En el prólogo de Moisés Naím al libro Venezuela 1981 2015. Una memoria ciudadana destaca una “terca e incorregible honestidad” del autor Gustavo Coronel y agrega que “unas veces la honestidad aparece como una cándida curiosidad y en otras como audaces decisiones vitales y políticas… en ocasiones con posturas intransigentes”. “Coronel ha llegado a cuestionarse a sí mismo, ha dudado” -agrega Naím- “sobre si su postura ética es extremadamente rígida o si se puede ser más flexible”.

En nuestra entrega anterior, a propósito de la reacción de Gustavo de llamar “desvergonzados e invertebrados” a los originales 25 abajo firmantes, lo llamamos “fanático sincero”, entendido como “una persona completamente normal dispuesta a creer lo increíble más allá de toda razón, que mientras más se le demuestra su falta de lógica, más se aferra a su creencia». Si uno se tomara la libertad de esculcar la epistemología de las palabras de Naím, habría que concluir que estuvo muy, pero muy cerca de llamarlo “fanático” a secas. No obstante, Gustavo, con esa “postura ética extremadamente rígida” a la que alude Naím, se solivianta al ser considerado siquiera como un “fanático sincero”. No ha caído en cuenta de que en realidad es una condescendencia si lo comparamos con la igualmente bien intencionada descripción de Naím.

Curiosamente, Naím también nos informa que en la formación de ese estricto código ético de Gustavo, encontró “inspiración” en Los tres mosqueteros, la novela de Alexandre Dumas. Dumas fue también una de nuestras primeras lecturas juveniles pero, por más que tratamos no podemos recordar que las aventuras de Athos, Porthos y Aramis encuadren en un “código ético” de conducta como el que supuestamente inspiró a Gustavo. Después de tantos años transcurridos es muy probable que Gustavo ni Naím recuerden bien la trama de la novela en cuestión. De modo que vamos a refrescarles la memoria para que desistan de esa idea de que a los mosqueteros los guiaba un código ético.

La reina de Francia mantiene una relación adúltera con un aristócrata inglés, el duque de Buckingham. Para probarle su amor casquivano, la reina le regala un collar de diamantes que había recibido de su esposo el rey, con el fin de ayudar a la causa política de Buckingham en Inglaterra, un país enemigo de Francia. Enterado del regalo, el cardenal Richelieu le sugiere a la reina que en el próximo sarao real debería usar el collar de diamantes que le regaló su esposo el rey de Francia. Si la reina no exhibe el collar en el gran baile, Richelieu le demostraría al rey que la reina de Francia era, además de adúltera, una agente de un país enemigo, incurriendo en un claro delito de traición. Los tres mosqueteros, alcahuetes de la relación ilícita de la reina con el inglés, dispuestos a encubrir el adulterio y la traición, viajan a Inglaterra para recuperar los diamantes de Buckingham y regresarlos a Francia, justo a tiempo para que la reina preservara su “honor” y de paso arrastrar por el suelo el código ético de los mosqueteros y el de todos aquellos a quienes, confundidos, los ha inspirado.

En las secuelas de las novelas de Alexandre Dumas sugieren que Luis XIV, el Rey Sol de Francia, es hijo bastardo de la misma reina con D’Artagnan, su otra relación adúltera. Salvo las maneras aristocráticas y la elegancia de la corte francesa, el fondo moral es tan burdo que bien podría ser un escenario de la revolución bolivariana. Pero Naím cita a Gustavo insistiendo que “en las páginas de Dumas, la amistad, el honor y la caballerosidad emergen victoriosos”.

Gustavo no siempre adopta esas “posturas intransigentes” que le atribuye Naím. Ocasionalmente, embargado de un espíritu exótico de tolerancia reconoce, como lo hace en el artículo que nos llama “furioso”, que no tiene problema alguno, por ejemplo, con que uno o más venezolanos digan que prefieren el helado de chocolate al de fresas… Eso lo puede tolerar Gustavo sin mucha dificultad. Pero eso sí, advierte, reacciono con mayor intensidad en contra de quienes digan – en aras de intereses económicos o geopolíticos, como lo hace Ochoa-Terán– que se deben levantar las sanciones al régimen criminal de Maduro.

¿Exaltados o fanáticos?

En Venezuela después de más de 20 años de oposición no ha habido la más mínima señal de una resistencia estratégica sosteniblemente activa o concebida de manera que justifique rechazar la alternativa de diálogo. El pueblo opositor venezolano está desde hace años sobrecogido e intimidado. No ha habido líder opositor que haya podido sacar a la nación del marasmo en que nos encontramos. Los guapetones bolivarianos dialogan, no porque la oposición los atemorice, sino porque no tienen alternativa, la oposición está respaldada por dos  pesos pesados, Estados Unidos y la Unión Europea. Los bolivarianos por su parte han aprendido que Estados Unidos habla suave pero negocia con un garrote en la mano. Si no, que le pregunten a Putin.

Para llamar a Gustavo y a otros opositores “fanáticos sinceros”, entendido como “personas completamente normales dispuestas a creer lo increíble”, no es necesario tener la calificación de un psiquiatra, como sugiere Gustavo, es una simple constatación de hechos. En realidad, si nos atenemos estrictamente al pincel de Moisés Naín al dibujar a Gustavo con sus “posturas intransigentes”, su “inmensa pasión”, el “carácter implacable”, “incapaz de calzar en los comunes acomodos”, su “postura ética extremadamente rígida”, lo primero que viene a la mente, y no en forma subliminal precisamente, es el vocablo de “fanático”. ¿Qué dice la Real Academia Española del «fanatismo»? Apasionamiento, tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas. ¿Algunos sinónimos de “fanatismo”? Moisés Naím lo hace mucho mejor: nos dice que Gustavo es “intransigente”, “de una inmensa pasión”, “de carácter implacable”, “con posturas extremadamente rígidas”.

Nada de esto es extraño para los que conocen a Gustavo, quien se levantó en Los Teques como parte de una distinguida familia donde todos eran “coroneles”. En algo debe haber influido ese ambiente simbólicamente prusiano para que el amigo Gustavo exhiba ese “carácter implacable” o para que su blog adopte el título de: Las armas del coronel.

Gustavo, parapeteado en una colina de Virginia, muy cerca de Washington, “incapaz de calzar en los comunes acomodos”, le dispara a todo aquel que entre en el perímetro de su mira telescópica que no baile al ritmo de sus propias e intransigentes partituras.

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