¡Ah mundo Barquisimeto! es una exclamación nostálgica y amorosa que puede extenderse a toda la tierra larense. Desde mi infancia percibí el profundo afecto de mi padre a la vieja Nueva Segovia, fundada en la atalaya frente a los valles del río Turbio. Es así como Jesús María Troconis Martínez me mostró la belleza de la entrañable vecina de las gemelas Acarigua y Araure, donde nacimos. Don Rómulo Gallegos decía que el hombre dejaba el corazón enterrado en la tierra donde ha nacido. Lo doy por cierto, aunque siento mi corazón partido en dos, porque mis afectos, los más hondos, se dividen entre los paisajes preciosos, las bellas mujeres, los buenos amigos, los recuerdos inolvidables de la Ciudad de los crepúsculos, Carora, El Tocuyo, Quíbor, La Miel, de dulce nombre, que demarca la frontera de los estados Lara y Portuguesa, el Granero de Venezuela, capaz de  cubrir las necesidades nacionales, con la producción cerealera, de arroz y maíz de Píritu y Turén, café de la zona alta de Biscucuy y Araure, en los comienzos de la cordillera andina, ganado de Guanare y ajonjolí o sésamo de Acarigua.

De apenas 22 años, novel abogado, ungido asistente accidental del candidato presidencial Gonzalo Barrios, interrumpimos la candente campaña electoral que obligaba la  visita a cada rincón de la geografía portugueseña para viajar al estreno de la ópera Doña  Bárbara, representada por nuestra diva Morela Muñoz, la voz soprano dilecta de la  tradición lírica de Venezuela y, por supuesto, de su capital musical. La puesta en escena en el Teatro Juares, cuyo frío mármol blanco cedió paso al calor del público exultante. Así conocí la figura señera del novelista universal, don Rómulo Gallegos. Ayudé a moverlo en su silla de ruedas, en compañía de mi mentor, Gonzalo Barrios, de amigos queridos como Arturo Hernández Grisanti y Simón Alberto Consalvi. Después del acto, nos fuimos a la casa de Eligio Anzola, su ministro del Interior, agasajados con un almuerzo rico de platos y postres de la gastronomía lugareña. Una ocasión propicia para reconciliar al amable anfitrión con Gonzalo Barrios, su compañero de gabinete, ministro de la Secretaría General de la Presidencia de la República, en los tiempos del primer gobierno democrático de Venezuela, presidido por don Rómulo Gallegos.

Su mirada, ausente a veces, la avivó una pregunta indiscreta sobre la legendaria reina María Lionza de las montañas de Sorte, del cercano Yaracuy. Negó rotundo su existencia, encendiendo en el rostro anciano los rubores de la indignación y orgullo del gran novelista costumbrista de América Latina.

Fumador impenitente, un cigarrillo tras otro, distraído y pensativo conservaba su  detonante lucidez, le pregunté discreto, sin abuso y sin perder el equilibrio, sobre la riña de  gallos, afición raigal de Barquisimeto. Asintió dando muestras claras de conocerla.

Una ciudad cruzada, por cierto, de calles y carreras como si hubiera sido fundada por un  conquistador catalán, fue, sin embargo, Juan de Villegas Maldonado quien le dio vida,  extremeño, gobernador y capitán general de Venezuela.

Ahora, solo algunas pinceladas para dibujar sus vocaciones acentuadas.

La primera de ellas relacionada con la hermosa simplicidad de la música folklórica larense, fraternalmente unida a la música clásica, impartida por el genial maestro José  Antonio Abreu, consagrado barquisimetano, nacido en Trujillo, cuya excelsa creación, el sistema nacional de orquestas, ha sido declarada por la Unesco patrimonio de la  humanidad.

De esa fructífera siembra, el fruto elocuente brota del talento de su discípulo, Gustavo Adolfo Dudamel, que logró estremecer una audiencia de más de 1.000 millones de  personas, en 60 países de diferentes continentes, dirigiendo el Concierto de fin de año  2017 de la Filarmónica de Viena, en la magnífica Sala Dorada del Musilkverein. Aún hoy  Gustavo Dudamel, continúa deslumbrando a los innumerables amantes de la música, batuta  en su mano derecha, desde los atriles de la Filarmónica de los Ángeles y de la Sinfónica  Simón Bolívar de Venezuela.

La segunda vocación alude a la fiesta brava de la riña de gallos, de recorrido conjunto con la fiesta de los toros, que pone de relieve la obra notable, El gallo de las espuelas de oro, del eminente historiador y escritor caroreño Guillermo Morón.

La verdad, en la más antigua provincia venezolana, creada en 1832, regada por las aguas apacibles del río Turbio, el hábito inveterado permanece en sus ciudades, pueblos y  caseríos. Poco importa si se trata del gobernador o del obispo, empresario, ganadero,  probablemente originario de Carora, obrero, pobre o rico, es una ceremonia en la que cabe  toda la población. Todos los estratos sociales asisten con gusto al espectáculo entre gallos  de raza y peso iguales, apostando con el riesgo hidalgo de la palabra de Honor.

La mágica pluma de Mario Vargas Llosa reivindica la pelea de gallos o aves finas de  combate, como una parte del arte y la cultura de la sociedad iberoamericana. Esa  afirmación contundente es un Manifiesto Artístico y Cultural extendido al hemisferio  occidental.

En el Reino Unido medieval, de Escocia a Inglaterra, fue un ritual dominguero principal. En 1759, el cronista satírico inglés William Hogart escribe The Cockfight. La  estatua Winner of the Cockfight, de autor desconocido, anima la receptividad general del  espíritu artístico de la Britania, seguido por la Galia, Le combat de coqs de Jean Leon  Gerome, ambos resguardados por el Museo de la Gare D’ Orsay, heredero privilegiado del Jeu de Pommes, justo en la esquina derecha del Jardín de las Tullerías, sede del  Impresionismo, la tendencia pictórica sublime que llevo en lo más profundo de mi alma.

De Hispania, la mención es comprometida, pruebas fehacientes son las pinturas que  penden en las paredes del Museo del Prado, la Riña de Gallos del holandés Fyt Jan y la  del aragonés Miguel Viola que adorna innominada el Senado del Reino de España. Estallido de colores o de plumas es un hermoso lienzo de Julián Bustillos Martínez, de grato recuerdo y exposición permanente en el Museo de Arte Moderno de Acarigua, didáctico, además, pues de la complexión, estilo de lucha, casta y color de la pluma le  viene el mote al gallardo animal: Zambo, Marañón, Giro, Pinto, Gallino o Canaguey.

Adolescente todavía, estuve en Andalucía, con mi padre, buscando los mejores  ejemplares, en el triángulo formado por Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y el  Puerto de Santa María. El gallo español impuso su noble estirpe y su raza valiente en el  Caribe y en los países de América, desde el Río Grande hasta Cabo de Hornos. Florida y  Puerto Rico, Estados de la Unión Norteamericana, conservan la huella de la emocionante  Arena, Ruedo o Palenque.

La tercera vocación es la devoción compartida entre la Divina Pastora, cada 14 de enero sale del templo de Santa Rosa, sube la cuesta hacia Barquisimeto la multitudinaria  procesión, la más grande del mundo, y la Virgen de Coromoto, patrona nacional,  conmemora la aparición ante el indio de su nombre, el 11 de septiembre de 1652. Su  imagen en la entrada de la Catedral de Acarigua resplandece junto a San Miguel Arcángel  en la cúspide de su cúpula, espadachín protector de mi patria chica y de la iluminada París.

 


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