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Si pudiéramos cuantificar y sopesar estas dos formas de asociación que deberían estar integradas para el desarrollo de una nación, en la Venezuela de Maduro son totalmente antagónicas en sus conceptos de origen.

Lo que han denominado los propulsores y defensores de la cuestionable revolución, bajo la premisa de la integración en una consigna conformada por un triunvirato bajo control oficialista, que en primer lugar enuncia la unión cívica, esta primera, aglutina escasamente las decadentes, viciadas y corrompidas estructuras psuvistas y milicianas, además de algunos sectores condicionados y alienados de la sociedad, que, en medio de la pobreza y el deterioro económico y la distorsión en el correcto  ejercicio del poder,  manejan algunos programas de control social donde se sienten empoderados, no para servir y ayudar a la gente sino para manipular, maltratar y humillar a sus, en teoría beneficiarios.

El sector militar, segundo bastión integrante de esta consigna revolucionaria, se ha visto disminuido en cuanto a su número de componentes. Los retiros son constantes en sus filas, por baja o deserción. Esta carrera, antes apetecida por los venezolanos, dejó de ser atractiva por la pérdida de beneficios, politización de sus postulados y por los escándalos de corrupción y violación de los derechos humanos, y es a este sector al que lamentablemente se le atribuye la corresponsabilidad de la pérdida de la soberanía por tolerar que otras naciones ejerzan parte del poder del Estado y se lucren y aprovechen de los recursos de todos los venezolanos, hoy empobrecidos. No hay confianza en este poder, que también ha sido diezmado por los antivalores y distanciado del sentido patrio y nacionalista verdadero.

El tercer eslabón, el policial, cuya función ha sido el resguardo y protección de la ciudadanía, es ahora un problema en la sociedad, que se siente desprotegida, agobiada por las actuaciones arbitrarias que diariamente son denunciadas por los medios y redes sociales. Este componente igualmente sufre los rigores de la crisis y laboralmente dejó de ser una opción posible como profesión. Todos los funcionarios padecen los rigores de la escasez y el abandono oficial, al igual que todos los de la administración pública; subsisten al modo martillo, acorralando a la ciudadanía que apenas tiene para comer. Es una institución totalmente desvirtuada de sus responsabilidades, ganada por la incompetencia y arropada por el abuso y la arbitrariedad en el ejercicio de sus funciones.

Estos factores para la defensa de la nación y para luchar contra el imperialismo están todos en condiciones de precariedad absoluta. Los tres están compuestos por ciudadanos venezolanos también esclavizados salarialmente, sin oportunidades de crecimiento económico, menos pensar en el goce de beneficios que permitan el desarrollo y el bienestar familiar.

La verdad, el diseño de esta efímera idea, solo está quedando en la cacareada consigna, ya que en la práctica la sociedad civil, aunque dispersa y poco orientada, pero decidida, imanta y capta gran parte de estos sectores que se arroga el sistema socialista, atrayéndolos para hacer causa común, en favor de los intereses de la nación,  para sumarlos progresivamente  al clamor de cambio y transformación del país.

Lo imposible, en estos tiempos de mengua, se hace posible. Las bases de sustento del sistema socialista derivado del castrismo que se fundamentó en el comunismo, comienzan a tener absoluto rechazo y verdadera resistencia. Ante esta realidad se plantean grandes retos, importantes y trascendentales a corto y mediano plazo en el panorama político nacional. El chavismo y el madurismo, que representan el socialismo del siglo XXI, no solo han hecho estragos en nuestro país sino que han diseminado parte de sus políticas y postulados en otras naciones; entonces, debido al descontrol y desestabilización que generan, ya existen instancias internacionales de peso para hacerle frente a la pretensión expansionista del denominado eje del mal que hoy, aun siendo minoría, domina nuestro país.

Los índices más aberrantes e inimaginables que resumen la degradación de una nación hoy son ostentados por Venezuela. Cada venezolano lleva una o varias heridas y cicatrices imborrables, todas producidas y generadas por la crueldad del régimen imperante. Sin embargo, en medio de una crisis política, social, económica ética y moral de grandes proporciones, se construye una alternativa donde se está capitalizando el rechazo, el descontento y la indiscutible necesidad del pase de factura a 24 años de fraude, degradación, división, saqueo y destrucción.

Sin duda, los cimientos de la revolución fueron fundamentados en promesas incumplidas que finalmente muestran sin recato o discreción alguna que su permanencia en el poder creó una nueva clase social muy ostentosa y depravada, sustentada y nutrida por la corrupción en todas las instituciones del Estado voraz, dolarizado y sorprendentemente antiimperialista, sólo de la boca para afuera.

La unidad ciudadana silentemente vence a la llamada unión cívico-militar-policial. La primera actúa por convicción y necesidad de reivindicarse y la segunda, impuesta a trocha y mocha con una carga inmoral insoportable, se debate entre su disminución, pérdida de efectividad y su necesidad impostergable de sumarse al bloque ciudadano que no quiere más socialismo, corrupción, control, pobreza y miseria.

El régimen insiste e insistirá en mostrar gráficas y videos para vender su unidad socialista que se convirtió en un terreno infértil, árido, escabroso y engañoso.

Los ingresos del Estado venezolano están al servicio de un pequeño sector político y militar, mientras 95% de los venezolanos vive del rebusque diario, sin servicios, ni educación ni salud, mucho menos pensar en recreación. Esta situación no va a cambiar con Maduro en el poder y se agudizará cada día más, por el grado de indolencia aplicado y demostrado. Quien ponga en duda esta realidad solo debe ver las cadenas periódicas, interminables y tediosas que lanza el Ejecutivo, donde todo es, para ellos, progreso y bienestar; mientras las neveras están vacías, los venezolanos perdiendo peso, mal vestidos, deprimidos, sitiados y secuestrados, sienten y muestran el contraste de la desdibujada Venezuela próspera de Maduro y sus cercanos, frente a la Venezuela paupérrima con la que lidian los ciudadanos que persisten y resisten con la intención y meta final trazada de sacarlo del poder.

La unidad está en construcción, en un proceso de consolidación paulatino, real y tangible. Por más injerencia del Estado para desestabilizar el interés supremo del pueblo venezolano de cambiar de modelo, ya les es imposible hacerle frente y menos poder controlar a quienes desencantados y maltratados quieren cobrarle al régimen el estado deplorable en que se encuentran todas las familias venezolanas dentro y fuera del país.

No haber asumido este compromiso espontáneo y lógico para lograr la salida de Maduro por la vía electoral prevista, estaría convirtiendo a Venezuela en los próximos 10 años en una nación de indigentes y malvivientes, condiciones del ser humano que ya son visibles en nuestra sociedad en todos los niveles. El Estado suprimió las condiciones de vida de los venezolanos y eso tiene su costo político, que deben asumir los responsables de la catástrofe que se vive en esta revolución socialista. El país está ávido de justicia y en este proceso la alcanzará.


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