Una rendija es una abertura que suele ser estrecha. Un país siempre necesita una rendija de esperanza, aunque esta cueste mucho ser discernida. Es casi una cuestión filosófica. Sin esperanza sólo hay esclavitud. Un país sin esperanza, sin siquiera una rendija estrecha de esperanza, es un país de esclavos y de emigrantes. En gran medida es el caso de nuestro país. No sé, paciente lector, si usted se habrá resignado, pero yo no. Una cosa es que uno no vea una salida viable de este laberinto o de esta trampajaula, y otra es que no la tenga.

¿La tiene? Creo que sí. Los recursos naturales de Venezuela siguen siendo significativos. En especial los hídricos. El agua, dicen, es el petróleo del futuro. Hay varias generaciones que conocieron la vida pública en libertad, y ese conocimiento, con todo y que está seriamente distorsionado, no ha desaparecido por completo. Décadas atrás, la nuestra fue una nación de vanguardia en América Latina. ¿Es imposible que ello no pueda ocurrir de nuevo? Es difícil, pero no imposible.

El país que se fue construyendo a lo largo del accidentado siglo XX, y que permitió los largos años de la República Civil -con todos sus bemoles: ¿desapareció del mapa de la Tierra? ¿Lo único que quedó fue una Somalia caribeña? En verdad espero que no sea así. Por lo demás, esos fenómenos no son el pan nuestro de cada día. Hay un fundamento histórico-político, hay una base socioeconómica, con todo lo maltrecha que pueda estar; hay millones de venezolanos que han logrado estudiar y trabajar en el exterior y que no son un pasivo sino un activo nacional.

Existen razones para pensar que sí hay una rendija de esperanza. Qué se pueda o se sepa aprovechar, es un tema completamente distinto. Y no es, por cierto, el de estas breves líneas. Ya habrá ocasión para entrarle de frente.


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