¿Ha logrado el régimen doblegar de manera definitiva a los venezolanos? ¿O está nuestro pueblo meramente adormecido por la represión, la fatiga y la desesperanza, pero también a la espera del momento oportuno para rebelarse?

Como bien sabemos, hablar de algo definitivo en el curso histórico requiere tiempo, y los ciclos de opresión y libertad se suceden, sin que la mayor parte de las veces haya sido posible prever los desenlaces con suficiente claridad y anticipación. Con frecuencia surgen señales, síntomas, indicios que desvelan, al menos en parte, la intensidad del descontento y la voluntad de actuar contra el abuso y la sumisión, pero no es fácil pronosticar con certidumbre la hora de la acción.

Un ejemplo de especial interés lo ofrece la experiencia de los pueblos subyugados por el comunismo en Europa oriental, antes de la caída del Muro de Berlín. No debemos olvidar que vivieron décadas de asfixiante dominio comunista antes de que lograsen romper las cadenas totalitarias, y la conclusión del proceso requirió la intervención de factores internos y externos, actuando de manera conjunta y respaldándose con perseverancia. A la sed de libertad de la gente en Polonia, Rumania, Alemania Oriental y Checoslovaquia, entre otras naciones, se sumó el decidido respaldo de Juan Pablo II, Ronald Reagan y Margaret Thatcher, figuras detonantes de una etapa redentora.

¿Qué observamos hoy en Venezuela, qué podemos atisbar tras las brumas de una cotidianidad en apariencia signada por el desgano, la aparente o real indiferencia, el cansancio y el desencanto generalizados?

Sería irresponsable negar que en la superficie, diversos aspectos muestran que nuestra sociedad atraviesa una etapa de escepticismo y hastío, y que ello contribuye, entre otras causas, a la estabilización del régimen. Con ello no pretendemos negar la presencia del descontento, la existencia de numerosas protestas esporádicas, persistentes e igualmente sin coordinación, y el deseo profundo de millones de acceder a una etapa distinta de libertad y democracia. No obstante, consideramos que nos hallamos en un momento en el que, repitiendo la remachada frase, un pasado no acaba de concluir y un futuro no termina de nacer.

Sin ánimo de desdeñar los esfuerzos de los diversos componentes de la oposición democrática, lo cierto es que se palpa en dicho sector un severo agotamiento estratégico, fruto de la dispersión y de una pérdida, ojalá que momentánea, del sentido de dirección o brújula política. Las figuras e iniciativas que prevalecieron en tiempos recientes lucen debilitadas, y aún la buena noticia del otorgamiento por parte de Washington del estatus de protección temporal (TPS) a decenas de miles de venezolanos, que ahora se encuentran en Estados Unidos, tiene otro lado que despierta inquietud.

Confiamos explicarnos, pues el asunto es delicado. Recibimos desde luego con beneplácito la noticia del TPS concedido a tantos compatriotas, que mucho se beneficiarán de ello; sin embargo, a la vez apuntamos que este hecho se suma a una atmósfera de normalización de nuestra tragedia, a la posible siembra de un exilio similar al de otros casos, como el cubano por ejemplo, que han atravesado caminos semejantes. Basta con revisar la lista de países que han recibido la concesión del TPS, para constatar que se trata de sociedades que lo han perdido todo o casi todo, como Siria, Somalia, Nicaragua y Yemen, y lo que es peor, cuyo porvenir luce muy comprometido. Regocijarse con el gesto positivo de Washington, en otras palabras, no debe cegarnos ante realidades apremiantes, por desagradables que ellas sean.

¿Qué ocurre en el subsuelo de nuestra sociedad, en las zonas recónditas del alma colectiva de nuestro pueblo? ¿Qué germina en los sótanos mentales y emocionales de nuestra gente, qué semillas tal vez se afanan por salir a la superficie? Como dijimos previamente, si bien no podemos saberlo a ciencia cierta, el rechazo al régimen es perceptible, y de igual modo lo es la desconfianza frente a los liderazgos políticos existentes, así como frente a las fórmulas tramposas que con regularidad inventa el gobierno para prolongar su despotismo.

Ante un panorama de estancamiento, lo menos recomendable para la oposición sería aferrarse a lo existente en el plano estratégico. Urge una renovación de figuras, mensaje y modos de hacer las cosas. Urge persuadir a nuestros principales aliados, agradeciendo por supuesto lo que ya han hecho, para que contribuyan con aún mayor efectividad a un cambio interno, además de ayudar a los venezolanos que por necesidad han salido a otros países. Urge recuperar la confianza en un futuro distinto y combatir toda tendencia a resignarse. La dirigencia política de oposición tiene en sus manos el mayor peso de la responsabilidad en estas tareas.


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