El coronavirus sigue propagándose por todos los continentes y los números de casos continúan aumentando, con más  de 9 millones de ellos confirmados en 213 países y territorios de todo el mundo. Más de medio millón de personas han perdido la vida. Entre el puñado de países que aún no ha reportado ningún caso están varias islas en el Pacífico Sur, Turkmenistán y Corea del Norte. En estos dos últimos, poco confiables, el “cero casos” luce extremadamente improbable.

Como humanidad  hacemos frente al que con seguridad ha sido el momento más difícil del siglo XXI en materia de salud y calidad de vida.

Si la vida es una caja de sorpresas, el nuevo coronavirus es una caja de incertidumbre. El volátil coronavirus no conoce de fronteras, los políticos sí. La enfermedad ha afectado a ciertos países, incluidos  Brasil, el Reino Unido y Estados Unidos, con particular ferocidad. Son varios los enigmas del coronavirus: por qué unos lo sufren tanto y otros tan poco? Porque puede matar a algunos y pasar desapercibido para otros? Además de la edad, los genes, la carga viral y el cajón de las patologías previas, no tenemos muchas certezas acerca del porqué del vil ensañamiento de este virus infame. De alguna manera, cada nueva infección tiene la capacidad de inaugurar su propio capitulo en los libros de texto médicos.

Las muertes de COVID-19 han evolucionado a diferentes velocidades en cada lugar que ha recibido su inesperada visita. Si el brote se definió desde el principio por una serie de epicentros cambiantes, incluidos Wuhan, China, Irán, norte de Italia, España y Nueva York; ahora se define por su amplio y creciente alcance y hay más riesgos por delante a medida que los países comienzan a reabrir sus economías.

El epicentro de la pandemia continúa moviéndose hacia América latina, que si bien tiene como ventaja una población más joven, pero posee economías informales y condiciones sanitarias y de vida a menudo precarias. Es prudente adoptar el distanciamiento social y las mascarillas, como las mejores medidas, en vez de esperar la vacuna sin tener certeza de los resultados. Los países más pobres no tienen los medios financieros y las capacidades de coordinación de las políticas públicas necesarias para sostener sociedades y economías a través de cuarentenas estrictas.

Vemos con sorpresa que algunos países que deberían estar abarrotados de enfermos no lo están, dejando a los investigadores devanándose los sesos. Las comparaciones son odiosas y difíciles, pero algunas ciudades parecieran más vulnerables a su propagación devastadora. Ningún lugar parece inmune. Hay evidencia de que las personas en algunas regiones han cumplido menos con la cuarentena y algunos países se cerraron antes que otros, pero no existe una explicación simple y única para todas las ciudades.

Podemos citar varios ejemplos  que nos permiten  colocarle a este ruin microorganismo el sobrenombre de “caprichoso”.

El primer puesto se lo lleva  Vietnam, nación que hace 50 años se encontraba inmersa en una cruenta guerra con Estados Unidos y ahora ha tenido una recuperación histórica, convirtiéndose en una fuerza económica y turística en el sureste asiático.

En Vietnam, los casos de contagios del coronavirus, según sus informes, apenas han rebasado los 300, sin importar su vecindad con China. A eso le agregamos que no se ha documentado una sola muerte por la enfermedad, lo que la hace ser única en el mundo. Este país con un gobierno férreo comunista, rápidamente puso en cuarentena a buena parte de su población, ordenó las medidas de distanciamiento social y se esforzó en rastrear rápidamente a los contactos de los pacientes con covid-19, apenas iniciado el foco de Wuhan, China.

La República Dominicana sigue siendo el país más afectado en el Caribe por el SARS-CoV-2. Se han dado a conocer más de 28.000 casos de coronavirus. Haití, que comparte la misma isla y tiene una densidad de población similar, solo reporta alrededor de 5.000.

En la antigua península indochina francesa, Camboya no impuso cuarentena alguna y ha notificado pocos casos. Tailandia, con su capital Bangkok, la ciudad más visitada del mundo, por encima de París, Londres o Nueva York y donde la ofensa “lesa majestad“ al rey se paga con cárcel, exhibe una casuística similar a Venezuela, teniendo más del doble de habitantes.

Japón, con la población promedio más vieja del mundo, ha registrado menos de 1.000 muertes.

Aquí mismo en nuestro “patio de al lado” latinoamericano, la frase “Aquí hace calor, no me va a pasar nada”, recibió un balde de agua fría, con los hechos vistos en Guayaquil, Barranquilla y Maracaibo.   El virus continúa circulando entre nosotros cual villano enmascarado.

En la gripe española de 1918, comunidades remotas del extremo norte de Alaska se salvaron al enclaustrarse del mundo, pero otras comunidades que implementaron medidas rígidas de protección y cuarentena fueron igualmente víctimas de la pandemia. La supervivencia, al parecer, a veces puede reducirse a una suerte ciega y a la buena fortuna.

El tiempo pasará y seguro olvidaremos con rapidez esta calamidad de la naturaleza, apenas la dejemos atrás. Llegado ese momento ya no nos haremos tantas preguntas y lo más probable es que, en no mucho tiempo, nos sorprenda recordar todo lo que ahora mismo desconocemos.

Finalmente un último mensaje a los lectores. Seamos optimistas y escojamos “el vaso medio lleno”. La mayoría de las personas que contraen la enfermedad se recuperan; muchos quizás nunca se den cuenta de que alguna vez la tuvieron. El peor virus es la ignorancia, la negación y el desestimar las medidas sanitarias recomendadas. La pieza clave para superar la pandemia somos nosotros mismos.

@santiagobacci

 


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