Venezuela está necesitada de esperanza. El poder sólo ofrece el continuismo de las desgracias: mata la esperanza para que nos sintamos como esclavos.

No pocos voceros de sectores políticos, económicos y sociales, que deberían defender los derechos del pueblo, lo hacen de una manera tan insulsa o, en realidad, insidiosa que cabe la expresión: «No me defiendas compadre». Pretenden ser fuente de esperanza, pero no lo son. Más bien lo contrario.

Una esperanza verdadera se anima llamando las cosas por su nombre y presentando las posibilidades de un futuro distinto de manera integral.

No es posible impulsar esa esperanza desde la ambigüedad interesada. No es posible suscitar esa esperanza desde la falsedad de que hay dos partes en conflicto, más o menos equivalentes, y que debe privar una especie de espíritu «positivo» para que las diferencias se resuelvan en plena armonía.

Consideraciones de ese tipo son venenosas para la esperanza de cambio efectivo porque sus premisas son falsas: lo que hay es una hegemonía despótica y depredadora, un pueblo que busca emigrar, muchos «dirigentes» que viven en la conchupancia, y otros muchos venezolanos que denuncian todo esto y son acusados de extremistas…

Una esperanza verdadera se construye desde la verdad, no desde el camuflaje de la verdad. Y repito: Venezuela está necesitada de una esperanza verdadera.


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