I

No todos los días eran iguales. Juanpi despertó ese 25 de diciembre con la sonrisa pícara de siempre, sus hoyuelos en las mejillas describían esa sensación con un fondo de inocencia. Le complementaba su innata candidez, su alta estatura y su hirsuto pelo que simulaba un compendio de simpatía angelical, él alegraba todos los corazones al solo verlo. Juanpi, el inspirador de risas, el adolescente responsable, afectuoso y carente de la irreverencia propia de todo joven, en contra de la familia. Juanpi, el romántico soñador.

II

El llano venezolano. Extensas sabanas que se funden en el infinito con el cielo azul, son parte de nuestra geografía. Esteros, verdor y palmas. Olor a tierra y mastranto. Mezcla que en tierra llanera se funde con folklore, con cuentos y con leyendas. “El llano es la tierra de Dios” – “Tierras del hondo silencio virgen de voz humana, de la soledad profunda, del paisaje majestuoso que se pierde de no ser contemplado…Tierras del llano infinito donde el grito largo se convierte en copla…” (1).

Copla donde vive el campesino, el llanero con su estirpe. Niños que sueñan, niños que cantan, niños que cuentan sus cuentos.

Praderas y lagunas son un reto a la aventura. Ladridos, trinos y zumbidos, son la música de fondo. Leña, monte y fauna son el paisaje de siempre, el que los inspira, el que les engrandece la imaginación, el alma y el corazón. Un cuatro, un arpa, unas maracas de “tapara” y paraparas, son el trabajo de los lutier de oído –la ignorancia no es tan infinita cuando inspira una tonada-.

Un toro, un caballo, un potrillo, es la máxima ambición de un veguero.

No hay mucha diversión en la llanura; no hay más juguetes que una «fonda» fabricada a mano con la horqueta de un guayabo, la tripa de algún caucho viejo y un trozo de  cuero usado. Eso es llano, es lo que somos. Es sueño con ilusión. Es fábrica y artesanía. Es ciencia y fiesta. Es bochinche criollo sin ninguna pretensión. Así se vive en mi tierra, entre la luna y el sol, entre la lluvia y el riesgo, entre potrero y misterio.

III

Juanpi le dio la bienvenida a ese nuevo día con la inocencia que se aprende al vivir en un pueblito del llano. El gran Juanpi ese día pensó ¡Hoy será un día especial! Ese pensamiento, al igual que todos los que día a día se paseaban por su mente, eran tal vez el producto del encanto de la brisa del amanecer, del abanico de colores que brotaba del paisaje que le rodeaba, o del gran sueño de ver regresar ese toro grande y fuerte que se perdió en el horizonte. Su imaginación no le permitía comprender cómo bautizaron a ese toro “Renacer”, no lo consideraba adecuado, ¿sería por eso que se fue el toro? Juanpi recordaba la pretensión del padrote al querer enamorar a esa novilla blanca y manchada. Hermoso ejemplar de la belleza bovina.

Esa mañana, con la mirada fija en lontananza, Juanpi vio cómo una diminuta sombra se fue agrandando, reconoció de inmediato ese caminar desafiante, la fortaleza de sus pasos, el brillo de su inmenso torso y la ruta hacia la novilla blanca. Sonrió, su picardía característica le recordó que su padre le decía: “Sueña lo que quieras de verdad hacer, porque los sueños que no quieres, cuando se hacen reales son pesadillas”.

Renacer regresó. Su amor por la novilla blanca fue mayor que su búsqueda de aventuras en tierras lejanas. Nadie nunca se enteró de cuántas cartas al Niño Jesús había escrito Juanpi por ese regalo, él sí las recordó, cuando sentado en la talanquera en la casa de su tío exclamó en voz alta:

¡Mi sueño en Navidad!

Juanpi ya no está entre nosotros. Renace en cada amanecer y en cada sueño, renace en cada flor silvestre, en el trino de las aves, en la sonrisa de los tantos niños que sueñan con su inocencia, en la infinita bondad de los sueños.

(1)  Rómulo Gallegos. Doña Bárbara.


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