En agosto de 2020, cuando apenas  ─podría decirse─ iniciaba la pandemia del covid-19, la agencia Bloomberg publicó el artículo “The Pandemic Workday Is 48 Minutes Longer and Has More Meetings”, basado en un estudio de Harvard Business School y la Universidad de Nueva York. Uno de los hallazgos más relevantes fue: “Registramos horas más largas. Asistimos a más reuniones con más personas. Y enviamos más correos electrónicos”.

Esto en alusión a la fuerte carga laboral desde el hogar, a propósito de la implementación del teletrabajo como una medida para frenar, en ese entonces, los contagios. Casi dos años después, el panorama no ha cambiado mucho. Firmas especializadas y universidades han hecho estudios donde se evidencia que los empleados ahora suelen trabajar más horas, incluso fuera del horario habitual, cuando lo hacen desde sus hogares.

Esta cultura del exceso de trabajo ─que no es propia de la pandemia, pues siempre ha existido en los lugares de trabajo─ no es sinónimo de mejor desempeño, mayor productividad o más rentabilidad. Lo que esto puede llevar es al agotamiento y no es, precisamente, el trofeo que las empresas deseen exhibir.

Pero hay otra arista relacionada con el exceso de carga laboral y es la que tiene que ver con la adicción al trabajo, que en inglés se resume en una sola palabra: workaholic. Es esa cultura generalizada de considerar los horarios prolongados como señal de eficiencia.

En mayo del año pasado, en el artículo “Why do we buy into the ‘cult’ of overwork?”, publicado por la BBC, se señala que nuevos estudios muestran que los trabajadores de todo el mundo están dedicando un promedio de 9,2 horas extra no remuneradas a la semana, frente a las 7,3 horas de hace solo un año.

“Desde que llegó la pandemia, nuestras semanas laborales se han vuelto más largas; enviamos correos electrónicos y mensajes a medianoche a medida que se disuelven los límites entre nuestra vida personal y profesional”, advierte.

Si bien en esta época los empleados, así como las empresas entienden mucho más sobre las consecuencias que el exceso de trabajo y el desgaste profesional o burnout tienen en la salud mental y física, detener esa obsesión requerirá un cambio cultural.

Y eso nos lleva a la pregunta: ¿podría el mundo pospandémico ser nuestra oportunidad de intentarlo? Seguro que sí, pero esa “devoción” mal entendida hacia el exceso de trabajo no es algo que se resuelva en un futuro cercano. Sin embargo, vale la pena intentarlo en aras de la salud mental, el rendimiento y la productividad de los trabajadores y las compañías.

 


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