He sido y soy opositor a este nefasto régimen que ha dividido y engañado al país con el subterfugio de hacer creer que el modelo social que ofrecía era el camino para la redención e inclusión de los más necesitados. Los pésimos y desastrosos resultados obtenidos en todos los órdenes de la vida nacional, después de más de cuatro lustros de desgobierno, nos indican que la utopía del chavismo-madurismo ha sido una perversa quimera.

La Venezuela de hoy, después de los largos años de mandato de los golpistas de 1992, no ha progresado. Por el contrario, los males sociales se han acrecentado a pesar de los ingentes recursos políticos y financieros de los que ha dispuesto el régimen. El odio, la división y la exclusión es el legado social que nos deja. Asimismo, una economía decadente, las arcas del tesoro público vacías de dinero, carencia de realizaciones, la destrucción del aparato industrial público y privado, un enorme déficit fiscal y una difícilmente pagable deuda externa, escasez, desabastecimiento, hiperinflación y desempleo son, entre otros, los índices que representan y miden el descomunal fracaso de la gestión económica de los golpistas de otrora. Se ha acentuado la inseguridad jurídica, se ha hipertrofiado el tamaño del Estado, la economía venezolana ha perdido la capacidad generadora de empleos; el régimen ha convertido a los ciudadanos en cazadores de canonjías en lugar de formarlos para contribuir a la ampliación de la producción y mejorar la prestación de los servicios. Presos políticos, exiliados, perseguidos, familias destrozadas, la ilegitimidad de desempeño, la usurpación de funciones y la sistemática violación de la carta magna son otros de los pasivos que acumula en su contra el período de Chávez y Maduro. La incertidumbre respecto al futuro atenaza y angustia a los venezolanos.

Responsablemente queremos poner fin al autoritarismo, a las arbitrariedades, a la corrupción monstruosa y al desatino de quienes conducen, por ahora, al país. Las visiones de irracionalidad, improvisación, ineficiencia y corrupción se abatieron sobre Venezuela y ejercieron un efecto devastador en los valores fundamentales sobre la democracia, el respeto mutuo, la tolerancia y la libertad de actuar que representaban el ideario de nuestro pueblo y que regían la convivencia social en nuestro país.

Por tales razones, debemos enfrentar a esa casta codiciosa y cínica que oprime al país. Lo que está en juego es nuestro presente, nuestros valores y nuestro derecho al porvenir. No nos jugamos cosas menores. Nos jugamos el derecho a la vida: la del hombre pleno, su libertad de conciencia, de pensamiento, de religión, de trabajo, de asociación, de movilización, de libérrima búsqueda de su propio destino. Esa libertad plena que queremos rescatar tiene un gran enemigo. Se llama, totalitarismo –el Estado es todo sobre la tierra–. Permanentemente nos confrontamos con esa visión absolutista y negadora  de la maravillosa aventura que es la vida y las ansias naturales del hombre por su progreso individual. Y lo hacemos porque en esa visión totalitaria de la sociedad se conjugan el odio, la aberrante exclusión y la pérdida del derecho a la libertad. De modelos similares a las creencias del PSUV y sus adláteres nacieron modelos de sociedad que llevaron a la miseria, la cárcel, la muerte, al exilio y a la intransigente división ideológica a millones de personas en  todo el mundo, como lo hicieron el nazismo, el fascismo, el comunismo y la más reciente infeliz síntesis: el socialismo del siglo XXI.

La libertad es la condición insustituible que le da sentido a la sociedad humana; por eso debe ser plena y hay que defenderla. A los pueblos no se los puede conducir con el látigo, la prebenda y la mentira porque esa es la negación del ser humano. Solamente la libertad creativa ha hecho grande el mundo en el que todavía vivimos. ¿Y qué fue lo que los humanos encontramos para lograrlo? Descubrimos que el desarrollo económico es  fundamental para la vida de los pueblos. Es el garante  de la paz y el progreso.

La búsqueda de un desarrollo económico para garantizar la paz, construido sobre la libertad creativa del emprendimiento de los hombres, de las empresas, de las pequeñas, las grandes, las medianas son los principios que la oposición, desde sus distintas vertientes, ha defendido con tesón y encomiable entrega. Como es evidente, no se ha utilizado en este empeño ninguna arma distinta a la de nuestra inteligencia, convicción y voluntad de progreso.

Rescatemos con nuestra lucha ese único principio que ha sido rector de la riqueza de los pueblos, que la explica y que ha permitido que centenares y centenares de millones de hombres salgan de la pobreza y tengan una vida digna; nos referimos a la dignidad de la persona humana con capacidad de hacer y de construir y que no se debe envilecer mediante la entrega  del regalo que no ha trabajado y que posteriormente le cobran, obligándole a hacer lo que en su fuero interior no quiere, cercenándole y negándole perversamente su derecho al libre albedrío, condición esta fundamental para regir las relaciones entre los hombres.

Se nos acaba el tiempo político y material para reflexionar y asumir nuestras responsabilidades ante los acontecimientos del presente. Debemos focalizar nuestra atención en reemplazar lo más pronto posible a la camarilla dirigente, pero hay que ir más allá; se trata de cambiar la dirección política, económica y social que estos facinerosos le han impuesto a nuestra sociedad.

La autocracia política e ineficiente que mal gobierna deberá ceder su puesto a la vigencia de la democracia, que con sus virtudes y defectos constituye una forma política superior, en todos los órdenes, al sistema impuesto por el régimen. Venezuela y sus ciudadanos necesitan una nueva perspectiva, sin esta el país no podrá avanzar. Simplemente, al luchar por la recuperación de nuestra patria, debemos tener en mente que, con nuestra actitud, vamos a expresar un grito redentor: ¡no podemos, no queremos, ni nos vamos a entregar a la vesania totalitaria!

Hagamos lo que tenemos que hacer y que sean la historia y nuestra conciencia las que nos pidan cuentas si fuimos o si resultamos inferiores a ese destino.


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