Hace cuarenta  años el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa escribió en su columna “Pido la palabra” de El Nacional, refiriéndose a Simón Rodríguez, que este “fundó en Valparaíso un taller para fabricar jabón y velas. Jabón para lavar la mugre moral de nuestros pueblos y velas para alumbrar el camino de la libertad por donde marcha la nación hacia el porvenir”. Pues bien, eso necesita Venezuela para quitarse de encima tanta impureza, suciedad ética y moral y latrocinio que sobre ella ha echado el “Tripaflojismo del siglo XXI” (Manuel Caballero dixit), con su líder máximo, sus herederos que dicen ser sus hijos y su ineficiente equipo de desgobierno.

Hoy resulta tan oportuna la referencia al insigne docente, estadista y poeta insular, para llamar la atención del ciudadano venezolano para que se interese e intervenga en los asuntos públicos. La tranquilidad de la indiferencia es mala compañera, pésima consejera.

El proceloso momento que vivimos será superado, solo si  expresamos nuestra voluntad democrática por un cambio que permita la elección de un nuevo gobierno, decente y democrático, probo y eficiente, negando así cualquier posibilidad de continuismo, que es lo que cabalmente representaría cualquier intención continuista del rojo rojito PSUV.

Jabón que servirá para limpiar de sátrapas y malhechores, que no han hecho otra cosa que lucrarse del erario, aparentar un izquierdismo que solamente existe en sus mentes corruptas y en su proceder chabacano y mediocre, y al propio tiempo dárselas de revolucionarios.

No son pocas las denuncias que se han interpuesto contra las supuestas conductas delictivas de ciertos funcionarios  en los diferentes campos de la administración pública; denuncias de narcolavado, narcotráfico y narcoterrorismo, como tampoco son nada exiguas las cantidades de dinero presuntamente timadas al erario.

Aún se espera la competente y oportuna actuación de los operadores de justicia para que, de una vez por todas, se establezcan las responsabilidades a que haya lugar y se responda ante el país por tanto desaguisado. Claro que esto suena iluso, quijotesco y soñador. Lo asumo.

Venezuela, seguramente, sabrá tomar la decisión que más le convenga para impedir la continuidad de la satrapía que ha significado el actual desgobierno. La noble y pujante Venezuela merece mejores derroteros, funcionarios capaces y eficientes, consustanciados con el pueblo, y para ello debe sumarse al esfuerzo que se está haciendo para salir del atolladero en que nos encontramos. Se impone la unidad para ello.

Y velas se requerirán como faros fulgurantes, para que los nuevos funcionarios que habrán de regir los destinos, una vez salgan favorecidos por la voluntad popular, dispongan de claridad y sapiencia que les permitan resolver los ingentes problemas que aquejan a nuestro país. No más mediocridad en el desempeño público; desaparezcan las guerras intestinas político-partidistas; rechacemos la chapuza oficial a la hora de encarar las dificultades nacionales y condenemos el timo a las finanzas públicas.

No se puede ser indiferente ante la realidad que vive el país; Venezuela nos necesita a todos y la participación en los procesos de cambio es fundamental. Hay una instancia que aglutina a los factos opositores, se cuenta con el apoyo internaciones y la crisis se agudiza cada día más.

No es necesario ser un erudito, ni un avezado académico, tampoco un Kelsen ni Justiniano para entender que esto es una desgracia, pero saldremos de ella.

No llegamos aquí por radicales ni por guerreros del teclado, sino por el trabajo de hormigas de todos los factores de la oposición política venezolana. No hay democracia sin partidos políticos.

Insisto: ese discurso del silencio de los indiferentes conlleva en sí mismo un flaco favor a la democracia venezolana, un desdén imperdonable sobre los asuntos de la nación y, desde luego, la posibilidad de dejar el camino libre al gobierno rojo rojito, negando la viabilidad de recuperar espacios de poder o de conservar los que ya se tienen.

Cerremos los caminos, democráticamente, a la mandonería pendenciera, a esta cola loca y desquiciada que solo vive su egoísmo. ¡Démosle jabón y velas a Venezuela!

 


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