En la septuagésima cuarta asamblea general de las Naciones Unidas, los habitantes de esta destartalada carpa rota llamada Venezuela pudimos ver a la vicepresidente de lo que queda de país decir un chorro de fake news, mezcladas junto con una abigarrada combinación de mentiras con medias verdades en torno a lo que vive el país. Mientras, en un recodo del mítico recinto del organismo internacional con sede en Nueva York, observaba el canciller Jorge Arreaza con su séquito del servicio exterior venezolano, quienes a cada falso positivo expresado por la vice aplaudían a rabiar cual si se tratara de celebrar “verdades verdaderas” y apodícticas que no necesitan demostración alguna.

Solo existe otra funcionaria al servicio de la revolución bolivariana que habla como una ametralladora (literalmente) en la Venezuela “socialista” y esa es Gladys Requena, que habla sin respirar.

Los traductores de la ONU se vieron en aprietos para traducir el discurso de Delcy Eloína, dada la vertiginosidad sintáctica con que se expresó en la histórica cumbre de Naciones Unidas. En su enrevesado y en muchos fragmentos ininteligible discurso, trazó un mapa geopolítico de Latinoamérica en donde distinguió tres “revoluciones” que –según su peculiar modo de clasificar políticamente los procesos societales del continente, portan el estandarte de “bolivarianas”: la cubana, la nicaragüense y la venezolana.

En otros términos, para la mirilla ideológica de Delcy Eloína, los procesos de transformación “revolucionaria” en Latinoamérica serían “legítimos” si y solo si se reconocen bajo el prisma de la dirección de la tiranía del castrocomunismo cubano que oprime a la isla antillana desde hace más de seis décadas, cuyos fundamentos filosóficos están anclados en la dogmática y la vulgata marxista-leninista y el legado del pensamiento martiano.

La segunda revolución que presume ser socialista, según la vicepresidente, es la nicaragüense que lidera el autócrata sandinista Daniel Ortega Saavedra, representante de la más rancia reacción de lo más abyecto del sandinismo antidemocrático nicaragüense. Rosario Murillo y Daniel “el Rojo” son la dupla nepótica que ha sembrado el territorio nica de perseguidos y prisioneros políticos producto del más espantoso y oprobioso régimen autoritario que jamás haya existido en Centroamérica en los últimos cincuenta años de vida sociopolítica del istmo.

Por último, en su discurso en la ONU, se refiere la vicepresidente a la “bolivariana” como la tercera gran revolución continental latinoamericana, junto con la cubana y la nicaragüense. Dice que la chavista es heredera de las glorias independentistas gestadas en los procesos emancipatorios decimonónicos liderados por el Libertador Simón Bolívar y continuados por lo que ella llama el “segundo libertador” de Venezuela, cuyo nombre conviene no mencionar aquí por razones de sanidad mental.

No obstante, en honor a la estricta verdad y en apego a la más rigurosa y fidedigna certeza, los indicadores empíricos y subjetivos contrastan y niegan el metarrelato y la narrativa oficiosa y oficialista disertada en la sala de debates de Naciones Unidas. Si tan solo se nos ocurriera citar apenas una tercera parte del Informe Bachelet sobre la situación de crisis humanitaria compleja que asuela a Venezuela, la conclusión no podría ser más descorazonadora. Para muestra únicamente véanse las espeluznantes cifras de la diáspora sociodemográfica venezolana que virtualmente amenaza con alcanzar los 10 millones de connacionales esparcidos por todo el globo terráqueo huyendo de la catástrofe humanitaria que habrá afectado 95% de la población para cuando termine el último trimestre del presente año 2019.

Ni se diga nada acerca del descalabro que acusa el sistema educativo ni la emergencia insoslayable que evidencia el sistema nacional de salud, que no tiene parangón en la historia del sistema hemisférico de salubridad y sanidad y asistencia social, a todas luces y literalmente en la carraplana, y el más aborrecible abandono e inmoral desidia gubernamental. Sin duda alguna, Delcy Eloína ve la paja en el ojo ajeno pero ignora deliberadamente la viga en el ojo propio.

 


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