La transición de la dictadura a la democracia ha sido un campo de estudio de la ciencia política con avances relativos, más de acercamientos antes que de elaboración teórica sólida. Si eso le sucede a quienes estudiamos el asunto ¿cuánto más complejo es para quienes son actores en el proceso?. No es lo mismo saber el camino que recorrerlo, pero en este caso pocos creen conocer el camino y quienes se atreven a recorrerlo lo encuentran culebrero, hostil y sin certezas de éxito.

Ciertamente podemos tener a disposición la experiencia de otras transiciones hacia la democracia como en España, Chile, Suráfrica o la misma Venezuela en 1958, pero no son reproducibles porque son distintos los actores y las circunstancias históricas. Por otra parte, las dictaduras aprenden y usan las nuevas tecnologías a su favor, nadie puede dudar que el régimen venezolano es mucho más represivo, manipulador y destructivo que cualquier experiencia precedente.

En un ambiente semejante ¿es posible una transición? Mi respuesta, sin apasionamientos, ni fe en milagros y con criterio científico, es que en Venezuela es, además de posible, inminente una transición de la dictadura a la democracia. Aún más allá, a contracorriente de lo usualmente percibido, la transición ya comenzó. No es un proceso lineal, tiene contramarchas y retrocesos, pero avanza en cierto sentido. Nótese que el dogmatismo colectivista, la fantasía del trueque y las cooperativas, el paraíso socialista fue “sembrado” junto con Chávez en el Cuartel de la Montaña. Por allí comenzó la transición, por el bolsillo de los autócratas que piensan en su futuro económico y su bienestar personal, es decir, son actores racionales y actúan conforme a sus intereses.

Esos actores racionales pueden desear, entre otras cosas, una amnistía general, completa y sujeta garantías nacionales e internacionales para gozar de una generosa justicia transicional. Desearían que el patrimonio acumulado, tras el ejercicio absoluto del poder, no corra riesgos ni dentro ni fuera de Venezuela, es decir, que cuente con la certificación de origen de “décadas de trabajo duro” y no de la obvia corrupción administrativa. Desearían tener control del TSJ, de las FAN, de medios de comunicación y de ciertos curules parlamentarios para dotar de inmunidad a sus más reconocibles voceros. De hecho, sea cual sea la voz de los ciudadanos expresada a través del voto, los actores del régimen con asiento en la mesa de negociación, a lo sumo, podrían ceder compartir el poder en un gobierno de coalición. Su idea sería permitir la elección de autoridades legitimadas nacional e internacionalmente solo para dar viabilidad a las expectativas descritas pero cuya agenda esté predefinida o, de lo contrario, cualquier “dibujo libre” sería castigado con un golpe de Estado, ámbito en el cual tienen tanto herramientas como experticia. Ese gobierno de coalición, aunque tenga el respaldo electoral de su lado, no podrá mirar por el retrovisor, tendrá severas limitaciones impuestas por los enclaves autoritarios y tendrá que asumir deudas odiosas con acreedores internacionales.

Los venezolanos, en particular su dirigencia democrática, tendrán que decidir en los próximos meses un acuerdo en esa dirección o postergar, quizá por décadas, el cambio político. El camino serpenteante incluye: 1) elecciones primarias de la Plataforma Unitaria, 2) un candidato presidencial unitario, 3) un acuerdo de gobierno de coalición, 4) un programa mínimo común, 5) triunfar electoralmente en un contexto de ventajismo, censura de medios e intimidación institucionalizada, 6) asumir el gobierno evitando el riesgo golpe de Estado, 7) culminar el período gubernamental con estabilidad política, restitución de las relaciones internacionales y ciertos avances en materia de prestación de servicios públicos y recuperación económica y 8) celebrar elecciones al final del periodo gubernamental que sean más cercanas al criterio de “libres y justas”.

Yo no veo el vaso medio vacío. Ese contexto descrito es infinitamente mejor que la expectativa de eternización de la dictadura. La democracia es inminente, pero puede ser postergada, su advenimiento depende de lo que hombres y mujeres pueden hacer o construir con alto sentido de miras dentro de la Plataforma Unitaria. Ese es nuestro nudo gordiano, se necesita dirigentes con capacidad de integración de agendas, movidos por lograr compromisos compartidos y resiliencia frente a altas dosis de incertidumbre. Hasta el momento, para mí, quien reúne esas cualidades es Carlos Prosperi pero son los venezolanos en su conjunto quienes decidirán si avanzamos o seguimos anclados en 1998.

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@rockypolitica


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