Son varios decenios los que lleva una discusión en la que se ha vertido miles de versiones, argumentos, interpretaciones, razonamientos, y todo aquello a lo que los “pensadores” han podido recurrir, en torno a la similitud entre cristianismo y comunismo. Así como ha habido una pléyade de quienes aúpan tal visión, también ha existido una miríada de aquellos que cuestionan semejante planteamiento.

Entre dimes y diretes, desde hace más de una década, la silla máxima de la iglesia católica es ocupada por Jorge Mario Bergoglio, quien escogió como nombre pontifical Francisco. Él de origen argentino, aunque su padre, Mario José, era oriundo de la Provincia di Asti, en la región del Piamonte, Italia. El mentado papa, además jesuita, para más señas, ha sostenido un coqueteo poco disimulado con las llamadas fuerzas progresistas, como han rebautizado lo que antes llamaban izquierda. Algunos aseguran que en realidad no es más que una jugada del mercadeo. Las cosas que hay que ver… el capitalismo todo lo contamina.

El flirteo del Sotana Mayor con los rojos ha tenido expresiones como las que tuvo en una entrevista que concedió al periodista italiano Eugenio Scalfari, y que fuera publicada en el periódico La Repubblica, y en la que asegura: “son los comunistas quienes piensan como los cristianos”.

Varios años más tarde, se cree en 2019 –y aquí es preciso acotar que a las altas jerarquías católicas, al igual que a los gobiernos revolucionarios, no les gusta mucho la transparencia en lo que las cuentas públicas se refiere–, se dio inicio a una investigación por una supuesta situación de corrupción en las cuentas santas. Total, después de dos años de pesquisas, incluidas redadas policiales en el Palacio Apostólico, los fiscales vaticanos emitieron en 2021 un escrito de 487 páginas acusando a 10 personas de numerosos delitos financieros, tales como fraude, extorsión, malversación, corrupción, blanqueo de dinero y abuso de poder.  En medio de la barahúnda desatada llamó la atención que rodara la cabeza del otrora extremadamente poderoso cardenal Angelo Becciu. Pareciera que este caso se cerró en diciembre del año pasado cuando los tribunales del Vaticano condenaron a 9 personas por delitos financieros contra las santas arcas.

Sin embargo, la infalibilidad de los representantes de Papá Dios en la tierra parece que no es tal. Hace pocos días un grupo de juristas y académicos, gente seria que todavía queda, criticaron con dureza el llamado “juicio del siglo”.  Estos expertos señalan violación de los derechos básicos de defensa y de las normas del Estado de derecho y, advierten, podrían tener consecuencias para la Santa Sede próximamente.

Por ejemplo, se sabe que en la representación judicial –porque cual obra teatral fue llevado a cabo todo– el papa Francisco cambió secretamente la ley del Vaticano cuatro veces durante la investigación para beneficiar a los fiscales. Los expertos que ahora cuestionan todo el embrollo ponen en duda la independencia e imparcialidad del tribunal, ya que sus jueces juran obediencia a Francisco, quien puede contratarlos y despedirlos a voluntad.

Es necesario señalar que, durante dos años de audiencias, los abogados defensores de los implicados manifestaron muchas de las mismas observaciones que ahora plantean los especialistas; pero el tribunal presidido por Giuseppe Pignatone rechazó repetidamente sus mociones.

Una de las voces críticas es la de Geraldina Boni, profesora de derecho canónico y eclesiástico de la Universidad de Bolonia y asesora de la oficina jurídica del Vaticano, quien manifestó su desacuerdo en un artículo publicado en una revista jurídica revisada por pares de la Universidad de Milán.  Ella, junto a los expertos legales de la iglesia Manuel Ganarin y Alberto Tomer, dijo que los cuatro decretos ejecutivos secretos que Francisco redactó durante la investigación dieron a los fiscales “esencialmente, y de forma un poco surrealista, ‘carta blanca” para continuar con el juicio sin ninguna supervisión.  Por supuesto que no faltó quien aludiera a los ancestros de don Pancho, como llaman al cura mayor, y aseguran que en realidad no son de origen piamontés, sino que en realidad su padre era siciliano y que los procederes mafiosos son algo que corre por su sangre de manera genética.

Mientras leo todo esto, que les estoy resumiendo de manera más que concentrada, no puedo sacarme de la cabeza las similitudes, ¡y opacidades!, del estilo papal con los gobiernos revolucionarios. Sólo falta que el Santo Padre salga, cual nuestro ilustre fiscal general, a decir que las denuncias contra el Sacro Tribunal son del mismo origen que el de aquellos que usan al rebaño de querubines del Tren de Aragua para agredir la gesta revolucionaria venezolana.

Si alguien sabe de Ramón Hernández, por favor, díganle que ando buscándolo para que me ayude a vender una colección de Judas que podrán ser quemados la otra semana…

© Alfredo Cedeño

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