Siendo tan evidentes sus excesos, tiende a desaparecer paulatinamente el mastodonte. Una de las mayores paradojas de la Venezuela contemporánea es la del estatismo que desestatiza, restándole trascendencia al propio país sometido a las más variadas e inverosímiles circunstancias.

La falsa noticia sembrada en las redes digitales luce como el instrumento favorito del régimen socialista del siglo XXI que luego se toma el trabajo de desmentir y castigar a quienes demuestren algún disgusto, contrariedad e, incluso, indignación frente a ella. Hay un desgaste extraordinario de los servicios de contrainteligencia para la invención noticiosa, pero también para encubrir las realidades que lleva en el vientre la huera imaginación política que no sabe lidiar hábilmente con la verdad.

La pérdida inexorable de la confianza en el Estado deja al desnudo a sus conductores de ocasión, que no desdicen o tardan en desdecir las especies que corren o echan a correr, porque lucen ciertas o muy ciertas al pasar el tiempo. Esta vez, la Embajada de Irán en Caracas desmintió el beneficio de 1 millón de hectáreas cedidas por Venezuela, como no lo hizo oportunamente el gobierno usurpador, aunque semanas después el minpopo de Tierras ha ofertado internacionalmente una elevadísima cantidad de áreas cultivables; o, nunca fue difícil suponerlo, ha circulado un instructivo militar con toda la gala de sellos y firmas ordenando expresamente una tarea preelectoral encaminada al incierto 2024 que, sepamos, jamás refutado por las autoridades correspondientes, ni procesado por alguna fiscalía. En fin, el secreto está en dejar en el aire, tupidos de una ambigüedad morbosa, los hechos así afecten elementos tan existenciales, vitales o intrínsecos del Estado, como su credibilidad, territorialidad y su propia defensa.

Nada marcial se nos antoja aquello de buscar a los futuros sufraguistas de Maduro Moros, como escasamente convincente lo es que el territorio nacional se encuentre bajo el control de variados grupos de irregulares, terroristas y mercaderes que, faltando poco, rivalizan entre sí bajo el eufemismo de la deserción de sus más estelares comandantes que pronto ingresan a la fantástica órbita de la falsa noticia, moldeable y confusa, en permanente rotación. E, intentando una explicación, apelamos a las ya viejas advertencias de Martin van Creveld, sobre la pérdida del monopolio de la violencia legítima por el Estado, al igual, como hemos deducido, de otras facetas que tienen en el socialismo venezolano su peor expresión. Nada halagüeño resulta actualizar al citado autor, pues, un par de décadas atrás,  ejemplificándolo con América Latina, observaba al Estado que vegetaba en países de cierta estabilidad y nivel de vida, sin infligir un daño particular a la población, al lado de otros aquejados por el autoritarismo, la inestabilidad y la guerra civil; propicios para la lucha étnica y el fanatismo religioso, la guerrilla, el terrorismo o narcoterrorismo; yendo más lejos, capaces de levantar ejércitos privados, saquear libremente los recursos públicos y de transarse, incluso, con la delincuencia organizada y sus terribles actividades (*).

Versamos sobre una dinámica perversa, proyectada hacia el continente que vive traumáticamente sus procesos electorales bajo la adicional presión de los millones de desplazados y refugiados venezolanos que sirven para el discurso xenófobo de la ultraizquierda, como en Europa es útil para la ultraderecha, con olvido del sufrimiento ocasionado por la usurpación convertida en modelo. Profundamente desleales, con actores políticos que juran adversar la situación, usufructuándola o buscando usufructuarla.

Una paz irrisoria que, por cualquier flanco, apuesta a la guerra como si fuese una humorada, aunque ella no será una falsa noticia más, un juego verbal para las redes, una acrobacia de oportunidad,  sino una extorsión permanente. En América Latina y el Caribe balcanizados, esa guerra –volviendo a van Creveld– reemplazará al Estado mismo, dándose organizaciones de otro tipo (**).

En última instancia, es lo que debemos evitar: la desaparición del Estado que ampara, recuperando sus elementos existenciales, devolviéndole las dimensiones necesarias que permitan el libre ejercicio de la ciudadanía y, a la vez, lo blinden ante la variedad de las fuerzas de depredación y destrucción que pretenden rifárselo entre las huestes del crimen organizado, el fundamentalismo religioso y el terrorismo. Menudo problema el que nos ha reportado las otrora fuerzas progresistas del hemisferio, la más falsa noticia de los obscuros  intereses, hasta ahora, triangulados por Cuba, Venezuela y Nicaragua.

(*) “… This capacity they raised private armies in addition to the official ones; freely plundered the resources of the state; and not seldom engaged in an astonishing variety of legal and illegal transactions that ranged from racketeering and drug-trafficking all the way to operating prostitution rings. At best many of these countries continue to vegetate, maintaining some kind of stability and a more or less tolerable standard of living without inflicting any particular damage either on their own populations or on others. At worst they suffer from authoritarian government and/or chronic instability and civil war, ethnic strife, religious fanaticism, guerrilla terrorism, and narcoterrorism, which in turn reflect their governments’ inability to control the remote and backward countryside, the sprawling townships, the private armies of druglords and populist leaders, or all of these”. Vid. Martin van Creveld (1999) The Rise and Decline of the State, Cambridge University Press, UK: 334).

(**)   “Over the long run, the place of the state will be taken by warmaking organizations of a different type”. Vid.  Martin van Creveld (1991) The Transformatíon of War, The Free Press, NY: 193.

@luisbarraganj


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