Ni siquiera el jonrón 500 en las Grandes Ligas que pegó el maracayero Miguel Cabrera, de los Tigres de Detroit, durante un juego contra los Azulejos de Toronto, el pasado domingo, pudo borrar la tristeza que siente el venezolano por lo que sucede con la Vinotinto.

Venezuela entera se ha embriagado de alegría gracias a los goles de la selección nacional de fútbol; partido tras partido –ganando o perdiendo– hemos alzado nuestra franela vinotinto para sentirnos orgulloso de lo que somos y de lo que podemos hacer.

La Vinotinto ha sido un emblema de unión nacional, un motivo para gritar de felicidad, para izar nuestra bandera y recordar lo grandioso que es nuestra nación.

Ellos son una bocanada de aire fresco en medio de tantos problemas y tantas necesidades.

Sin embargo, como era de esperarse, la usurpación también está destruyendo ese símbolo de nacionalidad y ese refugio de esperanza.

Sí, Maduro acaba con la selección de balompié y lo hace con la misma vehemencia con la que destruyó Petróleos de Venezuela y otras instituciones del país.

El director técnico de la selección, José Peseiro, dijo adiós, y la razón es la enorme cantidad de meses (14) que ha estado esperando la llegada de su salario, el cual jamás llegó. ¿Cómo podía seguir así? ¡Nadie! Absolutamente nadie lo aguantaría.

El régimen está quebrando la selección y con ella el ánimo que despierta en millones de venezolanos verla jugar, una oncena en el campo que llena de amor patrio y de sentimiento nacionalista.

Maduro quiere aniquilarlo todo, quiere pulverizarlo todo. No quiere que la sociedad venezolana tenga ni un destello de alegría o de emoción; por el contrario, quiere sumergirla en la desesperación, en el sinsabor de la nada, del desánimo.

Este régimen es tan atroz que desea quitarnos todo, hasta la sensación de cantar un «goooool» apasionado, quiere arrebatarnos la oportunidad de agarrar la franela del equipo y llevarla con admiración. Es por ello que están rompiendo la copa donde nos servían ese vinotinto nacional.

Sí, Maduro rompe la copa donde tantas veces nos bebimos los mejores momentos deportivos que como nación hemos celebrado y lo hace con el afán de acorralarnos completamente, con el objeto de dejarnos sin más remedio.

Nos rompen la copa vinotinto, para dejarnos solamente con el vaso de la mediocridad que ellos representan. Nos rompe todo lo bueno para dejarnos huérfanos de sensaciones y a merced de sus limosnas y dádivas. Esto tenemos que evitarlo a como dé lugar.

Así como Miraflores pretendió robarse el éxito de nuestros héroes de las olimpiadas, de esa misma forma ahora buscan apoderarse de todo lo bueno de la Vinotinto; y sabrá Dios con qué pretensiones macabras y poco honestas, pues siempre se han comportado igual.

Es por esta razón que cada venezolano debe mantenerse firme; que cada venezolano debe avanzar y ser la punta de lanza en la defensa de nuestra identidad. Porque en lo más profundo de las negras motivaciones del régimen se encuentra su deseo de convertirnos en una raza fría, inmóvil y catatónica que solo responda a los estímulos que la usurpación genere.

¡No! No podemos permitir que nos quiten nuestra identidad, nuestras alegrías y hasta nuestras creencias. Debemos parar la reculturización que el socialismo quiere emprender para cambiar nuestras raíces y nuestra forma de ser.

Hagamos como el grandeliga venezolano Miguel Cabrera que botó la pelota en el Roger Center de Toronto Canadá, como cuarto bate para llegar a los 500 jonrones.

Botemos este régimen inservible. Vamos a sacarlo como hizo el venezolano en las Grandes Ligas.

Defendamos nuestros íconos, luchemos por la libertad.


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