Poblar las fronteras y garantizar su desarrollo en los procesos de integración interna es básico para preservar la soberanía nacional. La geohistoria moderna nos ha proporcionado patéticas enseñanzas acerca de las consecuencias de ausencias de ocupaciones efectivas de lindes fronterizos”. Pedro Cunill Grau. Venezuela: opciones geográficas, 1993

Luego de estar recorriendo desde hace bastantes años las áreas limítrofes del país, y experimentar cualquier cantidad de vivencias; hoy puedo colegir a través de la siguiente aseveración: pareciera que el espacio geográfico fronterizo no fuera nuestro; no obstante, llegar a equivaler casi que 60% del territorio nacional y  estar habitado por una quinta parte de la población.

Mientras que los demás países, con los que hacemos costados fronterizos, adelantan audaces políticas en esa materia; valiéndose inclusive de nuestros recursos inconmensurables; nosotros seguimos exhibiendo una muy débil pared demográfica, en lamentables condiciones de aislamiento, inseguridad de todo tipo y pobreza; cuya inmediata consecuencia comporta un marcado desequilibrio geopolítico.

Hemos estudiado, permanentemente, que a los fenómenos fronterizos se les atribuyen  realidades jurídicas por la delimitación misma, que es obligante, conforme al Derecho Internacional. Tema controversial.

Para ejemplo de lo expuesto en el párrafo anterior, tenemos el asunto litigioso que estamos dirimiendo por ante la Corte internacional de Justicia, en espera de la decisión sentencial, sobre la base la Excepción Preliminar presentada por nuestra delegación.

Ciertamente. Los arreglos limítrofes corresponden, la mayoría de las veces, a entendimientos geodésicos entre los Estados concernidos; pero se hace inexorable considerar, en tales acuerdos, la dimensión socio-económica y cultural por la interactividad que mantienen los habitantes de esos espacios.

Podemos mencionar, porque así lo percibimos de cerca y a cada rato, que La gente que allí convive poca o ninguna importancia le da a la línea, a la raya imaginaria que como figura convenida de los Estados intenta separarlos; por cuanto, en los espacios colindantes entre Estados, nos consta, hay otro modo de valorar y vivir.

No basta que se diga “si un centímetro de territorio venezolano es la soberanía, una gota de sangre nuestra también lo es”. Suena muy hermosa tal expresión; no obstante, la realidad concebida históricamente, las sensibilidades y padecimientos en nuestras regiones fronterizas; sus asuntos álgidos, en muchas ocasiones, no constituyen agenda prioritaria ni para la acción administrativa del Estado venezolano;  y casi que no le interesa al resto de  la opinión pública nacional.

La reiteración en tal actitud de menosprecio deriva en desatención de las comunidades y el agravamiento de conflictos de distintas manifestaciones.

Hay que volcar la mirada hacia los espacios fronterizos. Las personas que allí conviven, también son muy dignos compatriotas.

Insistimos en reconocer que los nexos vecinales de carácter humano no son ni serán nunca territoriales para que impliquen diferenciaciones sociales.

Nos atrevemos a señalar que la compenetración que dimana de los constantes intercambios de los habitantes de las zonas fronterizas conforma extraordinarios sistemas abiertos de aproximación y complementación de las necesidades humanas; por lo que a los pobladores fronterizos les resulta indiferente la ubicación geográfica que ocupen o las imposiciones jurídicas desde el nivel central, donde se  desconoce casi siempre  las verdaderas realidades  que vive la gente en las fronteras.

Coincidimos con la excepcional y siempre vigente tesis de Esteban Emilio Mosonyi: “En vez de hablar tanto de sociedades atrasadas, sociedades primitivas, arcaísmos y supervivencias, mejor sería apersonarnos de esta reserva tan importante de sociedades alternativas para el futuro. Lo que sucede es que ya sabemos que el capitalismo no le interesa examinar estas sociedades sino a título de museografía o folklorismo descriptivo. Pero lo triste y verdaderamente criticable es que tampoco los grupos progresistas, los partidos revolucionarios y las organizaciones de carácter transformador tampoco se hayan interesado”.

Cuántas veces hemos tenido que reconocer, en público y en privado, que el Estado venezolano (desde hace muchos años) ha mantenido un comportamiento errático y desacertado en el tratamiento que debe dársele a los asuntos fronterizos.

Fijémonos, como referente elemental, en lo siguiente: el uso indiferenciado y confuso de los conceptos de límite y frontera, por parte de quienes suponemos han conducido, por años, la “política fronteriza”. Mencionar indistintamente, metido en el mismo saco discursivo, límite y frontera ya nos dice el talante de improvisación e ignorancia para arreglos mayores en esta materia.

Somos conscientes de que tampoco es fácil que el lenguaje cotidiano se ciña a darle a cada categoría el uso adecuado y preciso. Además, la connotación que tiene cuando hablamos de límite y la intencionalidad al pronunciar frontera.

De allí nuestro interés de que se sepa que si de límite se trata, entonces, debemos concebir un  ente jurídico abstracto, de origen político, convenido y visualizado como una línea  trazada imaginariamente; mientras que la Frontera abarca el espacio de anchura variable, donde convergen seres humanos con potencial de integración cultural, de ambos lados, que crea un modo de vida común, con sentido dinámico y vital.

Aprovecho para añadir aquí que una de las tantas propuestas que nos hacen, en las conferencias  que hemos venido dictando por varias universidades del país, es que el Estado venezolano debe asumir mayor presencia poblacional; enfocarse con una nueva mirada en las zonas fronterizas, mediante un sistema sustentable de consolidación de pueblos y ciudades a lo largo de nuestra poligonal fronteriza, con suficiente fuerza y patriotismo.


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