venezolana luego de más de dos décadas de una tal  “revolución” que solo ha servido para sumirnos en la pobreza  y la división entre hermanos. Dicen que ni cuando la Guerra Federal se vivió ambiente tan nocivo.

Es cierto e indudable que ningún dirigente de relevancia mundial ha dado tantas muestras de apoyo a Guaidó como lo ha hecho Trump y es evidente que las sanciones que él ha ido aplicando al régimen usurpador –iniciadas ciertamente por Obama en 2008– son las únicas que han logrado un impacto notorio en la capacidad de maniobra de la dictadura. Los restantes países o grupos han brindado apoyos y soportes de tipo general, discursivo pero sin efecto práctico alguno. OEA,TIAR, 187.11, R2P, Grupo de Lima, Grupo de Contacto, Unión Europea etc. han sido hasta ahora expectativas frustradas que a su vez han originado graves fracturas en una “oposición” incapaz de lograr unidad aunque sea en torno del solo objetivo de conseguir el cambio de régimen.

Por lo anterior, no cabe duda de que se debe un agradecimiento a Mr. Trump, quien –entre otras cosas– consiguió poner de pie a todos los legisladores de su país reconociendo la legítima representatividad de Guaidó –allí presente– en el memorable discurso del “Estado de la Unión” que dio ante el Congreso a principios de este mismo año 2020. De allí a los “marines” parecía que solo faltaba una firma.

Quien esto escribe fue invitado y estuvo presente  en el mes de enero de 2019 en las instalaciones de la Florida International University de Miami en ocasión del crucial discurso ante la dirigencia venezolana en el exilio cuando el mandatario norteamericano expresó aquello de “todas las opciones están sobre la mesa”, dando lugar al nacimiento de unas expectativas en las que una determinante mayoría de nuestros compatriotas interpretó como el prolegómeno de una acción de fuerza. El entusiasmo de entonces impidió a muchos entender que esas opciones extremas serían concretadas con la mirada puesta fundamentalmente en el interés nacional de Estados Unidos, a cuya protección se deben sus autoridades, que son las mismas que paralelamente otorgaban aval a la monarquía de Arabia Saudita que acababa de ordenar el asesinato y descuartizamiento del periodista Kashoggi dentro de su propio consulado en Estambul y el lanzamiento de misiles de fabricación norteamericana contra los rebeldes hutíes en Yemen combatidos por la dinastía Al Saud. Tal apoyo –feo que es– también estuvo fundamentado en la visión – equivocada o no– de Mr. Trump acerca de cuál es el interés nacional del país que gobierna. America First es su discutible pero legítimo principio de campaña y de ejercicio del gobierno.

Es de público conocimiento que el exilio venezolano en general y de la Florida en particular se vio esperanzado ante la posibilidad de una solución de fuerza, lo cual resultó en el surgimiento de enconos importantes entre la mayoría de quienes apoyaban esa opción frente a los que se decantaban por una alternativa negociada que aminorara el sufrimiento de quienes viven el día a día de un gobierno  totalitario y hambreador, sin tener en cuenta que  quien está en la carraplana no piensa sino en sus angustias antes que en la restitución de la democracia. La consecuencia de lo anterior se expresó en recriminaciones ácidas a quienes vieron con simpatía la posición de Biden, proclive a la negociación como alternativa a las sanciones que hasta el momento no han logrado su objetivo. Cuba lleva ya más de sesenta  años y tampoco su régimen ha podido ser doblegado.

La carta de felicitación enviada tempranamente por el presidente (e) Guaidó a Mr. Biden también ha sido objeto de ácida crítica. Este opinador la encuentra apropiada en la medida en que en la misma se incorpora el reconocimiento y agradecimiento a Trump, al tiempo que se felicita al vencedor de la contienda electoral y se hacen votos para una relación futura fructífera. Nada más dramáticamente pragmático y cierto de aquello de “ha muerto el rey, viva el rey”.

Las semanas por venir auguran feos espectáculos entre quienes sostienen que el triunfo de la opción Biden es legítimo y los que suponen que Tibisay, Smartmatic, Rusia o  el Foro de Sao Paulo, etc. intentaron o consiguieron interferir en un proceso que en Estados Unidos se lleva a cabo ritualmente desde su independencia hace más de dos siglos y que es custodiado por instituciones cuya fortaleza se ha probado ya en muchas circunstancias. Hasta Lincoln logró ser reelegido en 1865 en medio de una guerra intestina cuya ferocidad compite con las más connotadas conflagraciones internacionales.

Lo razonable parece ser dejar que los norteamericanos resuelvan su entuerto y que una vez ocurrido eso, los venezolanos podamos ofrecer un frente unido para hacerles ver a ellos que nuestra democracia y recuperación es del interés nacional de ellos, además de ser también el de nosotros.


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