Hace poco, en una entrevista que le hizo el periódico francés Le Monde, el presidente izquierdista de Argentina Alberto Fernández, al referirse a la situación política de Venezuela, acusó a Nicolás Maduro de tomar decisiones arbitrarias. Al mismo medio de prensa también le expresó lo siguiente: “Estoy muy preocupado por la situación humanitaria (…) estamos en presencia de un gobierno (…) que ha puesto en peligro el Estado de Derecho y hay una crisis de convivencia democrática”.

El comentario no fue de poca monta; sin embargo, el locuaz inquilino de Miraflores, siempre dispuesto a abrumar a sus enemigos demócratas con todo tipo de dicterios, hizo mutis. Tal conducta tiene su explicación. En sus declaraciones Fernández resaltó que la solución a la crisis venezolana “no puede ser una intervención externa”. Según él, “son los venezolanos los que deben decidir su futuro”. Y eso no es todo, a diferencia del importante número de países que reconocen a Juan Guaidó como presidente interino, el argentino no lo ha aceptado como tal. Sin duda, ese debe ser parte del precio que le paga a doña Cristina Fernández de Kirchner por su “desprendido” apoyo durante la campaña presidencial argentina.

Es absurdo que un verdadero demócrata, sin ataduras y malsanos compromisos políticos, pueda decir que una dictadura terrorífica y criminal como la venezolana, que cuenta con el irrestricto apoyo de Cuba, China, la Unión Soviética y parte importante de la casta militar venezolana, pueda ser resuelta con la pura presión de la sociedad civil. La experiencia cubana está ahí a la vista para demostrar lo contrario.

Las democracias de América, Europa y el resto del mundo, sin excepción, deben concienciar el grave peligro que representa una Venezuela rica en petróleo, gas, oro y coltán, cuyos gobernantes están dispuestos a llevar su proyecto comunista hasta todos los rincones de América Central y América del Sur, y más allá si le es posible. La descomunal emigración de venezolanos es una prueba del talante criminal y destructor de la mal llamada revolución bonita. Y la ruina económica de la patria de Simón Bolívar es la demostración más rotunda de su desmesura y destemplanza.

No es creíble que Fernández haya dicho durante su campaña presidencial que el gobierno de Maduro es “autoritario y difícil de entender” y que por otro lado haya invitado a su toma de posesión al inefable Jorge Rodríguez. Una de dos: o se está con Dios o con el Diablo. Ambas cosas no son creíbles.

Desde acá solo nos queda hacerle llegar un mensaje al político argentino: presidente Fernández, no se preocupe tanto por nosotros, simplemente ocúpese. Usted debe tener presente que las preocupaciones no son más que formas engañosas de la mente que conducen a la inacción; esto es, no se hace lo que necesariamente hay que realizar para resolver la problemática que está planteada, pero ponemos de manifiesto ante los demás que estamos preocupados por ella. Entonces, haga lo que sea necesario hacer para que nuestro pueblo desarmado tenga la posibilidad real de salir del atolladero “revolucionario” y retornar a la ruta democrática.

¡Manos a la obra!

@EddyReyesT


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