El francés Olivier Assayas en un director singular, que ha hecho del eclecticismo de sus temas su sello de marca. Ha visitado el cine fantástico con Irma Vep, un homenaje a los folletines de principios del siglo pasado, el drama familiar (La hora del verano), antes de hacer una estimable miniserie y película sobre Carlos, el chacal (Carlos). El drama íntimo y la soledad gobernaban otro filme destacado, Las nubes de Sils Maria, sobre el paso del tiempo en la vida de una actriz. Ha sido, además, crítico de cine de los indestructibles Cahiers du cinema,  osados defensores de la “política de los autores” que sitúa al director, pase lo que pase y colabore con quien colabore, como la única mente creativa detrás de cada película. Assayas, llena este modelo, sin duda, porque todas sus películas abrevan en los distintos géneros, pero su solvencia narrativa termina por permearlos. La red avispa o La red cubana es una nueva incursión en la historia ideológica del mundo reciente. Tiene un punto en común con Carlos. Sus protagonistas defienden un mundo que o nunca va a existir, o ya dejó de ser relevante. Y tal vez por eso se codea con las aristas más opacas de la existencia.

Todo empieza con la implosión del socialismo real en el año de gracia de 1989. La insaciable Cuba, huérfana de la teta soviética, debe recurrir a regañadientes a una fuente alterna de divisas: el turismo. Ello plantea problemas de todo tipo, no siendo el menor el que los cubanos vean de primera mano cómo se vive en el mundo libre. El exilio cubano en Miami saca cuentas y concluye que si es posible echar a pique esa tabla de salvación, el régimen caerá. Todo esto está muy bien contado en un libro que no oculta sus simpatías procubanas, Los últimos soldados de la guerra fría del brasileño Fernando Morais. Y Assayas, recordando el éxito de Carlos decide hacerlo película.

La historia, siendo simple, tiene demasiadas ramificaciones y solo es comprensible en el contexto de la posguerra fría. Inteligentemente el libreto reduce a tres las historias de los espías, cuyo blanco no era el gobierno americano sino las organizaciones anticastristas con potencial letal. Y muy específicamente, una de ellas Hermanos al Rescate que organizaba vuelos para lanzar propaganda sobre la isla.

Dos de sus aviones desarmados fueron derribados, según los cubanos, en el cielo cubano; según los americanos, en espacio internacional. El punto es que dos aviones de guerra atacaron a dos aviones civiles, lo cual le valió a Fidel Castro la condena de Eduardo Galeano y de José Saramago. Fin de mundo.

Este momento, muy álgido, es el clímax de la película (no olvidemos que estamos en febrero de 1996 y Bill Clinton se juega la presidencia ese noviembre), pero Assayas comienza la historia mucho antes, detallando el minucioso plan de falsa deserción de sus agentes, y su inserción en la comunidad del exilio, mientras que, en paralelo narra la vida de una de las familias que quedó en Cuba, sin saber que la leyenda es un invento que debe ser preservado a toda costa. De nuevo, el modelo es Carlos porque la historia y los hechos pesan tanto que el tiempo, o el esquema narrativo elegido, no permite indagar más en la intimidad de los agentes. Así como no conocíamos los motivos de Carlos para sus acciones, poco sabemos de los miembros de la red. Apenas algunas escenas sobre la incapacidad de la familia para procesar los sucesivos golpes que llevan al marido y padre a ser primero gusano, luego un héroe de la revolución y luego un prisionero del enemigo. El tema, sin embargo, es apasionante. ¿Qué mecanismo de lealtad radical puede llevar a alguien a insertarse en un sistema funcional para defender la disfuncionalidad radical de un sistema fallido? ¿Qué titánicos mecanismos de negación funcionan? Ni el libro ni la película responden y ese sería el reproche a hacerle a un “thriller” político muy bien narrado, que sabe graduar las incógnitas y describir a grandes pinceladas un momento crítico de la tragedia cubana. Una lástima porque Assayas, en otras entregas, ha demostrado ser un fino descriptor de psicologías y un inquieto hurgador en las intimidades del alma humana. Una posible explicación es que no maneja el contexto y si bien la película no respira el aire socarronamente procubano del libro, el espectador nota que el asunto no va más allá de la epidermis y el hábil encadenamiento de los hechos fríos. Aún así vale la pena verla. Está en Netflix.

La Red Avispa. (The Wasp Network). Francia/Brasil. 2019. Director Olivier Assayas. Con Edgar Ramírez, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Gael Garcia Bernal.


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