Foto AVN

Si alguien tenía esperanzas de que la inclusión de dos miembros no rojos en la directiva del CNE era una señal de apertura democrática del chavismo, mi sentido pésame. La ejecución militarizada del embargo a la sede de El Nacional, el pasado viernes 14, es una clara advertencia en sentido contrario.

Es la voz del chavismo diciéndonos que no hay retorno ni apertura posible, que la cúpula de militares golpistas y civiles ultraizquierdista que somete al país no piensa detenerse en su estrategia de abusos de poder, violación de derechos y clausura de las libertades democráticas. Así de simple.

La técnica ya la conocemos bien. Cada cierto tiempo, cuando la cúpula siente que ha tensado demasiado la cuerda, o la presión internacional se hace fuerte, los estrategas rojos deciden simular que ceden un poquito y, que ahora sí, de verdad, están dispuestos al diálogo y a una salida pacífica.

Así lo prometió Chávez, de rodillas, frente a un crucifijo, días después de que fue sacado de la Presidencia por esa operación de triste final conocida como El Carmonazo. Pero apenas se sintió seguro, unas semanas después, sacó una ametralladora –que en este caso son los jueces a sueldo y el árbitro electoral comprado– y comenzó a disparar a mansalva: expulsó a casi la nómina completa de Pdvsa, purgó ideológicamente a la Fuerza Armada y ordenó retrasar el mayor tiempo posible la realización del referéndum mientras desarrollaba las Misiones. Así lo hizo. Se atornilló al poder. Y se olvidó del diálogo por mucho tiempo.

Lo curioso es que a pesar de la experiencia siempre hay, del otro lado, del bando que se conoce como opositor, alguien dispuesto a participar de la ilusión de diálogo y apertura. “No hay que ceder espacios políticos”, suelen decir. No se sabe por qué lo hacen. Si es que son olvidadizos y no recuerdan las últimas estratagemas del chavismo, o porque ya se cansaron de la resistencia opositora a secas y quieren algún beneficio personal, o porque han caído –como los llamados alacranes– moralmente muy bajo y decidido hacer de colaboracionistas sin tapujos.

El trasfondo de todo el chavismo nunca lo ha ocultado. Las revoluciones, como la cubana, que aún sobrevive, o como la soviética, en sus setenta años de existencia, se defienden con las armas y no están para alternancias de gobierno. Su principio básico es eternizarse en el poder. De lo contrario, si permitieran la alternancia, no serían revoluciones, serían, a su entender, un gobierno burgués más.

El presidente que murió no se cansaba de repetirlo: “Esta es una revolución pacífica, pero armada, no se equivoquen”. Lo decía una y otra vez en sus diarias intervenciones mediáticas. Y la imagen aterradora que nos venía a la cabeza era de un hombre que en una mano nos mostraba un libro de paz –la Constitución o la Biblia–, mientras en la espalda ocultaba un arma, por ejemplo, una ametralladora o una pistola, dispuesto a disparar.

Y así ha sido desde que el teniente coronel irrumpió en la escena pública. En el comienzo fue la ametralladora. El 4 de febrero de 1992 el soldado quiso entrar a Miraflores a sangre y fuego, pero las tropas leales se lo impidieron. Entonces escondió el fusil y con la otra mano sacó la Constitución, en aquel caso la del 61, y se hizo del poder por vía electoral unos años después.

Y así hizo con su proyecto de reforma de la Constitución cuando entendió que la del 99 no le permitía declarar a la República socialista. Primero apeló a la Constitución y convocó un referéndum recordado como el 2D. Pero como lo perdió sin que el CNE pudiese hacer nada para impedirlo entonces, luego de declararla groseramente como una “victoria de mierda”, sacó la ametralladora, de nuevo el sistema de poderes a sus servicios –el Tribunal Supremo y el parlamento– y logró imponer las reformas que deseaba a través de decretos.

Y así lo ha hecho su alumno y heredero Nicolás Maduro. En 2015 y primeros meses de 2016 reconoció el triunfo electoral de la resistencia democrática (la mano en la Constitución). Un triunfo que le dio mayoría absoluta a los opositores y convirtió al PSUV en una minoría en todo el país. Pero de inmediato (la mano en la pistola) apenas él y sus estrategas se percataron de la amenaza que significaba un parlamento con el poder suficiente para nombrar un nuevo Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y un nuevo CNE, sacó la pistola –que en este caso fueron, de nuevo, los jueces a sueldo del TSJ y los militares pretorianos que comenzaron a hostigar a los nuevos parlamentarios– y accionó  la neutralización del Poder Legislativo electo y su sustitución por otro, la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), elegida fraudulentamente. Y así se sofocó el cambio inminente que el voto popular había decidido.

Esa es la lógica. Mientras en una tarima Maduro baila, en los sótanos del Sebin alguien está siendo torturado hasta desfallecer y morir. Mientras con una mano, la desarmada, ofrece el paño caliente de una directiva del CNE, con la otra, la armada, los jueces y los milicos se roban la sede de El Nacional; se aprueba una providencia que limita el funcionamiento libre de las organizaciones no gubernamentales para sacarlas definitivamente del juego de las libertades; y se prepara la aplicación del Estado comunal que terminará de borrar las huellas de la democracia representativa.

Así ha sido esta larga historia que comenzó con la elección de la Asamblea Nacional Constituyente (la Constitución en una mano), que luego fue convertida en un aparato fraudulento, mediante el cual Chávez y su cúpula se hizo de todos los poderes públicos y comenzó a asfixiar a la democracia (la mano que saca la pistola).

El método les ha servido. Sin necesidad de dar un golpe de Estado, sino horadando desde dentro la institucionalidad democrática, el chavismo ha sabido combinar el llamado a la paz con el ejercicio descarado de la violencia, la referencia a la Constitución con la práctica reiterada de violarla, y la negativa absoluta al reconocimiento de los adversarios con una retórica del diálogo.

Y para hacerlo han sabido cuidarse de que no existan elecciones libres, árbitros electorales imparciales y jueces independientes. Y de que existan países aliados y operadores políticos externos con tradición democrática que les ayuden cada cierto tiempo a reactivar los vapores ilusorios que marean de esperanzas a una parte de sus oponentes. Un juego macabro que les permite renovar la franquicia en el poder mientras los adversarios se entretienen evaluando el monto de la dote prometida para un nuevo diálogo.

El método lo han descrito muy bien los profesores Ziblatt y Levitsky en su libro Cómo mueren las democracias proponiéndonos que para entender cómo los nuevos autócratas socavan sutilmente las instituciones, podemos imaginar un partido de fútbol en el que los déspotas apresan a los árbitros, marginan al menos a uno o dos de los jugadores estrellas del equipo rival, y reescriben a su favor las reglas del juego. De este modo, concluyen los autores, logran un efecto similar a “inclinar el terreno de juego en contra del equipo marcado”.

El chavismo ha logrado mantener inclinado el terreno de juego a su favor desde febrero de 1999. Y cuando por alguna falla técnica la cancha tiende a equilibrarse, simplemente sacan la pistola y todo vuelve al orden constitucional. A “su” orden constitucional. Así ocurrió con el parlamento triunfante de 2015 y así ha sido y así será en las sucesivas jugadas a menos que alguien le sujete una mano. La armada. La que apresa árbitros, elimina a los jugadores rivales estrellas, reescribe las normas de juego.

La entrega de la sede de El Nacional, como ofrenda al emperador Diosdado, oficiada vergonzosamente por el Tribunal Supremo, solo viene a corroborar sus métodos, a recordarnos su ética miserable y a poner en escena de nuevo el juego del libro abierto y la pistola escondida.

Igual no faltará alguien, un académico con honores, que interprete el hecho como un gesto de buena voluntad. “Por lo menos no volaron el edificio y dejaron que los dueños conservaran el archivo”, escribirán. “Usted sabe cómo son las dictaduras”, agregará el analista. “Esperar que jueguen limpio es un acto de inocencia”, continuará. Para cerrar con su recomendación general: “Lo importante es encontrar una rendija por donde actuar”.

Por ahora Diosdado guarda la pistola. Satisfecho. Ahora viene diálogo, debería decir. Las tiranías del siglo XXI tienen su ritmo.

Artículo cortesía de Frontera viva

 


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