El mundo sigue con preocupación la refriega que está en curso entre Estados Unidos y Rusia como consecuencia de la agresividad de Moscú en Ucrania, un espacio geográfico que configura un área de influencia vital para el régimen ruso.

En Pekín los altos jerarcas del gobierno no le quitan el ojo de encima al desencuentro porque éste pone de relieve elementos dicientes para interpretar a cabalidad la política externa de Estados Unidos y la estrategia manejada por Joe Biden en un momento en el que el poderío norteamericano está siendo cuestionado ante la opinión mundial. Pero sobre todo porque resulta ser una manera de interpretar las actuaciones que la primera potencia mundial pudiera eventualmente repetir en torno a otra área de actuación candente y de mayor importancia aún para los chinos: Taiwán.

En el caso de Ucrania, Biden siente a su país desafiado en su poderío. En este episodio de nueva Guerra Fría, el mandatario estadounidense ha sabido rodearse de sus socios europeos y de la OTAN para mostrar los colmillos. Verse obligado a hacerle frente a una alianza de este porte juega una importante carta para contener la agresividad militar de Putin. Su capacidad de negociación ha sido, en efecto, limitada.

En el caso de Taiwán las cartas de Washington están siendo diferentes. Las constantes incursiones chinas en el espacio aéreo del estrecho marítimo que separa a China de la isla no dejan frío al adversario estadounidense, pero sus actuaciones están siendo menos frontales, y bastante más estratégicas.  En los dos últimos años esta zona ha sido el escenario de ejercicios militares chinos encaminados a intimidar al gobierno de Taipei. La respuesta estadounidense se ha orientado más bien a establecer estrechos lazos económicos con la isla, al tiempo que ha invitado a su gobernante, hace apenas un mes, a la reunión Cumbre sobre la Democracia, a pesar de que Estados Unidos comparte el postulado político de “una sola China“.

El desconcierto de los estrategas chinos es pues comprensible. Todo hace pensar que la disposición de Washington a actuar por las armas si llegara a haber una agresión militar de China a Taiwán sería mayor que en el caso hipotético de que Rusia fuera más lejos con las armas en Ucrania. Si la reunificación de China y Taiwán intentara hacerse por el lado de la fuerza, cuesta creer que Estados Unidos y sus aliados jugarían una carta blanda como pareciera ser el caso con Moscú hasta el presente. Y las opciones estadounidense son unas cuantas pasando incluso por la de destruir las instalaciones industriales de la primera fabricante mundial de circuitos integrados que a la vez es la  principal proveedora china de estos elementos.

Todo este juego de poderes de la escena internacional está siendo examinado con lupa en los edificios de la Plaza de Tianamen pero otros elementos internos también juegan un papel vital en la escogencia entre las alternativas de acción frente a Taiwán.

El terreno que pisa el mandatario Xi es resbaloso. En la persecución de esa preeminencia global que es ya obsesión para la primera figura china, el líder debe moverse con extrema prudencia. No se le pasa por alto al timonel de la gran nación el impacto que tendría en su popularidad iniciar un movimiento militar en contra de la isla cuando parte la ciudadanía china se percate que verá partir a sus hijos a la guerra.

Ello sería devastador para su más caro proyecto que es el de permanecer frente de los destinos de su país.

Tampoco el Partido Comunista lo acompañaría si viera en peligro su papel determinante sobre el conglomerado chino.

 


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