A ningún observador se le escapa que el salto de Rodolfo Hernández al segundo lugar en la candidatura a la presidencia de Colombia puede explicarse en gran medida por el apoyo de los segmentos menos educados, muchos de los cuales fueron inducidos por Uribe para sacar a Fico del juego para deslizar a Hernández al segundo lugar. Imposible considerar este fenómeno como resultado único de la limitada capacidad intelectual de Hernández. Su conocimiento está tan lleno de agujeros que sólo un porcentaje muy pequeño de sus declaraciones tiene algún sentido. Lo que declara es generalmente falso o producto de su imaginación o de un populismo inicuo. Por eso la decisión de Ángel Beccassino, asesor de Hernández, de que no participe en un debate con Petro. Perfectamente consistente con la personalidad del sujeto.

Esto hace pensar que Colombia se encuentra entre dos populismos enfrentados, el de Uribe y el de Hernández y luce como inevitable que la dinámica política arrastre a estos dos líderes populistas a un curso de colisión. De los dos, de acuerdo con la experiencia, quien ha manejado con mayor experticia y por mucho más tiempo a esos segmentos menos educados es Álvaro Uribe. Pocos líderes del continente ha podido consustanciar a los menos educados, el poder político y el poder de la riqueza, como lo ha hecho Uribe en Colombia.

Rodolfo Hernández es en un sentido idiosincrático es una desviación, un desgarre del uribismo, más pedestre, más en línea de un populismo más actual, más TikTok, y por eso rivaliza con la más demodé del propio Uribe. Hernández trata en vano de diferenciarse del uribismo para parecer independiente y está convencido de ganar con el uribismo sin la carga de Uribe. El uribismo es un populismo personalista tan arraigado que, si no es porque Uribe lo ha adornado con lentejuelas democráticas, no se distinguiría del populismo de Chávez, de Evo Morales, Lula o Pedro Castillo.

Hernández está desafiando al más elaborado y sofisticado populismo del continente. Y la amenaza es real. En realidad, el uribismo y Uribe en particular viven su peor pesadilla. El drama dilemático de cómo insertarse en la in crescendo movilización populista de su rival Rodolfo Hernández, quien con arrogancia los rechaza para vender la tortuosa idea de que este movimiento tumultuoso es un cambio. Como ocurre siempre en política, esta coyuntura ha sacado a flote resentimientos como el de la senadora María Fernanda Cabal, que ha devenido en la “cheer-leader” de Rodolfo Hernández, sólo para meterle el dedo en el ojo a Uribe, consciente de la amenaza que Hernández representa para el liderazgo de Uribe.

La sátira política

La ironía de esta dinámica política colombiana tal como se desarrolla es que el movimiento jacarandoso que lidera Rodolfo Hernández, de derecha, ha devenido en la más seria amenaza al liderazgo de derecha de Álvaro Uribe. Hernández está empeñada que el ganador “take it all”, presidencia y liderazgo de la derecha. Y va en serio. Todo esto conduce a pensar que el triunfo de Gustavo Petro es la única salvación política de Uribe.

Este zafarrancho dentro del cual se mueve el populismo de Hernández debe haber descontrolado los planes de Uribe, acostumbrado como está a una política populista sistemática y ordenada. Una campaña electoral en Colombia como la actual, sin el control de Uribe, es algo exótico que ha colocado a Uribe en una encrucijada. Hernández, envanecido con un eventual triunfo, sitúa desde ahora a Uribe en condiciones tan vulnerables que es imposible que su liderazgo sobreviva la ofensiva que se espera de Rodolfo Hernández si gana la contienda.

Uribe se encuentra pues en un peligroso predicamento; Hernández ha continuado con el ritornelo que anunció el día de las elecciones por Twitter: “El 29 de mayo hicimos historia: murió el uribismo. Hoy mi compromiso no es con la derecha, ni con la izquierda ni con políticos…”.  Si nos atenemos a la creciente realidad, Rodolfo Hernández, equipado con votos propios, adueñado de gran parte del uribismo y de la presea presidencial, es cuestión de tiempo, muy corto, para que sea en el nuevo líder de la derecha, no sin antes ver pasar el cortejo fúnebre de Uribe.

Para Hernández, tratar de alcanzar la presidencia con el uribismo, pero sin Álvaro Uribe, es de una audacia que bordea con la idiotez. Esta dicotomía va a hacer pronto presa de sus limitadas entendederas y va a despertar los demonios de Álvaro Uribe para verse obligado a moler a su rival sin compasión.

El enredo populista

El simple esquema original de Uribe era correcto. La segunda vuelta toda la derecha se volcaba a favor de Fico y Uribe seguía como el “king maker” de Colombia. El problema fue que todas las encuestas indicaban que Fico perdía con Petro en la segunda. Uribe improvisó y sacó de la manga, cual prestidigitador, el método político de “traición sincera” para que parte de sus votos reforzaran a Rodolfo Hernández, resultando en un “fenómeno” con un aparente final feliz, si los dos populistas no se hubieran puesto broncos. Uno con la fantasía de que todos los votos que se computaron a su favor son de él y nada más que de él y el otro que Hernández le debe su triunfo y por ende debería entrar en el redil del uribismo. Juego trancado.

Qué extraño se debe sentir Uribe, por décadas el gran decisor de los destinos de Colombia y ahora, luchando a muerte por su sobrevivencia política que depende de un estrafalario político, impredecible populista y desmelenado empresario de provincia que amenaza con terminar con la carrera del antioqueño. El cuadro político que dibujan algunos de sus “seguidores”, como la senadora Cabal, de apoyar a Rodolfo Hernández para impedir la llegada de Petro es parte de una conspiración interna anti-Uribe. Pero otros mentecatos fanáticos de Uribe que apoyan a Hernández no han caído en cuenta del disparate.  Sería el fin de la histórica influencia de Uribe en la política colombiana y la de todos sus aliados.

En efecto, un alocado Hernández derrotado se difuminaría en los vapores de su fantasía y políticamente dejaría a Uribe incólume, líder total de la oposición al eventual gobierno de izquierda de Petro, con una apretada mayoría. Cuesta pensar que este arlequín de Bucaramanga se vaya a salir con la suya ganando la presidencia y de paso sustituir, nada menos que a Álvaro Uribe, el más resonante líder de la historia de la oligarquía colombiana.

La impredecibilidad y el descontrol anímico de Rodolfo Hernández lo hacen tan peligroso como Hugo Chávez, pero la ignorancia se ha empeñado en creer que el populismo desbocado y peligroso es un cromosoma exclusivo de la izquierda. De acuerdo con esta acelerada dinámica, la derrota de Hernández como candidato aseguraría la sobrevivencia de Uribe como líder de la derecha y de la oposición al gobierno de Petro. Un mal menor comparado con Hernández. De otra forma luce inevitable el entierro político de Álvaro Uribe.

En nuestra anterior entrega decíamos que Uribe ha navegado la política colombiana con más suerte que intelecto, pero podríamos agregar que con una gran capacidad de maniobra. Uribe es un experimentado caudillo con la sagacidad innata y tradicional de sus ancestros andinos. Cazurros, los llamaba Rómulo Betancourt, quien siendo el más astuto de los políticos de Venezuela se vio burlado en varias ocasiones por andinos, menos inteligentes, pero más maniobreros.

De modo que no hay manera de que estos dos populismos, liderados por Uribe y Hernández, coexistan en el mismo tiempo y lugar. Es una situación que desafía las leyes de la física… y de la condición humana.

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