Siempre lo recordamos, pero por estas fechas se acrecienta en nuestra memoria el afecto, la admiración y la gratitud a monseñor Constantino Maradei Donato, nuestro recordado obispo en nuestra Barcelona natal, cuyo excelente sacerdocio nos enseñó tanto acerca de valores como la familia, la amistad, la justicia, la libertad, la democracia, entre otros no menos importantes.

También nos acercó a la música con su grupo Los Diamantes de Monseñor, fomentando así ese gran valor de la amistad que aún se mantiene entre quienes tuvimos el privilegio de conocer y recibir las enseñanzas del admirable sacerdote guayanés.

Hoy, por la huella perenne de los preceptos del inolvidable obispo, al tiempo de releer su obra Justicia para mi pueblo, creo tan necesario convocar a la unidad de los factores que integran a la oposición política y democrática en Venezuela. Todos los sectores en búsqueda de soluciones no violentas a la grave situación que vive el país. Esa debe ser, salvo mejor criterio, la vía para salir del marasmo que nos arruina a diario nuestras ya mermadas condiciones de existencia.

La historia nos ilustra sobre la reconciliación de gentes cuyo reencuentro parecía imposible. Nuestro país no puede ser la excepción. No es fácil, lo sé. Tampoco somos ingenuos para ignorar la terca manía de aquellos por mantenerse en el poder a todo trance.

La peor gestión es la que no se hace, de modo que pedir –mejor exigir– la distribución equitativa de los recursos para beneficio de la colectividad, sobre todo de los más pobres, el respeto por aquel que piensa distinto y la posibilidad de estrechar su mano, son tareas prioritarias.

Por lo que llevo dicho, no faltará quien nos llame iluso, soñador, hasta quijotesco, habida cuenta del gobierno que hoy manda en nuestro país, ese mismo que nos acogota y nos hace pensar a diario (casi convencernos) que nos lleva a un despeñadero, cuesta abajo como dice el tango llorón. Pero es mejor esto –pienso– a no hacer ni sugerir nada en este triste momento que vive la patria, donde la política –al parecer– cada día gana más detractores. De allí la necesidad de reivindicarla.

Es posible el establecimiento de reglas claras para la inversión nacional y foránea, la guerra sin cuartel a la corrupción y otros vicios en la administración de los fondos públicos; la investigación imparcial, transparente e independiente de los delitos por parte de los operadores de justicia, la verdadera separación y autonomía de los poderes públicos, la defensa, protección y garantía de los derechos humanos. Y si esto debe entrañar un cambio de gobierno, pues que ocurra. Debe ocurrir. Lo anhela, lo ansía y lo exige la Venezuela decente.

Tiempo de Navidad, tiempo para la reflexión sobre los hechos expresados, para lograr que la concordia, la paz, la reconciliación y la tolerancia se impongan al discurso divisionista de algunos que pretenden seguir colocándonos en aceras diferentes, en situación de conflicto o de guerra permanente.

Conviene ponerse de acuerdo. Sin unidad ni a la esquina. No será la violencia la que nos sacará de este proceloso momento.

Hoy los presos políticos enfrentan a dos enemigos en Venezuela: a la administración de justicia que no es justicia y al olvido de la nación. La tranquilidad de la indiferencia es tenebrosa, mala compañera y pésima consejera. Debe insistirse en la necesidad de que no haya ni un preso político, que estos puedan abrazar a sus familias y que la Navidad se torne en tiempo de alegrías y celebraciones.

Resulta necesario hacer valer los logros obtenidos con el devenir democrático; me inclino por aceptar y hasta considerar conveniente la ratificación del presidente de la Asamblea Nacional en el cargo, para asegurar así el reconocimiento que se tiene de más de cincuenta países, alcanzar la adhesión de otras naciones y ratificar que el órgano legislativo es el único poder público en Venezuela que cuenta con legitimidad de origen y de desempeño.

Tiempo de asumir nuestro compromiso con Venezuela, con nuestra familia, con la sociedad y con nosotros mismos. Que la Navidad nos permita entrar en una reflexión profunda sobre la responsabilidad de cada venezolano y de las instituciones en el resguardo de la dignidad humana y de las familias.

Tiempo de Navidad, propicio para enviar a los lectores  un mensaje de optimismo para superar el proceloso momento que hoy vive Venezuela. Sin más vueltas, sabemos quienes nos des-gobiernan y esa realidad la podemos cambiar, juntos lo lograremos porque, la verdad sea dicha, Venezuela siempre ha sido de todos.


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