Hay un antiguo y conocido tango de Carlos Gardel que afirma que “20 años no es nada”. Pues bien, para Venezuela y para los venezolanos 20 años han sido más bien demasiado tiempo, si tomamos en cuenta específicamente a las dos últimas décadas.

Prácticamente todo lo que va del siglo XXI se ha ido en una involución lamentable y trágica de lo que había avanzado Venezuela como república. Todo ese mismo tiempo nos ha sido expropiado en cuanto a progreso personal y colectivo.

Durante el año 2003 se le hundía el acelerador a un proyecto político tozudo y soberbio, que pretendía demoler estructuras y a la vez salir ileso de las consecuencias.

Para aquel momento, muchos le concedieron el beneficio de la duda. Otros tantos pensaron que valía la pena intentarlo; algunos otros dijeron que por más negativos que fueran los resultados de esa descabellada reinvención del país, siempre habría forma de revertirlos.

Eran tiempos en los cuales nadie en estas tierras dependía de una caja de comida entregada por el gobierno para su sustento. En aquel entonces, ricos y pobres hacían mercado en los mismos establecimientos y surtir gasolina en cualquier bomba de cualquier avenida era lo más normal del mundo. Si usted necesitaba un medicamento, iba y lo compraba en su farmacia más cercana. El precio del dólar estaba muy lejos de convertirse en una preocupación cotidiana en la nación.

Entonces nos precipitamos por este barranco sin fondo, rodando como una avalancha a toda velocidad.

Se satanizó todo lo anterior, se prometieron villas y castillos en el nombre de un cambio. Decisiones políticas marcadas por una ideología radical y extrema, totalmente alejadas de la sensatez, reconfiguraron el mapa nacional.

Expropiaciones y controles de precios le quebraron el espinazo a la iniciativa privada nacional mientras espantaban a inversionistas extranjeros. Se desmanteló a la petrolera estatal Petróleos de Venezuela, una eficiente industria con más de un cuarto de siglo de operaciones solventes, para sustituir a profesionales altamente capacitados con otros donde la fidelidad ideológica privaba por encima de las credenciales laborales.

Se sentó el caldo de cultivo perfecto para que la hiperinflación rompiera récord mundial. Este fenómeno se da por comenzado, según los especialistas, en noviembre de 2017, cuando se registró una inflación mensual de 56,7 % e interanual de 1.370%. Es considerada la peor hiperinflación en la historia del continente americano.

Por otro lado, el feroz control de cambios sobre la divisa estadounidense hizo entender a muchos que las cosas no estaban bien. Y es que la devaluación del bolívar frente al dólar jamás pudo ser detenida, ha pulverizado 3 intentos de reconversión monetaria y 14 ceros de nuestra moneda, pera terminar –como siempre- dejando vacíos los bolsillos de los trabajadores.

Semejante escenario dio pie a los mercados negros, desde el de divisas, hasta el de alimentos.

Todas estas recetas han sido probadas muchas veces en numerosos lugares y siempre han arrojado los mismos resultados devastadores. Pero la terquedad es sorda y la soberbia de pretender reinventar la rueda es indetenible.

De un manejo económico tan catastrófico no podíamos escapar ilesos. Según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional, desde el 2013 al cierre de 2021, el producto interno bruto de nuestra patria perdió 83,5% de su tamaño.

Por esto es que hoy en día nueve de cada diez venezolanos no pueden cubrir ni siquiera sus necesidades más elementales, ya que sus ingresos están por debajo de lo que necesitan.

A todo esto, se agrega una política exterior de carrito chocón, justamente cuando la masa no está para bollos. Pelearnos con nuestros socios y clientes naturales mientras los cambiamos por relaciones peligrosas con socios de dudosa reputación que aportan poco o nada, no solamente ha sido una jugada sin justificación y perniciosa. También ha contribuido a extraviarnos más aún en el laberinto del cual perecemos no encontrar salida.

Finalmente, hemos sido los protagonistas del flujo migratorio más grande del hemisferio, debido a todos los compatriotas que escapan del país en busca de un futuro y de sustento para ellos y para sus hijos.

Decía Simón Bolívar: “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”.

De cara a lo que vivimos en todo este tiempo, definitivamente la situación actual es extremadamente distante de lo que es el verdadero pensamiento bolivariano.

Sí, a veces 20 años es demasiado. A ojos vista está el resultado del experimento que nos tomó como conejillos de indias, que nos arrancó dos décadas y que demolió a la que alguna vez fuera la nación más próspera del continente americano.


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