Unos pocos días después de publicarse este artículo, el mundo celebrará el Día de las Madres, pero, particularmente en Venezuela, la conmemoración de esa efeméride la haremos con inmenso dolor. Ese día, nos consustanciaremos con las madres de hijos ausentes, asesinados, desaparecidos, detenidos, torturados y vejados por la vesania gubernamental y el hampa común. Lamentablemente, será un día lleno de lágrimas, nostalgias, tristezas, rabia e impotencia. Desde hace muchos años, en Venezuela, esa celebración conjuga la alegría del reconocimiento al inmenso amor y entrega de las madres a sus hijos, con el dolor que estas padecen por las crueles vicisitudes que actualmente las afectan. El régimen que se autoproclama hacedor de la mayor suma de felicidad posible, con su estrambótica y absurda obcecación de gobernar con despropósitos irracionales, es el responsable de la pobreza colectiva; del éxodo del país que voluntaria o involuntariamente millones de personas padecen; de miles de muertes y desolación, y del lúgubre y tenebroso ambiente de represión y tortura que hoy ensombrece y enluta las vidas de muchas madres venezolanas.

El régimen, con sus insensatas acciones, ha provocado el recrudecimiento de la protesta callejera y el enfrentamiento entre disidentes y las fuerzas represivas, regulares e irregulares, de las que se vale el gobierno para golpear, atemorizar y disuadir, sin contemplaciones, a los que protestan. En esos eventos, las madres venezolanas sufren inmisericordemente un inmenso terror, un terror tan intenso que paraliza cualquier otra consideración y neutraliza cualquier otro temor al ver a sus hijos expuestos a sufrir la desmedida violencia que suelen desatar los sicarios del régimen para reprimir las protestas. Ellas saben que, además, cualquiera que se enfrente al régimen será acusado de terrorista, lo que implica su detención, sin fórmula de juicio, y ser objeto de innumerables torturas y vejámenes.

El  gobierno, desesperado por el creciente rechazo de la opinión pública a su gestión, trata de evitar que sus falencias y equivocaciones queden al desnudo y que la delincuencia, inflación, decrecimiento económico, pobreza, escasez, corrupción, hambre e insensibilidad social –productos cotidianos de la siembra oficialista– se conviertan en la matriz de opinión negativa que le terminará de corroer el cada vez más precario apoyo popular que aún tiene, asociado con la pérdida de autoridad y la desaparición de la credibilidad y emoción que caracterizaba el accionar del que se fue; teme el régimen que esa matriz de opinión  lo conduzca al desastre político y a una solución constitucional que recorte la duración de su mandato. Este inepto régimen levanta a diario cortinas de humo para ocultar la terrible realidad que el país se consume en el atraso y la miseria por su negligencia y falta de visión. Esa cortina de humo pasa por el desarrollo de una estrategia contra sus oponentes absolutamente represiva, violadora de las leyes, abusiva, despiadada, desconocedora de los derechos humanos y con el ejercicio a ultranza de la coacción y el dominio hegemónico; la referida estrategia hace sufrir desmesuradamente a las madres de Venezuela.

La oposición es descalificada y acusada de desestabilizadora por el régimen, creyendo que, con ello, procurará encontrar un segundo aire a su muy magullada “perfomance” como gobernante, sin comprender que no logrará jamás cicatrizar las heridas que ha causado durante el ejercicio de uno de los mayores horrores de la historia contemporánea de nuestro país. Al régimen le interesa crear un clima de caos y terror y no tiene escrúpulos de ninguna naturaleza para ejercer la violencia, mediante la acción de grupos irregulares armados, de vándalos que simplemente se dedican a disfrutar de la impunidad que les garantizan las autoridades para poner en práctica sus peores instintos.

La sociedad venezolana no puede permitir que sean la violencia, la confrontación, la subversión social y el sacrificio de sus jóvenes audaces e intuitivos, la única salida política que le quede a la oposición frente a las  inaceptables pretensiones del régimen actual de conculcar los derechos básicos a la vida, la libertad y la dignidad. Bajo la dictadura de Maduro –sin conciencia, sin orden moral,en la que para todo hay una excusa, una justificación o un pretexto– la información es ocultada y manipulada y se establece una militarización aún mayor de la sociedad. En tal situación, resulta muy difícil para el común de la gente mantener la confianza en sus propios valores y experiencias; se trata de una premeditada acción gubernamental para acabar con los últimos vestigios de la sensatez ciudadana. Pensar de un modo ponderado es arriesgarse a tener problemas de diversa índole con el sistema totalitario que nos subyuga y empobrece. No se debe tolerar pasivamente que el gobierno y sus servidores se solasen en la nefasta atmósfera y confusión que deliberadamente han creado y acosen a la oposición por pretender cambiar democráticamente el estado de cosas que vive el país. Todos tenemos derecho de  participar, nadie debe ser excluido y menos si la exclusión obedece a que no coincidimos con el totalitarismo del pensamiento oficial. No permitamos que el sufrimiento de las madres por la imposibilidad de mejorar el futuro y por la suerte de sus hijos se haga más profundo y lacerante.


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