Cada uno de los desafortunados que han muerto a causa del covid 19 en Venezuela ahora se reunirán en el cielo con la bondadosa presencia del cardenal Jorge Urosa Savino. Ellos y todos los compatriotas que han dejado este mundo, porque así como quiso a los venezolanos y luchó por defenderlos aquí en su tierra, así hará con los que compartan con él la gloria de Dios. Y desde allí también seguirá velando por todos.

Fue el papa Benedicto XVI el que lo vistió de purpurado porque consideró todas sus cualidades como sacerdote y su amor por el pueblo al que servía. Urosa Savino siguió en vida el ejemplo de Jesús, siempre pendiente de los humildes y necesitados y por ellos alzó la voz muchas veces.

Se convirtió entonces en una piedra en el zapato para Hugo Chávez. “Me veía como un adversario político”, declaró Urosa cuando comentó su paso por la Arquidiócesis de Caracas, desde donde se ocupó de llamar la atención sobre las injusticias que veía a diario entre la gente común, los feligreses que acudían a las iglesias. Por eso el comandante lo insultaba cada vez que podía, pero eso no hizo mella en su determinación de decir la verdad en defensa de los venezolanos.

La Iglesia Católica venezolana ha estado al lado del pueblo indudable y gallardamente durante los más de 20 años de gobierno chavista. En parte esto se debe a una mente preclara y un corazón empático como el del cardenal, que estuvo al frente de la Conferencia Episcopal Venezolana como presidente honorario después de su renuncia al cumplir los 75 años de edad. Desde allí, y siempre consultado por ser un guía para los obispos y los sacerdotes de todo el país, daba consejo, orientaba a los prelados para que consolaran y ayudaran a los feligreses y se enteraba de lo que ocurría.

Chávez se cansó de llamarlo “vocero de la oposición”, “indigno” y muchas otras cosas más, pero Urosa solo pensaba en la gente y en su compromiso como verdadero sacerdote de ayudar a los más necesitados. Así será recordado por todos los fieles, por su gran corazón y su humildad, por su claridad y su hablar pausado siempre buscando la paz, pero con justicia.

Ahora que se nos fue, le pedimos que desde el cielo siga acompañándonos con el permiso del Altísimo y la Virgen de Coromoto. Que interceda para que Venezuela pueda conseguir solución a la crisis que tanto le entristeció en vida. Vaya con Dios, cardenal, y siempre cuide de sus compatriotas.


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