Dentro y fuera de Venezuela, mucha pero mucha gente se pregunta por qué la catástrofe socioeconómica que asola al país no ha producido cambios políticos efectivos, no sólo de expectativa  –así sea muy proyectada– sino de sustancia, por lo menos hasta esta fecha. ¿Por qué?

En situaciones de catástrofes humanitarias en otros países, incluyendo algunas bastantes menos onerosas que la venezolana, han acontecido cambios políticos que muchas veces lograron reconfigurar los sistemas de poder que causaron las catástrofes. Hasta el presente, ello no ha pasado entre nosotros, no obstante que sí se aprecian cambios en la escena de la lucha contra la hegemonía, con especial referencia al muy importante apoyo internacional hacia la causa de la reconstrucción democrática de Venezuela.

Formulada la interrogante en esos términos, se pueden avanzar algunas respuestas. Por una parte, el Alto Mando Militar no es un mero apoyo a la hegemonía política, sino que forma parte de esta. En verdad, es el núcleo de la hegemonía roja. No es que respalde al poder hegemónico, es que lo es. Todo lo cual, sin duda, encarece la posibilidad de cambiar el poder establecido. No lo imposibilita. Pero sí lo dificulta.

El papel de los patronos cubanos no se debe subestimar. Sería un craso error. Cuba es un país destruido, pero su élite político-militar tiene una larga experiencia en el espinoso tema de mantener el control, y esa experiencia, con sus sucedáneas ejecutorias, está al servicio del régimen que encabeza Maduro.

Una de esas ejecutorias o líneas de acción es la intimidación a través de la represión, en sus más diversos formatos, incluidos la tortura y el asesinato. Su efecto en el ánimo de una parte de la población, tampoco se puede soslayar. No han doblegado las aspiraciones de cambio de la inmensa mayoría de los venezolanos, pero sí tratan de afectar la disposición hacia la protesta y la movilización social.

Para ello no escatiman medios represivos, y también aprovechan instrumentos de propaganda que buscan desmoralizar a la gente. El «depaupera e impera», de los viejos romanos, reciclados por casi todos los despotismos del mundo, también contribuye a que las personas deban dedicar sus energías a sobrevivir, día tras día, o a emigrar.

Una gran cantidad de nuestros millones de emigrantes, además, envían modestos recursos a sus familiares en Venezuela, con lo cual se ayuda a paliar, un tanto, el dramatismo de la catástrofe. Todo lo anterior no es un cuadro alentador, pero no es exagerado y mucho menos falso.

Sin embargo, la profundidad y la extensión de la catástrofe socioeconómica no debería continuar agravándose, sin que se suscite una modificación importante del acontecer político, tal como lo establece, y hasta lo exige, la Constitución formalmente vigente. Para ello es necesario una conducción política que asuma ese reto de raíz, y que tenga el criterio de sumar a los numerosos factores que rechazan a la hegemonía roja, y a su red de complicidades corruptas y policromáticas…

Las llamadas controversias sobre la distribución de cuotas de poder entre partidos políticos de oposición que forman parte de la Asamblea Nacional, y de otros grupos políticos de actividad interna y foránea, deberían dejarse a un lado, para abrirle paso a un frente decidido a superar la hegemonía a través de los medios constitucionales, y con amplitud y receptividad hacia el apoyo democrático e internacional.

La «unidad» es lo que los expertos denominan una palabra «talismán» o una que tiene resonancias positivas. Pero las resonancias pueden ser muy peligrosas, si su origen no se encuentra en la fortaleza de los principios democráticos y en el compromiso por reconstruir a la patria desde sus propios cimientos. Con disimulos de diálogo lo único que se favorece es el continuismo. Y no es verdad que la anarquía criminal o la violencia indiscriminada sean la única alternativa.

La movilización y la protesta popular son el camino constitucional, para que la conducción política nacional impulse cambios políticos de fondo, que permitan ir superando la catástrofe humanitaria en lo social y económico. El tiempo de las preguntas debe terminar. Es el tiempo de las respuestas, pero no de las respuestas explicativas o descriptivas, sino de las respuestas efectivas, concretas y sustanciales.

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