Termina de ser anunciada la Comisión Nacional de Primaria. Debe entonces  entenderse con claridad que el Reglamento establecido por la Plataforma Unitaria para la organización de estas elecciones ya se encuentra vigente y junto con esta cadena de hechos se reaviva el debate sobre los riesgos que acompañan a un evento extremadamente importante para la democracia venezolana. Antes de continuar, quiero señalar que, en mi opinión, los integrantes de la comisión son venezolanos probos y respetables, además de que varios de ellos son amigos personales. Con ello quiero precisar que todo lo que voy a señalar atañe al proceso en sí y no al organismo rector.

Es indispensable entender que las primarias y las eventuales elecciones presidenciales son dos actos separados en el tiempo, con reglas diferentes y, más importante aún, interconectados por una dinámica política, nacional e internacional, que está intrínsecamente sujeta a eventos imprevisibles. La declinante confianza de la ciudadanía en el voto como mecanismo de transformación es no solo una consecuencia buscada y ocasionada por las políticas represivas y de manipulación del régimen, entre ellas la lista Tascón, y la captura inconstitucional de varios partidos políticos a través de decisiones manipuladas del TSJ, sino también por errores muy importantes del campo opositor. El ejercicio del voto frente al populismo autoritario que controla la vida de los venezolanos no puede ser un acto ingenuo ni de convivencia sumisa con el régimen. Eso debería estar claro después de 22 años de violaciones sistemáticas de los derechos constitucionales de los venezolanos. Pero, y esta es una consideración esencial, las primarias pueden condicionar de manera determinante los resultados de la elección presidencial; para bien, o para mal.

La bifurcación de caminos está cada vez más clara. Unas primarias realizadas bajo el control del CNE, sin la actualización del Registro Electoral para incluir a unos 10 millones de venezolanos que podrían legalmente votar pero que se encuentran impedidos de hacerlo porque o bien cambiaron de domicilio, de modo voluntario o impuesto, o porque no han podido registrarse por diversos motivos, y sin la participación de los venezolanos fuera de Venezuela serían no solamente un suicidio de la oposición, sino que su realización constituiría una violación flagrante de derechos humanos y constitucionales de millones de venezolanos. A ello habría que añadirle que el número elevado de candidatos potenciales y la realización de una única vuelta no garantizarían la elección de un líder con apoyo masivo de la ciudadanía que pueda enfrentar a Maduro. Bajo esas condiciones vamos a un despeñadero donde Maduro se impondría sin necesidad de hacer trampas adicionales, simplemente contando con el voto cautivo del chavismo, especialmente los más de 3 millones de empleados públicos y los militantes de base del PSUV. Esa elección sería, frente a la comunidad internacional, un acto democrático que será difícil de objetar por el solo hecho de que se ejecutaría con la participación de un candidato opositor, seleccionado en unas elecciones primarias que en la práctica le harían la cama al régimen. Una verdadera catástrofe para el alma nacional y la confianza de la ciudadanía en el liderazgo opositor.

Pero esta catástrofe es evitable. Las primarias se pueden convertir en el preámbulo de un acto de desobediencia ciudadana frente al autoritarismo del régimen y, aún más concretamente, en un avance fundamental para la recuperación de la confianza en el voto como vía para el cambio. Un acto electoral se puede ganar de manera obvia obteniendo más votos que el contrario. Menos obvio, pero históricamente bien fundamentado, es que una elección se puede ganar en cuanto a su trascendencia política aun si el régimen empuja el fraude y no reconoce su eventual derrota. Pero esto supone que una dirección de oposición unificada y con una estrategia clara construya una narrativa de la desobediencia ciudadana frente al fraude. Lo que es inaceptable es acudir a unas elecciones contra un régimen populista autoritario de modo ingenuo, sumiso o resignado.

Evitar la catástrofe anunciada exige al menos tres condiciones: la primera y más importante es asegurar la participación de todos los venezolanos hoy dispersos en el mundo, en igualdad de condiciones con los que están en el país. Se ha argumentado insistentemente que esto es imposible y que se pretende estimular una ilusión porque en definitiva tanto las primarias como las elecciones presidenciales tienen que hacerse bajo el control del CNE y con el Registro Electoral oficial. Esto supone una visión estática de la política y además no tiene justificación legal o técnica alguna. Es posible levantar un registro alternativo con las tecnologías digitales modernas para votar en las primarias. Esto requiere de recursos que podrían obtenerse de un Fondo de Participación Ciudadana. Superado este obstáculo, el escenario de la participación en las elecciones presidenciales se modifica de manera esencial. Las otras dos condiciones tienen que ver con un mecanismo de votación que asegura una mayoría calificada, o bien una segunda vuelta o un mecanismo de elección múltiple, y con asegurar un acuerdo de gobernabilidad entre los candidatos a las primarias para el respeto de los resultados y la adopción de una estrategia común para restaurar la democracia en Venezuela.

No se está pidiendo lo imposible. Se está exigiendo que entendamos que la conducta de resistencia ciudadana es compatible con el rescate del voto y con la restauración de la convivencia entre los venezolanos. Lo que no podemos aceptar con mansedumbre es la pretensión de excluir a los venezolanos dispersos en el planeta con argumentos que terminan por jugar a favor de mantener a Maduro y al chavismo indefinidamente en el poder. Estamos en una encrucijada fundamental para la democracia venezolana,  y es posible aprovechar los cambios políticos en Latinoamérica, especialmente la elección de Petro, para presionar al régimen venezolano a liberar a los presos políticos y a garantizar una elección presidencial creíble. Demostrar que tecnológicamente es posible que la diáspora vote y mostrando el músculo político que eso significaría tanto en Venezuela como en los países de acogida es esencial.


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