En medio de la crisis de seguridad europea generada por el despliegue masivo de tropas y equipos militares rusos a lo largo de la frontera conUcrania, el mundo atestiguó con preocupación la infructuosa ronda de negociaciones llevadas a cabo la semana pasada en Ginebra, Viena y Bruselas, entre los equipos diplomáticos de Estados Unidos-OTAN y sus homólogos enviados de Vladimir Putin.

Los puntos centrales de la controversia se mantienen intactos: 1. Preocupación de occidente por lo que consideran una inminente invasión de las fuerzas armadas del Kremlin a Ucrania y 2. La negativa de la OTAN y Washington de ceder ante las demandas rusas sobre garantías de seguridad, que, entre otros aspectos, implicaría la renuncia de Estados Unidos y sus aliados europeos a la ampliación de las fronteras de la OTAN hacia el este, en este caso sumando a Ucrania, “peligrosamente” colindante con Rusia, y, por supuesto, al muy poco apreciado despliegue continuo de infraestructura militaren territorios de la Alianza Atlántica.

Fanfarronada o parte de un libreto preconcebido -nadie lo puede asegurar -,por allí apareció el viceministro de relaciones exteriores y jefe de la delegación negociadorarusa, Serguéi Ryabkov, declarando ante un canal de la televisión internacional del país – tal vez para asegurar la correspondiente y bien planificada difusión – que su gobierno no descartaba el despliegue de infraestructura militar en Venezuela y Cuba, agregando que todo dependería de las acciones de su contraparte estadounidense si aumentan las presiones a Rusia y las tensiones respecto a Ucrania.

¡Un momentico, por favor!

¿O sea que lo que plantea el alto funcionario ruso, fría y descaradamente, es algo así como una especie de chantaje?

Cualquier nostálgico analista pudiera dejarse llevar por la tentación de asociar este “mal chiste” de Ryabkov con aquel lejano episodio de la crisis de los misiles en Cuba, de octubre de 1962, resueltoen el término de trece días, por un acuerdo entre Nikita Kruschev y John F. Kennedy que consistió en el desmantelamiento soviético de la base de misilesen cuba y retiro de los dispositivos nucleares, a cambio del compromiso de Estados Unidos de no apoyar ni participar en una invasión a la isla, así como, y de manera más importante,de desmontar las bases de misiles estadounidenses emplazados en Turquía. Otros tiempos, otras realidades, pero que siempre sirven de lección histórica.

De todas maneras, al margen de esta inevitable reminiscencia, ya el asesor de seguridad nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, al interpretar lo dicho por el viceministro ruso como el posible despliegue de infraestructura militar y envío de tropas a Venezuela y Cuba, desestimó lo que consideró “fanfarronadas en los comentarios públicos”; agregando que, si Rusia tomara pasos de ese tipo, su administración respondería de manera “decisiva”.

Por supuesto que esta notica rebotó en el Caribe y seguro puso muy contentos a Díaz-Canel y Nicolás Maduro, dos socios que deben haber fantasiado muchas veces con la idea de albergar en sus devastados feudos la presencia militar efectiva de su mayor soporte internacional. Daniel Ortega, por su parte, se debe haber sentido un poco ofendido por la “inexplicable” omisión de su país.

No está demás explicarle a Nicolás, Daniel y Miguel que este enredo que tiene como epicentro a Ucrania y la seguridad del viejo continente, no es algo así tan simple como cambiar peras por manzanas. Esto lo sabe muy bien el viceministro ruso, pero es lógico pensar que sus declaraciones estuvieron motivadas por una estrategia propagandística dirigida, tanto a la opinión pública interna rusa, como al liderazgo occidental que encuentra muchas veces difícil descifrar la irreverente retórica e intenciones reales de Moscú.

Es por ello que, en aras del equilibrio que debe tener todo análisis, pertinente es recordar al asesor de seguridad estadounidense, Jake Sullivan, que cuando Putin llegó al poder en el año 2000, uno de los objetivos existenciales que se planteó fue el de restaurar el estatus de Rusia como potencia global, luego de una década (años noventa) considerada por él para el olvido, por la supuesta humillación recibida de parte de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN que veían por encima del hombro los restos de un imperio soviético destruido.

Las peligrosas tensiones presentes en Ucrania por el despliegue de tropas rusas a lo largo de sus fronteras y la consiguiente necesidad de occidente de sentarse en la mesa de negociaciones parecieran demostrar que Rusia está jugando en estos momentos un rol estratégico incuestionable de potencia mundial.

En el caso de América Latina también es aconsejable que la administración Biden no olvide que la presencia de Rusia en ella “forma parte de una estrategia internacional más amplia cuyo objetivo es socavar el liderazgo de Estados Unidos en la región y competir con la otra potencia emergente: China”

Por otra parte, si bien resulta cuesta arriba un despliegue militar ruso en el Caribe al estilo de lo planteado por el viceministro Riabkov, no dejaría de ser interesante conocer la opinión del asesor Jake Sullivan sobre el estatus real de la cooperación militar entre Caracas y Moscú y, más específicamente, respecto a la presencia efectiva de personal de las fuerzas armadas de la Federación Rusa en territorio venezolano.

Todos recordamos, por ejemplo, que en un ya remoto fin de semana de marzo de 2019 las alarmas en la región se prendieron al constatarse el aterrizaje, en el aeropuerto internacional de Maiquetía, de 2 aviones de la fuerza aérea rusa con supuestamente 100 militares y varias toneladas de equipo operacional. Es mucho lo que desde entonces ha llovido y mucha la incertidumbre y desconocimiento sobre la dimensión exacta que han adquirido los vínculos en materia de seguridad e inteligencia entre los regímenes de Maduro y Putin.

Lo cierto es que, al margen de lo que pudiera ser considerado como una más de las fanfarronadas del Kremlin, no hay dudas de que la utilización de Cuba y Venezuela como escenarios de un juego geopolítico más amplio seguirá siendo una constante en el objetivo último de Vladimir Putin de consolidar a Rusia como actor estratégico y potencia global. Un objetivo que para muchos entendidos ya ha sido alcanzado.


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