El Miércoles de Ceniza comenzamos nuestro camino a la Pascua de Resurrección, día en que la muerte ha sido vencida por quien es la vida y el amor. Estos días coincidieron con la puesta en prisión de Rocío San Miguel, junto con varios miembros de sus seres queridos. La impotencia nos carcome por dentro: no sabemos qué hacer ante un régimen tan arbitrario.

El gobierno tiene el poder, tiene las armas y a unos cuantos militares y civiles comprados. Apresa a ciudadanos valientes porque dicen grandes verdades. Busca humillar, torturar y desaparecer a quienes conocen un poco más las intimidades del régimen. Rocío tenía fuentes fidedignas en el ámbito militar, por lo que era un objetivo clave de este gobierno.

Cuando se lee a Václav Havel, quien fuera un activista en pro de la democracia de su país, primero de Checoslovaquia y luego de la República Checa, se ve cómo veía claros los modos de comportarse que debían embargar a los ciudadanos si querían erradicar el totalitarismo de fondo. Quería un cambio en paz y una de las cosas propuestas por él era la renovación moral de la sociedad. Sin una ciudadanía libre del odio y de la venganza no se podía aspirar a una sociedad verdaderamente pacífica, pujante y democrática.

Aunque cueste no sentir rabia; aunque cueste no sentir odio, deseos de ver sufrir a quien lo ha hecho sufrir a uno, tenemos que lograr cambiar el corazón para transmitir paz y deseos de hacer el bien. Si no lo hacemos, reinará el resentimiento en medio de nosotros y eso generará una sociedad triste, temerosa y llena de rabia. Hay que denunciar: tratar de que reine la paz no implica no decir la verdad, como hacía Rocío San Miguel y como lo han hecho todos los presos políticos víctimas de Maduro. No. Hay que ser claros y precisos. Hay que apoyarse en la ayuda internacional y en las denuncias bien documentadas. Hay que luchar contra este régimen así: con la verdad por delante, pero en paz; con la convicción de que las denuncias harán su efecto.

En este camino cuaresmal podemos aprovechar de confiarle de corazón a Dios todas nuestras rabias, impotencias y frustraciones. El vendrá en nuestra ayuda y será nuestro apoyo para que logremos cambiar por oración las emociones que no nos dejan ser mejores. Orando y ofreciendo a Dios nuestros dolores podremos no solo purificarnos de nuestro encierro sino hacer que muchos otros cambien también junto a nosotros. Seremos una sociedad purificada que, con el tiempo, surtirá sus frutos.


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