Virgencita, hoy no me ayudes, pero tampoco me jodas”.

Barrio”, Carlos Giménez.

No sé si a ustedes les pasará, pero yo hay días que no debería levantarme de la cama. No encuentro una explicación pero hay días que según te levantas, o a los pocos minutos, ya sabes que todo va a salir torcido. El clásico día que, al sacar el café del microondas, la taza tropieza con el borde y te lo tiras encima. Si empezamos así, mal vamos.

Es cierto. Algunos días, aciagos sin duda alguna, las desgracias se acumulan. Normalmente, para no ser catastrofista, son pequeñas desgracias, pero que perfectamente, te pueden joder la jornada completa sin ninguna piedad. Cuando me pasa eso, siempre busco una explicación, pienso que algo habré hecho mal para merecer tanta desdicha en el mismo día y, por si acaso, tomo medidas.

Son medidas científicamente demostradas, con una acreditado resultado, tales como no volver a ponerme jamás en la vida el calzoncillo que llevaba ese día, que en alguna ocasión, ha acabado directamente en la basura, o quitarme algún talismán, llámese anillo o colgante, o pulsera, que me había puesto ese día para atraer la suerte, porque es evidente que a la suerte se la puede atraer, o al menos ayudar con ciertas acciones.

Recuerdo el caso de aquel paisano que acudía todos los días a rezar al señor para que le tocase la lotería, todas las semanas con idéntico resultado, o sea, nulo, hasta que fue tal su insistencia que el señor se vio obligado a hablarle; “Compra un décimo”, le dijo. La suerte es esquiva, pero la perseverancia la atrae, siempre que sea físicamente posible.

Pues, volviendo al tema anterior, no sé por qué, yo a los calzoncillos les atribuyo siempre ciertas cualidades, si no mágicas, al menos esotéricas. Les aseguro que hay calzoncillos en mi cajón, razonablemente nuevos e incluso cómodos, que no me pongo salvo en caso de extrema necesidad, porque considero que no me traen suerte. No me he parado a pensar por qué me ocurre, pero si reflexiono un poco puede que sea porque es la prenda más intima, la que va más apegada a mí, o al menos a partes de mi que considero importantes, imprescindibles incluso. No obstante, la mala suerte del día también puede ser desencadenada por no haber encendido y apagado dos veces la luz, por no haber tocado madera cuando he tenido un mal presagio, o por un pequeño etcétera.

Creo que ya lo conté en una ocasión, pero si cuando estoy cogiendo alguna prenda de mi vestuario matutino suena algún sonido inesperado, llámese portazo, sirena, grito del vecino o lo que sea, inmediatamente descarto esa prenda. Es lógico, creo yo. Pero lo peor de todo, lo que puede suponer una hecatombe o no dejarme dormir, son las puertas de los armarios abiertas. Eso sí que no. Inaceptable.

De cualquier modo, puede ser que yo sea un tipo maniático, incluso puedo reconocer algún pequeño trastorno, pero piensen ustedes que la genialidad casi siempre va ligada a la locura. Acuérdense de Van Gogh, de Hemingway, de Kurt Cobain. Esos muy cuerdos no estaban, se los digo yo, y miren el legado que le han dejado al mundo.

En cualquier caso, cada uno tiene sus manías. Les propongo un reto. Párense ahora mismo a pensar en tres cosas que hagan ustedes, llámenlo manías o supersticiones, que ustedes mismos consideren que no son muy normales. Si las encuentran, mándenmelas por Twitter (@elvillano1970), y si no las encuentran, enhorabuena; o lo siento mucho, no sé qué decirles, la verdad. La cordura es el contrapunto de la locura, los locos somos necesarios para que haya cuerdos, por lo tanto no se den tanta importancia.

Hablando de las manías ajenas, yo las observo mucho, en cualquier persona y en cualquier lugar. A veces, son fáciles de detectar, incluso llamativas, pero en otras ocasiones no las detectas tan fácilmente, hasta que un día abres un cajón y te encuentras con los lápices perfectamente alineados, por colores y tamaños, por ejemplo, o te das cuenta de que alguien tiene las tazas de café todas con el asa mirando al mismo lugar, en un ángulo exacto de 37,6 grados. Toca una taza, verás lo que tarda en ir a alinearla.

Hoy, por ejemplo, he descubierto que mis padres tienen medicinas guardadas en todas las estancias de la casa, en los lugares más insospechados, incluso en bolsas de viaje. Supongo que lo hacen por si les sobreviene, repentinamente, un dolor de cabeza, por ejemplo, en el cuarto de estar y no les da tiempo a llegar al baño para tomarse un paracetamol. Hombre prevenido vale por dos, y mujer también.

Eso sí, me he ido muy satisfecho, porque el día que mis padres falten, Dios quiera que sea muy tarde, podré recopilar todas esas medicinas, donarlas a algún país del tercer mundo y salvar mil quinientas vidas, tirando por lo bajo.

Pues nada, que no renuncien a sus manías, siempre y cuando estas no agredan la libertad, el bienestar y la salud del resto. Cada uno somos únicos, aunque cabría preguntarse por qué muchas manías son coincidentes, universales. Algún motivo habrá, se lo digo yo.

Por tanto, que tengan un buen día. Y si no lo tienen, cámbiense de calzoncillos. O de bragas. Su suerte se lo agradecerá y su higiene íntima, también.

“¡Vikingos! Hoy tengo que daros una noticia buena, y una mala. La buena, ¡hoy nos cambiamos los calzoncillos!”.

“¡Bieeeeeen!. ¿Y la mala?”.

“Tú con este, tú con ese, tú con ese…”.

Sean felices.

@elvillano1970


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